Las cosas por su nombre
Una de las «técnicas» más notorias de los regímenes despóticos para dominar a sus sociedades tiene que ver con la distorsión sistemática de los significados de conceptos y palabras de resonancia política. De pronto esto suena muy abstracto, pero no lo es. Al contrario, es sumamente práctico porque consiste en la manipulación del entendimiento, de la conciencia, del lenguaje primario, para facilitar el control político y, en particular, para justificar el control despótico.
Lo hemos visto y padecido en la Venezuela de estos años perdidos. Las advertencias o denuncias al respecto, o fueron ignoradas, o fueron objeto de burla, en medio del festín de la bonanza petrolera, y cuando ese festín acabó con la industria petrolera nacional, siguieron siendo ignoradas o despreciadas en medio de una catástrofe humanitaria de profundidad y extensión casi imposibles de estimar. El coronavirus es una desgracia, ciertamente, pero lejos está de ser la más peligrosa de las muchas que hay en la Venezuela secuestrada por la hegemonía roja.
De hecho, su potencial de convertirse en una pandemia arrolladora es consecuencia de la destrucción nacional. Y esa destrucción fue dándose por el dolo y la incuria del poder establecido, de modo paulatino, e incluso insidioso. Para ello ha sido primordial la propaganda y el discurso oficialista repleto de «palabras largas», frases con aire de solemnidad, retórica de corte nacionalista, abolición de lo bueno de la historia democrática de la nación. Y en fin el montaje de una carcasa de falseamientos – lo que los expertos llaman «narrativa» – cuya capacidad de seducción no se puede subestimar, tanto para los incautos como para los cínicos.
Tan es así que a estas alturas de la tragedia, luego de más de 20 años de despotismo hegemónico, primero más habilidoso, y después más craso, todavía hay voces «lúcidas y prudentes» que claman por un diálogo sincero que concluya en unas elecciones limpias que reconcilien al pueblo venezolano, y que aparten a los extremistas «de lado y lado»… Los que así se expresan, o están en la más remota de las galaxias, o están depredando lo que falta por depredar.
La hegemonía que impera en el país en un tinglado de carteles que representan los principales intereses de la criminalidad organizada. La macolla de la hegemonía es eso. Además del tutelaje de los patronos cubanos, que les importa un bledo la ideología con tal de tener petróleo regalado, entre otros obsequios de la pomposamente llamada «revolución bolivariana». Sin duda que todo ello se ha querido enmascarar con el cuento de una democracia participativa y protagónica, o con la tramoya de un «estado de justicia», o con la estafa del supuesto «socialismo del siglo XXI»… Puras trampajaulas.
¿Hasta cuándo se va a seguir evadiendo el llamar las cosas por su nombre?
¿Hasta cuándo se va a seguir jugando al disimulo y al equilibrismo? ¿Hasta cuándo? ¿O es que no es posible darse cuenta de que todo eso colabora con la continuidad del presente? Claro que es posible y también necesario para que por fin salgamos de este laberinto de confusiones y complicidades que ayudan a mantener un decorado más o menos defendible, detrás del cual hay lo que hay: una hegemonía despótica, depredadora, corrupta y envilecida que ha sumido a Venezuela en un abismo. Las cosas por su nombre.