El entronque del poder con las pandillas
Los tiempos de guerra pueden forjar extrañas alianzas. Después de todo, “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, dice un refrán.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico y los Estados Unidos se aliaron con la Unión Soviética de Stalin, probablemente el adversario más peligroso, antes de que a Hitler le diese por invadir a sus vecinos. Pero una alianza menos conocida surgió cuando las autoridades militares de los Estados Unidos reclutaron la cooperación de uno de los pandilleros más conocidos de la historia, Charlie “Lucky” Luciano, quien, viendo la oportunidad de mejorar su situación, accedió a prestar sus servicios.
¿Quién era el pandillero, objeto de esta audaz operación? A los 14 años, Charlie, como ya era conocido, abandonó los estudios para trabajar como repartidor en una tienda de sombreros ganando siete dólares a la semana. Sin embargo, cuando ganó $244 jugando a los dados, decidió que el trabajo honesto no era rentable y que él podía obtener dinero más fácilmente. Al poco tiempo ya tenía su propia pandilla y, además de pequeños robos, ofrecía protección a muchachos judíos para defenderlos de sus vecinos irlandeses. En 1919, cuando el Senado Americano ratificó la enmienda constitucional que ilegalizaba la producción, distribución y consumo de bebidas alcohólicas propició la aparición de un mercado negro del alcohol, Luciano aprovechó la oportunidad enriquecerse.
No se limitaba a la práctica del contrabando, sino también al robo, la extorsión y, especialmente, a la prostitución. Mandó a eliminar a los principales capos sicilianos en la Gran Manzana y se convirtió en la figura dominante del crimen organizado en los Estados Unidos. Ser el jefe de la mafia, obviamente, le atrajo la atención. Durante los primeros años de su “reinado”, y ya con el apodo de “Lucky”, cuya traducción es “afortunado”, comenzó a dejarse ver en los mejores locales de la ciudad, del brazo de actrices famosas, entre ellas la despampanante Marilyn Monroe, quienes lucían esplendorosas joyas y siempre tenían en sus manos un cigarrillo conocido como Lucky Strike. Se dice que controlaba unas cinco mil mujeres entre Nueva York y Washington.
Las autoridades, conocedoras de los negocios sucios del mafioso italiano, al fin decidieron hacer algo al respecto. Thomas Dewey, un fiscal especialmente nombrado para perseguir el crimen organizado, llevó a cabo una investigación sobre los negocios del italiano. En febrero de 1936, durante una redada en 200 burdeles en Manhattan y Brooklyn, más de un centenar de personas resultaron detenidas. Tres de ellas confesaron formar parte de un círculo cuyo responsable final era Luciano. El 7 de junio, este fue encontrado culpable de 62 cargos de prostitución forzosa y sentenciado de 30 a 50 años, en compañía de varios de sus compinches. La buena vida de uno de los más célebres mafiosos parecía terminar para siempre. Todo cambió el 7 de diciembre de 1941 cuando las fuerzas aéreas y navales de Japón atacaron la base naval de Pearl Harbor, y los Estados Unidos decidio entrar en la II Guerra Mundial.
Una de las primeras preocupaciones del gobierno norteamericano era la actividad de los submarinos alemanes en el Atlántico que, a principios de 1942 aún se encontraba en ascendencia a pesar de la implantación de los convoyes, llegando a hundir más de dos millones de toneladas al mes durante la primera mitad del año. Debido a que muchos de los barcos eran interceptados al poco tiempo de zarpar de Nueva York, los americanos comenzaron a sospechar que los alemanes tenían agentes infiltrados en los muelles. La inteligencia naval situó agentes en el puerto para intentar averiguar algo, pero lo único que encontraron fue un sólido silencio.
Ante el mutismo de los trabajadores portuarios, la inteligencia naval americana decidió aproximarse a los jefes de la mafia para solicitar su colaboración. Oficialmente, nunca hubo un trato, pero, el destino final de Luciano, pareciera señalar lo contrario.
El comandante Charles R. Haffenden creó la Operación Underworld, Inframundo, para investigar la relación entre la Cosa Nostra y los sabotajes en los muelles. Como un primer paso, los agentes navales se acercaron a Joseph Lanza, jefe del Mercado Fulton y aliado de Luciano, pero este rechazó cualquier colaboración sin la autorización del Capo encarcelado. Según Meyer Lansky, que era judío y odiaba a los nazis, fue él quien intercedió para lograr un acuerdo. Los detalles permanecen oscuros, pero lo cierto es que durante el resto de la guerra. no volvió a ocurrir ningún accidente, ni huelga, en los muelles.
Pero la relación no terminó con los estibadores de Nueva York. En julio de 1943, mientras los aliados se preparaban para llevar a cabo la invasión de Sicilia, los militares pensaron, correctamente como se pudo comprobar, que los contactos de Lucky Luciano en su tierra natal podrían ser de utilidad para los desembarcos. Una nueva petición al mafioso consiguió la cooperación de las familias locales, quienes no solo enviaron fotografías de las playas de la isla, sino que, una vez llegadas las primeras tropas norteamericanas, les proveyeron de guías y de sus propios soldados para eliminar los puntos de resistencia nazi. Tanto era el respeto y admiración que los sicilianos sentían por Luciano que la sola mención de su apellido por los estadounidenses, les ofrecía la mayor colaboración.
El gobierno americano nunca admitió haber recibido ayuda de Luciano, pero este fue liberado cuando solo había cumplido 10 años, de los 30 a que había sido sentenciado. Lucky Luciano fue deportado a Italia y durante unos meses, entre 1946 y 1947, residió en La Habana. El mafioso falleció el 26 de enero de 1962, en el aeropuerto internacional de Nápoles, mientras esperaba a un productor de Hollywood, quien estaba interesado en filmar una película sobre su vida. En los corrillos políticos mundiales se comenta que, cuando un gobierno quiere hacer algo “non sancto”, sus mejores aliados son los delincuentes.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE