Sugar Daddy y Sugar Baby en Venezuela
Como hombre de 40 años, felizmente divorciado, que ya tuvo los hijos que quiso tener, económicamente estable y profesionalmente realizado, veo la figura del Sugar Daddy como una institución respetable e incluso como una opción interesante para ser tomada como estilo de vida (no pensaba así a mis 20 años).
El Sugar Daddy es un hombre que a partir de sus 38 años de edad establece una «relación romántica reglamentada» con una mujer atractiva de 18 (o más años) pero que obviamente ella tiene edad como para ser su hija o nieta, es decir, es 20 o más años más joven que él. La reglamentación de este pacto azucarado consiste en el intercambio o beneficio mutuo. O sea, el caballero provee apoyo económico y la dama beneficiada, conocida como Sugar Baby, voluntariamente brinda su compañía afectiva.
En inglés la palabra «sugar» significa azúcar pero especialmente para los estadounidenses se refiere al tesoro o «la cosa más apetecible». En este caso, el hombre tiene dinero y la mujer tiene belleza y juventud. En el siglo XXI ha nacido el neologismo o palabra nueva de sugar daddies (papis de azúcar) y sugar babies (nenas de azúcar) porque se ha vuelto muy famosa esta modalidad de unión afectiva en el país del norte que siempre influencia con su cultura al resto del mundo.
Sin embargo en Venezuela, donde el uso de un verbo intolerante y castigador (lengua viperina o lengua de hacha) forma parte de nuestra cultura nacional, hace décadas existe el sugar daddy bajo la descripción de «viejo verde con empatado con una chama».
En mi adolescencia, vivida en el antiguamente próspero norte de Maracay (1990-2004) tuve trato con muchos sugar daddies (italianos, españoles, portugueses, chinos, árabes) que eran los adinerados de la ciudad (banqueros, empresarios, grandes propietarios) y andaban con sus sugar babies. En aquel tiempo yo también comenté: «miren a ese viejo verde».
Lo cierto es que toda unión entre hombre y mujer es un contrato que comprende derechos y obligaciones, pues así lo estipula la Constitución, el código civil y la lógica. De allí que abiertamente declaro que la relación de los y las «sugars» no tiene nada que ver con prostitución. Por el contrario más bien se parece al matrimonio pero tal vez con condiciones más claras, directas y sinceras. Es válido todo acuerdo que no esté prohibido por la ley y que se haya celebrado entre personas mayores de edad.
¿O acaso el matrimonio está desprovisto de interés económico?
¿O acaso no acontecen divorcios por insatisfacción económica sobrevenida?
Puedo aseverar fehacientemente que el divorcio ha sido para muchos hombres el remedio perfecto para terminar con años de inmenso desangramiento económico. Y que, ya en libertad, hemos «saneado» nuestra economía.
Confieso que en mi actual etapa de sugar daddy (o si usted prefiere, llámeme «viejo verde») me siento extraordinariamente rejuvenecido, aunque nunca faltará quien critique a quien vive a lo «sugar».