Antifa, y otras palabras de moda
En estos días, lo que está tronando en las noticias es el cúmulo de manifestaciones violentas que han surgido en muchos países del orbe en razón del asesinato, en Minneapolis, asfixiado por un agente policial, de un ciudadano de raza negra. Desde ya, dejo claro que ese delito no debiera quedar impune y que tiene que ser castigado por un tribunal penal de la ciudad en la que se cometió el crimen. Porque toda vida humana es sagrada. Desde tiempos inmemoriales y en todo el planeta. Y siempre será así tanto por imperativo de la ley natural como por los mandamientos al respecto en todas las religiones del mundo. A nosotros los católicos se nos enseñó que “estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios”. Y eso es suficiente: cuando se atenta contra una vida, se atenta contra una obra del mismo Creador. Y contra Él, quien tiene que sentirse ofendido.
Pero eso es una cosa, y lo que está sucediendo es otra muy distinta: algunos grupos están intentando sacar provecho político de esa tragedia. No porque les duela el muerto en sí, ni que haya habido (como hubo) el empleo de una fuerza brutal descomedida en la aprehensión del sujeto. Lo que se busca, lo que necesitan, es subvertir el buen orden por razones inconfesables. Para eso, empezaron a fomentar, y siguen fomentando, desórdenes en ciudades distantes del lugar del hecho. En otros países donde no existen tensiones raciales notorias entre diferentes grupos étnicos. De eso es de lo que vamos a tratar hoy: de diferentes agrupaciones que tienen como fin la demolición del estado de cosas actual y, según ellos, reemplazarlo por una sociedad y un Estado más justo, lograr el paraíso en la Tierra. Si lo sabremos los venezolanos…
El grupo sedicioso que ha sonado más es Antifa. Una asociación política de extrema izquierda conformada por diferentes subgrupos que actúan autonómicamente, y que —según ellos— se oponen al fascismo y otras ideologías de extrema derecha mediante tácticas militantes no exentas de violencia. Estamos en presencia de un intento de insurrección en el cual han estado trabajando desde hace mucho tiempo. La orquestación es tal que, a pocas horas después del asesinato de Floyd —no solo en las grandes ciudades de los Estados Unidos, sino de otros continentes—estallaron manifestaciones violentas, con saqueos incluidos, para apoyar el Black Lives Matter. El nombre “Antifa” no es original. Viene de la Alemania de los 30 del siglo pasado y no era sino el acortamiento de una palabra en ese idioma: Antifaschistisch (antifascista). La Antifaschistische Aktion fue el nombre que adoptó una agrupación que se formó en 1932 por la preocupación que sentían muchos por lo que —dirigido por Benito Mussolini—se había desarrollado en Italia a partir de 1922. Su objetivo era oponerse a “un sistema gubernamental dirigido por un dictador que tiene todo el poder, que suprime por la fuerza a toda oposición o crítica, que regimienta la industria y el comercio y que pone énfasis en un nacionalismo agresivo a, a menudo, en el racismo”. Que, si a ver vamos, describe al régimen que nos ha tocado sufrir a los venezolanos los últimos veintidós años.
Lo criticable aquí es que, al igual que lo que han hecho con otros términos, han alterado, enturbiado, su significado. Acusan a otros de oligarcas, pero quienes de verdad gobiernan llenos de dinero son ellos, un puñito de personas. Homúnculos más bien. Pues bien, quienes actúan como fascistas son, precisamente, quienes acusan a otros de serlo. Los activistas que dicen ser “antifas” apoyan el socialismo, el comunismo y el anarquismo. Se disfrazan, actualmente, en Estados Unidos y en Europa, de grupos que luchan contra los “supremacistas blancos”; pero, en realidad, lo que intentan es causar disrupciones del orden general mediante altercados sociales, agresiones físicas y vandalismo. La prueba está en que no se limitan a saquear productos, sino que al final de la faena, incendian el local.
El segundo nombre propio que hay que analizar es el del movimiento Black Lives Matter. Aunque en su fachada se muestra como una organización pacifista que busca la redención de la raza negra en los Estados Unidos, en realidad es otra agrupación siniestra del marxismo internacional. Lo que buscan es acabar con la economía liberal actual y con su consecuencia, el capitalismo. Para ello, necesitan acabar con el Estado de Derecho. Algo así como lo que aquí intenta el régimen con la complicidad del Tribunal de la Suprema Injusticia. En la práctica, quienes sufren más sus acciones y se ven más perjudicadas son las personas que, supuestamente desean proteger: los pequeños propietarios que ven cómo se convierte en humo lo que fue el fruto de su esfuerzo de muchos años.
Antifa y BLM no son sino nuevas apariencias de algo que se pensaba desaparecido desde los 70 del siglo XX: el Black Panther Party, una organización revolucionaria socialista que, al igual que los de hoy, se mimetizan como defensores de los más desvalidos de la raza negra para tratar de imponer su ideología. Pero que nada los diferencia, aparte del color, de los tankies, aquellos apologistas de la violencia y los crímenes de lesa humanidad que cometió la URSS en Hungría y Checoslovaquia en los años 50 apoyada en sus divisiones blindadas (de allí ese nombre despectivo).
Se me acabó el espacio y me quedó en el tintero un término más: deep state. Recomiendo a los lectores (si es que alguno ha llegado a esta altura del escrito) que averigüen por su cuenta su significado. Pero que, por sobre todo, no pierdan de vista lo avieso de la jugada subversiva: para lograr sus fines, se están aprovechando de un cisne negro aparecido últimamente: la pandemia del coronavirus. Como esta ha vuelto flecos mucho de la economía, de repente se les presentó una oportunidad para lograr su objetivo de destruir a los países occidentales y facilitar la primacía de sus mentores: Rusia y China. Venezuela, Cuba y Nicaragua, sus peones, ponen la carne de cañón en las calles del imperio meeesmo, como hemos visto por los medios…