Entre héroes te veas
El lunes 15 de junio fue un día de esos cuando la vida, una vez más, te abre el centro del pecho y te dice que eres una presencia hostil para el poder. Entonces sientes la humillación de quien se encarga de controlarte la vida hasta en una cola para surtir gasolina. Es la presencia del uniforme militar que te humilla. Te degrada como ciudadano.
Ya había experimentado eso en 2014, 2015 y 2016, en las kilométricas colas para comprar alimentos. Por el terminal de mi cédula de identidad me tocaba los miércoles. Por eso escribí varias notas a las que llamé, “Miércoles de humillación”. En esas notas registré las voces de anónimos ciudadanos que resistían, se enfrentaban a gritos, reclamaban sus derechos. A mí me tocaba hacer la cola de la tercera edad. Jubilados de múltiples profesiones quienes se enfrentaban a los insultos, agresiones verbales y amenazas de una autoridad que paulatinamente se degradaba. Historias de ancianos que desde las 3-4 de la madrugada, e incluso desde medianoche, dormían en esas infernales colas para obtener un kilo de azúcar, medio kilo de carne o un tarro de margarina.
Las de ahora para surtir gasolina no son demasiado diferentes a las de aquellos años. Ahora no hay demasiados gritos ni tampoco conatos de protestas colectivas ni cierre de vías para presionar. Pero sigue existiendo en los comentarios la misma resistencia, la denuncia y las historias sobre la degradación humana por parte del régimen socialista.
Quiero destacar, entre tantos comentarios e historias, uno. Entre lo mucho que uno escucha en esos sitios, un señor hizo un comentario que quiero mencionarlo acá: “-Cuando esto se acabe y volvamos a tener un país decente, tendrán que condecorarnos por haber soportado tantos años de humillaciones. Los verdaderos héroes somos nosotros”. Unos rieron. Otros quedaron en silencio. -La verdad, señor, le dije, usted tiene razón.
Vivir en el socialismo venezolano es cuando menos cosa de héroes y heroínas. Porque es imposible que se pueda vivir en las condiciones tan degradantes como sobrevive el 88% de los venezolanos, inducidos al empobrecimiento y la humillación de su condición humana.
Han sido años de resistencia. De lucha contra un poder hegemónico que finalmente impuso, a sangre y fuego, el estilo de vida, principios y valores de la marginalidad. Es prácticamente imposible que se pueda vivir bajo este régimen socialista sin estar propenso, inducido a la práctica cotidiana de la corrupción.
El sistema te induce a la trasgresión diaria y permanente. No puedes escapar de ello. Y esa propensión se evidencia en los actos más triviales, banales donde vas siendo lanzado por las condiciones de miseria y dependencia de un régimen que está presente en tu vida todo el tiempo. Te ha invadido tu cotidianidad y se entromete en tu privacidad hasta eliminar todo rasgo de independencia.
Mi experiencia me está indicando que la vida en socialismo es, no sólo gris y banal, también mediocre, obviamente humillante a la condición humana y donde el ser social desaparece y surge la agresiva presencia de quien, en su insensatez y deshumanización, quiere hacer de ti un parásito, nunca jamás un ciudadano. Contra eso y más se lucha y se resiste. Es que el socialismo, teniendo como práctica ideológica la vida marginal, tiene mal olor, te degrada hasta convertirte en un ser vestido con harapos, con los zapatos rotos y con halitosis. Porque la prioridad es sobrevivir en tu cotidianidad.
Cierto. Quienes seguimos aquí somos héroes.
Porque vivir en estas condiciones no es para personas, ni físicamente frágiles ni mucho menos, psicológica y espiritualmente débiles. Me he dado cuenta que las colas, tanto las de antes como las de ahora, sirven para fortalecer, para darse ánimos, incluso para clarificar alguna duda. Personas que siguen empeñadas en desarrollar sus proyectos de vida en las condiciones más adversas. Otras que han decidido volver a cultivar la tierra. Otras más aprendiendo algún trabajo artesanal. No. De ninguna manera esta población está entregada, ha claudicado o se entregó a la vida miserable que nos han impuesto.
Hacer una cola, sea antes para adquirir alimentos, o ahora, para surtir gasolina, obtener gas doméstico, o ponerse de acuerdo para comprar un transformador o juntar una cuadrilla de vecinos para colocar una tubería y normalizar el servicio de agua potable, no significa ni resolverle el problema al régimen ni menos, ser colaboracionista. Simplemente es una población que ha sido desamparada por el Estado y las instituciones públicas, por lo tanto, no se puede cruzar de brazos esperando que lluevan panes.
Es triste, cobarde y miserable escuchar a personas afirmar que el venezolano es dócil, perezoso y cobarde. Esa afirmación es falsa.
La gente sigue en su cotidianidad resistiendo, trabajando y luchando. Una muestra de ello es la presencia masiva en las calles, desafiando la pandemia, buscando el sustento para sobrevivir en las condiciones más adversas a que se puede someter a un ser humano: intentar aniquilarle hasta su memoria colectiva, su historia y su identidad cultural.
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