De vuelta con las palabras
En esta pandemia que nos tiene encerrados —haciendo más pandiculaciones que ejercicios— ya va siendo hora de que, por elemental justicia, se les haga un reconocimiento a los héroes que portan como emblema un caduceo. Me refiero a los médicos, enfermeras, camilleros y demás trabajadores del sector salud que trabajan con denuedo —y sin mucho apoyo de un régimen que, aparte de vomitar estadísticas falsas, no hace mucho— para que el bendito coronavirus, que ya ha deflagrado entre nosotros, no se extienda más. Mientras no haya una vacuna que lo contrarreste, no hay un sucedáneo para el aislamiento. Es que cuando toca, toca; como decía el policía de mi pueblo cuando debía detener a alguien y hacía alegatos para evitar su arresto.
Ahora, pasemos a comentar algunos términos que utilicé al escribir el párrafo anterior. No necesariamente en el orden en el que aparecieron.
Empecemos por “caduceo”. Según el mataburros, este es una “vara delgada, lisa y cilíndrica, rodeada de dos culebras, atributo del dios romano Mercurio y empleada hoy como símbolo del comercio”. Añado yo —atrevido que soy al intentar corregir a los académicos de la RAE—: y que tiene en su parte más alta, dos alas desplegadas. El término nos llegó, por la vía del latín, del griego karykeion, de karyx, que traduce «heraldo”. Porque Mercurio (Hermes para los griegos), servía de heraldo a los dioses. O sea que todos empleamos equivocadamente la palabra. Y el símbolo. Puesto que el que de verdad corresponde a la profesión médica es el bastón de Esculapio, que solo tiene una serpiente enrollada en él, y no incluye alas. En todo caso, sea que lleven como emblema el de una serpiente o el de dos, merecen nuestra gratitud por los peligrosos esfuerzos que hacen.
Lo que nos lleva a la segunda palabra: “emblema”. Su segunda acepción en el DRAE nos enseña que es una “cosa que es representación simbólica de otra”. Creo que también se quedan cortas sus señorías, pero no sería de buen gusto criticarlos dos veces en un solo escrito. Pero sugeriría que le agregaran explicaciones diciendo que se emplea como forma heráldica para identificar una entidad, empresa, religión, institución y hasta una idea. Su sinónimo es “símbolo”. Ambos términos nos llegaron de un verbo griego que le regaló varias palabras al castellano. Y a algunos otros idiomas. Me refiero a ballein, que traduce como “lanzar”. “Emblema” surge de emballein (insertar) y “símbolo” de symballein (poner juntos). Otras del mismo padre son “parábola”, “metabolismo” y “jabalina”, (que es algo que se lanza). Y, sorprendentemente, “diablo”. Diabolos literalmente significa “calumniador”. O sea, un Maduro cualquiera.
Ya al comienzo, catalogue de “héroes” a quienes dan su concurso para aliviar el morbo que está de moda. Y emplee bien el término porque según el diccionario, en su primera acepción, designa a una “persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble”. La palabra viene del griego heros, que en un principio estaba reservada como apelativo para aquellos seres que eran procreados entre un dios, o diosa, y un ser humano. Eran más que humanos, pero menos que dioses. Pero se les rendía culto. Hércules era uno de ellos, porque era hijo de Zeus y Alcmena, una mortal. Aquiles era otro, hijo de Peleo, el rey de los mirmidones, y la ninfa Tetis. Eneas también: era hijo de un príncipe, Anquises, y de Afrodita. Con el tiempo, desde la guerra de Troya en adelante, “héroe” pasó a significar “guerrero denodado”. Que son nuestros amigos de la salud pública.
Al comienzo emplee el verbo “deflagrar”. Su definición es: “Dicho de una sustancia: Arder súbitamente con llama y sin explosión”. Vale decir, es distinto a “detonar”. La diferencia está en la velocidad de ignición. La pólvora deflagra, la dinamita y el TNT detonan. “Deflagrar” nos viene del latín mediante la combinación del prefijo intensificador “de” con “flagrare”, quemar. Mientras que “detonar” llega del latín “tonare”, que traduce como “tronar”. Se emplea para calificar las explosiones violentas en las cuales su onda expansiva se desplaza a velocidades supersónicas. Emplee “deflagrar” de manera figurada, no literal. Porque quería significar que menos mal que el bicho chino no se ha propagado (todavía) con una onda colosal. Pero no por ello menos peligrosa. Si nos descuidamos, nos detona en la cara…
Dejé para lo último una palabra que tiene a muchos lectores rascándose la cabeza: “pandiculación”. Es una palabra “fisna” para la acción de estirarse o desperezarse. Esa cosa que, junto con los bostezos, hacemos al despertarnos en las mañanas los humanos y los animales. Con decir que hasta el ilegítimo —que no es muy racional que digamos— hace pandiculaciones… La palabra viene, también, del latín: “pandiculatus” es el participio pasivo de “pandiculari”, estirarse. Este último verbo deriva de otro, pandere”, que nos dio “expandir”. Que es algo que no queremos que haga el tal Covid 19. Así que, junto con el reconocimiento a todo el personal que desde hospitales, clínicas y ambulatorios se fatiga e incurre en peligros para que nosotros nos mantengamos con salud, vaya mi admonición: por unas semanas más, quédense en casa, solo salgan cuando sea estrictamente necesario.
Otrosí
Presento por este medio mis mejores y más sinceros agradecimientos a todos aquellos que se unieron al homenaje que hice la semana pasada a mi difunta esposa, Eddy. Fueron muchísimos los correos y los mensajes por los medios alternativos que recibimos mis hijos y yo. Tantos, que es imposible agradecerles individualmente. Para todos ellos, Dios se los pague.