Dale, que no viene carro…
En medio de la convulsionada actualidad venezolana hay frases que son punzantes en términos de su interpretación o de su inferencia.
Decir hoy día «dale, que no viene carro…» es una expresión que puede tener significado temerario, dado el peligro que puede haber ante un cruce de carros con un orden establecido de semáforos. O no. Sin embargo, esa misma locución, políticamente interpretada, da cuenta de un marullo del cual hay que salir inmediatamente. Basta con advertir que el paso está franco para continuar el movimiento que viene emprendiéndose.
Un país tan acontecido por causa de la indolencia de un régimen perverso, inconstitucional y usurpador como el que tenemos en Venezuela, no debe descansar en cruces que están libres de contingencias. O bastante despejados. Aunque colmados de toda inseguridad posible. Así que vale por derecho, decidir el avance en la ruta que se traía para no demorar el tránsito hacia un nuevo derrotero cuya amplitud permitirá toda movilidad en su más justa consideración.
De modo que ante tan compungida situación por la cual viene atravesando el vehículo, cuya determinación es movilizar a Venezuela entre parajes de difícil condición, no cabe otra motivación que transitar lo más raudamente posible. Pero fundamentalmente, al llegar a la cruda y embrollada intersección que tiene trazada la ruta. Y que no es otra que la ruta (del cambio. El hecho de atorarse en medio de contingencias tan difíciles como las actuales lo dice y justifica de modo tajante y claro.
Por lo tanto, no hay más que decir sino lo que la jerga popular ha impuesto cuando se trata de ganarle tiempo al tiempo sin que los peligros y mayores inconvenientes retrasen la decisión de avanzar. O sea, advirtiendo que la vía está despejada de estorbos. Razón para actuar según el adagio que, con justa precisión, exclama: ¡Dale que no viene carro…!