Del mito a la posverdad
Algunos suelen afirmar que los políticos siempre andan en la búsqueda de un mito que contribuya a fortalecer sus corrientes políticas. Si al hecho al que recurren, que debe corresponder a un pasado remoto, está cargado de alguna gesta heroica mucho mejor y si, además, el evento es muy difuso, impreciso y verosímil, entonces el mandado está hecho.
La sociedad venezolana en algo se parece a esos seres encadenados que Platón describe en el Mito de las Cavernas; apenas pueden presumir observar una realidad superficial, sombras falaces que no les permiten apreciar con exactitud la realidad. Así ha venido transcurriendo la vida del venezolano. De un lado, esperan verse reivindicado por el socialismo y, por otro, esperan una patada histórica que eyecte del poder a Maduro. Del “Chávez vive” al “Vamos bien”, del “País potencia” a “Es ahora.”
No votes
Unos de los más inútiles esfuerzos por crear una verdad fue la de torpedear la participación electoral en el 2018. Los teóricos del oeste junto a unos que suelen autodenominarse dirigentes construyeron una ficción respecto de la cual siguen sin excusarse de tan vergonzoso fracaso.
Ejerciendo prácticas del neolítico, un trueque del no voto por intervención de marines. Idearon una ficción según la cual la ausencia en las urnas abonaría el camino para que fuerzas multinacionales anclaran en mar territorial para sacar por la fuerza al oprobioso régimen madurista. Han transcurrido dos años y algunos incautos y otros no tanto siguen aferrados a la llegada de una ayuda para saldar unas cuentas que no han sabido cobrar.
30 de abril
Todos, al menos eso sospecho, recordamos como el 30 de abril del año pasado cuando el alba nos sorprendió con algunos actores políticos que, rodeados de uniformados verde oliva, pretendían interpretar héroes míticos en los albores del siglo XXI.
Allí dos personajes de la política criolla con poses de mariscales de campo, quizá uno interpretando a Bolívar y otro a Sucre, o tal vez se identifiquen más con los generales George S. Patton y Dwight Eisenhower, intentaron construir un hecho ficticio: un alzamiento militar y la consecuente caída del régimen de Maduro.
De nuevo la apelación a las emociones. Muy profundamente desconectada de la política, de la realidad existente en los cuarteles y escogiendo como locación de la épica batalla La Carlota, condujeron a la oposición a un nuevo fracaso. Otro más. No hubo batalla en La Carlota, allí nunca estuvieron y los parodiadores de héroes huyeron y dejaron a ciudadanos sin conducción en una nueva refriega en la autopista Francisco de Miranda.
En ambos casos, los promotores de esa política han apelado a las emociones más que a la verdad, a los hechos objetivos. En los dos momentos se actuó descaradamente para crear, modelar e influir en la sociedad para provocar actitudes sociales que respaldaran, en cada momento, una ficción. “El que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad».
De la idea de emparentarse a un héroe y tratar de parodiarlo en un evento épico (recrear un mito), la política venezolana ha pasado al ejercicio de una política posfactual (posverdad), que apela a la emotividad de la sociedad, pero desligada de la realidad. De allí que ni cerca del “hombre nuevo” ni próximos a “la transición”.
@LeomoralesP