Mitos en cuarentena
El país vive de los mitos. Los mitos y los mitómanos, claro está, abundan y crecen como la verdolaga, hasta de manera silvestre; y mucho más en la situación de inmovilización y confinamiento en la que vivimos, con demasiado tiempo de ocio. Sin mencionar los mitos que se tejen con relación a la covid-19 y el coronavirus, en materia política seguimos incrementando nuestro acervo mitológico.
Hace varios años escribí sobre algunos de los mitos que pueblan la mentalidad política del venezolano. Cosas como: “Adeco es adeco hasta que se muere”. “El pueblo nunca se equivoca”. “La política y los políticos son todos corruptos”. “Los partidos, como los conocemos, son indispensables”. “La sociedad civil es una fuerza telúrica en política”. “Los técnicos y militares gobiernan mejor”, y una lista inagotable. El peso de la realidad fue acabando con esos mitos y dejándonos desamparados en un desierto en el que damos vueltas y vueltas sin terminar de atravesarlo. No es el caso volver sobre lo dicho.
En este predicamento, a veces evasivo, en el que estamos, ahora hemos pasado a esperar la intervención de alguna fuerza externa y misteriosa que suspenda las leyes naturales y que, más allá del mundo de lo tangible y de lo conocido, produzca los cambios que anhelamos. Es decir, esperamos que se produzca algún “milagro”. O en su defecto, que es casi lo mismo, una intervención extranjera o una implosión del chavismo que nos libre de hacer lo que solo nos corresponde a nosotros a partir del trabajo político, duro, eficiente, a nivel popular. Pero mientras algo ocurre, seguimos creando y alimentando mitos.
Esos mitos muchas veces acarrean graves consecuencias. Por ejemplo, la combinación de estos dos: “Somos un país rico” y “todos los políticos son corruptos”, –que están entre los más grandes que hemos tenido, con los que crecimos y criamos generaciones enteras– sirvió de trampolín para que llegaran al poder los que hoy nos mal gobiernan y han destruido al país. A partir de allí, “ayudados” por los interesados, desarrollamos muchos otros; uno de los más “populares”: el de la invencibilidad de Chávez Frías, quien ganó un proceso electoral en 1998 con un apoyo efectivo de tan solo el 15% de la población del país y gracias a una abstención del 37%, y ese fue el mejor resultado de todos sus procesos electorales. Pero ese no fue el único mito y ahora mismo crecen varios.
“A los venezolanos todo el mundo nos quiere porque somos simpáticos y ocurrentes”, “nos destacamos porque tenemos un gran sentido del humor” ese par de mitos, los hemos estado escuchando durante estos últimos años, desde que creció la emigración o la mal llamada “diáspora”. Ese mito, llamémoslo el de la “avasallante personalidad” del venezolano, se fue derrumbando en la medida en que los pobladores naturales, de los países que nos recibían, se fueron sintiendo desplazados en sus trabajos, profesiones o invadidos en sus condominios por atropellantes compatriotas, algunos de ellos alardeando de sus bienes de fortuna, remembranzas de aquel “ta’ barato, dame dos” del que hacíamos gala cuando recorríamos el mundo como turistas y que tras vacaciones –algunas muy dispendiosas–, regresábamos al país cargados de las más diversas mercancías. Menos mal que gracias también a miles de compatriotas, verdaderamente trabajadores incansables, útiles profesionales, muy brillantes algunos, sirvieron de contrapeso al primer grupo y gracias a los segundos aún somos bien recibidos y apreciados en el exterior.
Otro mito de estos días es el mito de Wilexis. Un hampón con múltiples delitos y asesinatos en su haber, pero que ahora está siendo glorificado y ya algunos disimuladamente lo promueven políticamente y no tardan en proponerlo para presidente –nada tiene de raro después de haber tenido en ese cargo a un militar fracasado y a un sindicalista reposero–. Algunos hasta tratarán de elevarlo a los altares. Todo porque alguien dijo, seguramente inventando, que la lucha cruenta que tiene montada para ser el amo de Petare es porque se opone al “régimen”, al mismo régimen que lo armó y toleró para que, convertido en azote de barrio en el extremo más el este de la ciudad, ayudara a controlar a su población. Ahora le atribuyen tuits, videos y audios, que seguramente no escribió, ni grabó, en los cuales con estereotipada voz de malandro de Radio Rochela y sofisticado lenguaje de “pran” que denota que reside como mínimo en Chacao o El Cafetal dirige inflamadas proclamas en contra del régimen y advierte a sus secuaces que gobiernan al país del mal del que se van a morir. Lo grave no es que se haya inventado que él realice esos tuits, sonidos o videos, lo grave es que a alguien se le haya ocurrido hacerlos y a muchos otros creerlos y difundirlos.
Pero el mito más reciente es el de los “héroes” del llamado “macutazo”. Aun cuando no comparta algunas ideas y acciones, siempre que se propongan acabar con la tiranía, estoy de acuerdo en que se deben respetar todas las opciones individuales, sobre toda aquellas en las que los involucrados se arriesgan personalmente. Pero, de allí a admirar como a héroes a los protagonistas del desembarco en cuestión, hay una diferencia. Algunos ya están en ese camino de convertir en héroes a sus protagonistas, que por lo demás no tiene nada de raro, pues al “héroe” del Cuartel de la Montaña, que fracasó en un intento y sanguinario golpe de estado en 1992, como dije más arriba, el 15% del país –si descontamos abstención y quienes votamos por otro candidato– lo premió convirtiéndolo en Presidente de la Republica en 1998, posición desde la cual él destruyó las instituciones democráticas y la economía del país y se convirtió en poco menos que un dictador.
No es el caso ahora desmenuzar la caterva de errores que condujeron a lo ocurrido con los desembarcos de mayo y sus lamentables consecuencias para una oposición que ya tiene muchas equivocaciones y cosas de que preocuparse. Ya otros se han encargado de eso. Pero sí es momento de lamentarse y reflexionar acerca de que esos mitos –que en política construimos y engordamos– no pueden seguir siendo la base sobre la cual se planifiquen y construyan las estrategias opositoras para salir de este oprobio.
Politólogo