El ataque a las organizaciones políticas
El ataque y destrucción de los partidos políticos es un antiguo proyecto del chavismo, ahora convertido en madurismo. Lo que queda con poder del chavismo original apenas llega a residuos. Las agresiones a Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y Copei, forman parte de ese antiguo plan.
El viejo programa consistía en eliminar los partidos tradicionales. Hugo Chávez basó gran parte de la campaña electoral de 1998 en atacar la ‘partidocracia’. Sin embargo, él había fundado dos partidos. Primero, el Movimiento Bolivariano-200 (MBR-200); luego, el Movimiento Quinta República (MVR). A este, el Consejo Supremo Electoral le asigna la tarjeta con la cual Chávez participa en los comicios de diciembre de aquel año. Ni el MBR-200, ni el MVR, eran clubes para jugar truco. Ambas agrupaciones estuvieron constituidas como partidos políticos, sobre todo el segundo. Contaban con una dirección nacional y comandos regionales y locales. Operaban de acuerdo con el modelo leninista: cuadros políticos profesionales y centralismo democrático. A pesar de su propia ejemplo, Chávez quería ‘destruir la partidocracia’ que tanto, en apariencia, le atormentaba y freírles la cabeza en aceite a los adecos y copeyanos.
Algunos desprevenidos le creyeron el cuento al ladino Teniente Coronel. Utilizaron sus periódicos, televisoras y radios para desprestigiar al estamento político y a las organizaciones partidistas. El caudillo se coló por las grietas que produjo ese ataque inmisericorde, ganó la elección y luego creó el Partido Socialista Unidos de Venezuela (Psuv), símbolo por excelencia de la organización vertical, burocrática y antidemocrática. Vean los cuadros dirigentes que la integran para que se den cuenta de que es más fácil cambiar la estructura del Vaticano que provocar cambios importantes en su cúpula. Siempre son los mismos rostros malencarados. La AD y el Copei de la época ‘bipartidista’ eran niños de pecho al lado de la arrogancia y sectarismo de esos señores.
El régimen retomó durante la pandemia del Covid-19 (no encontró momento de mayor debilidad) el ancestral plan de pulverizar los partidos con una modalidad novedosa: no los ilegaliza en bloque, como hizo por ejemplo Marcos Pérez Jiménez, sino que dinamita lo que queda de ellos para construir sobre sus escombros una ‘oposición’ oficial, acoplada a los intereses del gobierno.
Elimina de Primero Justicia a los dirigentes más tenaces e incómodos dejando con el nombre y los símbolos de la organización a unos caballeros domesticados y mimetizados frente a Miraflores y al Psuv.
El mismo patrón lo utiliza con AD, la agrupación política más importante de la historia nacional; ahora el gobierno pretende defenestrar a la combativa Laidy Gómez, gobernadora de Táchira. A UNT, partido al que no puede calificarse de extremista o intolerante, lo mantiene bajo amenaza permanente.
El estilo con Voluntad Popular ha sido más recio. A esta agrupación le han dado sin contemplaciones. Su dirección nacional casi completa se encuentra refugiada en embajadas, en la cárcel o en el exilio. El ensayo del método comenzó hace algunos años con la legítima dirección nacional de Copei, cuando el gobierno les entregó el partido a unos personajes que no se sabe si alguna vez militaron en la tolda verde.
Sin duda que los partidos políticos opositores se han equivocado mucho, y en algunos casos de forma grave. Admitir esta verdad tendría que ser el punto de partida para su rectificación. Pero, una cosa es aceptar los defectos y fallas, y otra muy diferente es complacerse cayéndole a dentelladas a los partidos opositores y a Juan Guaidó, su líder más destacado, con el fin de encumbrar a quienes de forma humillante se acercan al poder a recibir las migajas que este les tira.
Deleitarse calificando a la oposición venezolana como la ‘peor del mundo’ no es muy edificante que se diga, ni contribuye en nada a mejorar la precaria situación en la que se encuentran la democracia venezolana y todo el tejido social que una vez le sirvió de sustento: sus partidos, sindicatos, federaciones patronales, gremios, ligas campesinas, asociaciones estudiantiles y organizaciones sociales independientes. Al igual que el régimen se propuso pulverizar los partidos, lo mismo hizo con el resto de las formaciones sociales. Y lo ha logrado. Ese detalle no puede ser obviado en el examen del estado de los opositores.
No le encuentro sentido decir que la oposición cubana es mediocre porque no ha logrado sacarse de encima a la tiranía que la ha sometido durante sesenta años. O despreciar a los demócratas de Corea del Norte o Irán, países donde el totalitarismo ha causado estragos. Opto, más bien, por intentar entender la complejidad de combatir regímenes totalitarios que cierran todos los espacios democráticos.
@trinomarquezc