El largo camino del regreso a la democracia
Si hubiera que resumir en una palabra el proceso de transición democrática de México esta sería gradualidad.
Para comprender el siglo XX mexicano se debe tomar conciencia que estuvo marcado no sólo por un largo proceso de democratización, sino que esta fue una etapa posterior a un proceso también fundamental: la pacificación. En la Revolución de 1911 se derrota a Porfirio Díaz, y con el triunfo vendrían las disputas a muerte entre las facciones de los distintos líderes de la Revolución. Esta situación traería como consecuencia que el primer cuarto del siglo XX mexicano estuviera marcado por el conflicto que arrastró consigo a varios líderes de la Revolución.
En claves del presente se pudiera caracterizar al México post revolucionario como un Estado fallido, o al menos bastante frágil.
El asesinato de Álvaro Obregón en 1928 marcó un punto de inflexión, forzó a su aliado, y entonces presidente, Plutarco Elías Calles a tomar un conjunto de acciones políticas que detuvieran el ciclo de violencia. Una de las jugadas clave que lideró Calles fue la fundación en 1929 del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecesor del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Con un partido que aglutinara a todas las fuerzas de la Revolución la lucha por el poder se canalizó dentro de un conjunto de acuerdos institucionales, acabando así con la guerra de caudillos.
La tarea no fue fácil, pero Calles logró su cometido, instaurándose así en México un sistema caracterizado por un partido hegemónico y un gran poder concentrado en el presidente del país. Como era de esperar, esto trajo como consecuencia que la lucha por el poder se diera en Palacio, habiendo episodios de cambios de élites internas en el poder, siendo quizás la más emblemática la que marcó el conflicto entre Calles y Lázaro Cárdenas. Pero más allá de esos conflictos el país se pacificó, la política se hacía dentro del partido, y dentro de ese marco se encausaron todas las fuerzas organizadas del país, obreros, campesinos, empresarios, medios, y en general la sociedad, era parte de el entramado del partido oficial.
La desigualdad, las contradicciones del sistema, el contexto internacional, y la falta de competencia electoral fueron sembrando el camino del descontento. Pero debe decirse que ese descontento no se canalizó por la vía de la destrucción del sistema, sino por la transformación de este. Las demandas de la sociedad en general eran reformitas, no revolucionarias. La élite en el poder no hizo la lectura adecuada, no sólo minimizó las demandas de la sociedad, sino que, sintiéndose traicionada, respondió desproporcionadamente. En ese contexto México fue testigo en 1968 de la masacre de Tlatelolco, ese día, tanto internamente como en la sociedad en general, algo se quebró.
Desde ese momento, y más allá de la tentación de algunos grupos por tomar la vía armada como mecanismo de confrontación con el oficialismo, empieza en México un largo camino de democratización que tres décadas después conduciría a la llegada del PAN a la presidencia del país.
Ese proceso específicamente se centró en el plano electoral, comenzando en 1977 con la primera reforma electoral importante, a la cual le seguirían otras cuatro hasta el año 2000. Para comienzos del siglo XXI México había dado pasos importantes para cumplir con una condición necesaria, aunque no suficiente, para consolidar una democracia, la competencia electoral. Con vaivenes logró la pacificación e inició la democratización.
¿Qué elementos pueden tomarse del caso mexicano para analizar el contexto actual venezolano?
Lo primero es que el punto de partida de México fue un contexto de una alta conflictividad entre facciones, y en general de un Estado frágil. Algo similar ocurre hoy en Venezuela. Si bien la lucha de facciones no es tan evidente no cabe duda sobre la fragilidad del Estado venezolano y la alta conflictividad entre grupos de interés (muchos de ellos vinculados a los negocios ilícitos). ¿Es la solución para Venezuela un largo camino de democratización desde un partido dominante? Pensar en décadas de reformas electorales puede parecer lejano, pero no por ello se debe descartar a cambio de revoluciones utópicas.
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