¿Qué esconde la “revolución”?
El caso Venezuela es particularmente insólito. Si bien la crisis que acució la antipolítica incitó el arribo de un militarismo oportunista, debe reconocerse que como fenómeno social provocó la animadversión del país con los partidos políticos y todo lo que sus procesos y procedimientos implicaban para la funcionalidad del país y los poderes públicos correspondientes.
Pero igualmente, dicha crisis indujo una serie de cambios en la política que exacerbaron su aplicación. Eso hizo que buena parte de dichos cambios se dieran infundidos por el radicalismo concebido a ese respecto. Y que además, exaltó el poder en manos de advenedizos, militares y operadores políticos sin mayor exactitud y conocimiento de lo que, para entonces, requería el país. Y que sigue clamando. Sobre todo, cuando el país se ha visto zarandeado por los efectos de la crisis de salud que padece por causa de la temida pandemia del Corona-virus.
La noción de cambio se transfiguró en consideraciones del más rancio y dogmático acervo. Fue entonces, ámbito de pretensiones que se tradujeron en definiciones sin contenido. Su enunciación o narrativa, provocaba el temor necesario propio para establecer un esquema de actuación política que estaría acompañado por la coerción y la represión. Tan controvertida situación fue capaz de fraguar una distancia entre el poder dominante y los estamentos oprimidos, tal como resultó. Véase hoy, por ejemplo, cómo ha “politizado” el trato de la pandemia en ciernes.
Desde hace tiempo, el régimen comenzó a configurar su modelo de subyugación apoyándose en la palabra “revolución”. Así, se sirvió de la misma para encubrir -de manera persuasiva- y con la aprehensión que inspiraba cada medida de radicalización anunciada por el régimen, toda una cadena de aducciones, substracciones, supresiones y exclusiones de las que se ha valido para maniobrar al país a su entera discreción. Pero asimismo, para imponer decisiones que trabaron la democracia, pervirtieron la institucionalidad y corrompieron la constitucionalidad. Objetivos principales que en fin, son la esencia de su menjurje político-ideológico.
Esto, naturalmente, se ha acompañado por acciones de fuerza adelantadas por la irrupción de envalentonados colectivos armados. Al lado de contingentes de “milicianos” forjados como presunto componente de la Fuerza Armada Nacional. Su creación y funcionamiento, violatorio del artículo 329 constitucional, responde al imaginario o ficticio revolucionario según el cual, su desempeño es representativo de una instancia de apoyo y resguardo al estamento político acomodado a nivel de la alta jerarquía política nacional. Decisión ésta que, además, contradice groseramente lo establecido por el artículo 328 constitucional.
Así, el régimen pudo asegurarse la necesaria desviación de expectativas y de capacidades potenciales. Pero también, la decadencia de la clase media y la aniquilación de una economía productiva y constructiva. De modo que las decisiones que siguió elaborando para su inmediata y opresiva aplicación, sólo pueden tomarse al amparo de lo que infunde el desvirtuado y temido vocablo: “revolución”. Particularmente, bajo lo que la extorsión, mencionada con el mote de “socialismo del siglo XXI”, representa y compromete.
Por eso hubo que edulcorarla endosándole el adjetivo de “bolivariana”. De esa manera, le ha sido fácil inyectarlo como complemento y recurso político a la sangre de un iluso pueblo cegado por el discurso trapacero del régimen usurpador venezolano. Por ahí puede ventilarse la respuesta a la pregunta: ¿Qué esconde la “revolución”?