Una revolución patriotera más que bolivariana
Con ingenuidad, los teóricos de la modernización suponían que las nuevas sociedades se caracterizarían por la separación tajante entre religión y política. Para decirlo bíblicamente, creyeron que el reino de este mundo se independizaría del reino de los cielos. Obviamente ello no significaba la negación de la religión como opción personal, sino que las decisiones acerca de lo público ya no se tomarían de acuerdo a preceptos religiosos y que el Estado no tendría una doctrina oficial.
En esa línea, en nuestro país se marcó un hito con la mal llamada revolución bolivariana y socialista, que permitió la instauración del Estado laico, uno de sus objetivos básicos.
Mucho avanzó desde entonces el gobierno socialista y marxista (sic), mal llamado bolivariano, especialmente con la erradicación de los asuntos de fe en el debate político y en la conducción gubernamental. Por ello sería inconcebible a esta altura de la historia suponer que, para asegurar el acceso al cargo, un futuro mandatario tuviera que intercambiar París por una misa.
Por ello también, venimos observando desde hace tiempo la apelación a las ceremonias ancestrales en los actos políticos, más como una expresión de inclusión cultural de grupos tradicionalmente marginados como un retorno a épocas remotas.
Cuando Chávez, en algunas ocasiones observamos escenas del gabinete gubernamental venezolano reunido en rezo colectivo en la plaza pública, dejando ver una de dos cosas: que el Estado no es laico, o que se utiliza la religión como un instrumento político.
Si era lo primero, entonces habría que preguntarse de qué proceso revolucionario se hablaba, cuando se supone que este debía llevar a su máxima expresión la tendencia a la secularización de la sociedad y del Estado. Si es lo segundo, entonces habría que darles la razón a quienes emplean el ambiguo término de populismo para calificar a estos regímenes.
En cualquiera de los casos, el mensaje que transmiten los personeros del régimen chavista, ahora madurista, es que el futuro político de la revolución depende más de las oraciones, que de la participación social y obviamente mucho más que de las instituciones.
A muchas personas ha sorprendido que lo más granado de la izquierda celebró una misa ecuménica por la salud del comandante Presidente, la cual de nada sirvió por las razones de todos conocida. Que la convocatoria la hizo un partido que seguía a un mesías, lo que permite interpretar, que estamos viviendo en una revolución mística, que se manifiesta con canciones patrioteras que hablan de sacrificio, martirio y no se cuantas cosas más.
Ya lo señalaba el extinto Senador Jorge Olavarría en su histórico discurso de orden pronunciado en el Congreso Nacional el 5 de Julio de 1999, cuando con voz cargada de inocultable molestia por la situación, que ya en inicios del gobierno presidido por Hugo Chávez, comenzaban a aflorar.
En aquel entonces sentenció crudamente (sic):
“Los hechos de hoy plantean ante la conciencia moral de los venezolanos de hoy la obligación de hacer algo por lo que hoy amenaza la esperanza de cambiar lo que hay que cambiar, pueden hacer y van a hacer retroceder a Venezuela a un ayer, cuyos atavismos de violencia están latentes, y sólo falta alguien que los despierte. Y alguien los está despertando.
Esa debe ser la valentía de los venezolanos que tienen que ser valientes en el siglo XXI. Para ellos, los venezolanos que hoy y ahora tenemos alguna responsabilidad, debemos tener, hoy y ahora, el valor y la decisión que se necesitan para enfrentarse a la orgía de insensatez demencial que nos empuja hacia atrás. Que nos lleva a desandar caminos andados, que nos induce a repetir errores cometidos.
Si los venezolanos nos dejamos alucinar por un demagogo dotado del talento de despertar odios y atizar atavismos de violencias, con un discurso embriagador de denuncia de corruptelas presentes y heroicidades pasadas, el año entrante Venezuela no entrará en el siglo XXI. Se quedará rezagada en lo peor del siglo XX. O retornará a lo peor del siglo XIX”.
Una indudable premonición de lo que a lo largo de estos largos 20 años ha venido padeciendo el pueblo venezolano.
La Venezuela maravillosa revestida de paz y de bonanzas, antes y ahora con Maduro, de pronto se ha visto seriamente comprometida y afectada con tantos escándalos y exabruptos, muchos de los cuales fueron denunciados aspirando a ser corregidos pero que, a la postre, han tratado de ser entorpecidos, silenciados, acallándolos con cobardes acciones y atentados contra los derechos humanos y de libertad de información.
Nicolás Maduro exhibe descarnadamente una orgía de desaciertos contra la dignidad de un pueblo, al que se le pretende involucrar en la llamada revolución, marxista y socialista (sic), mal llamada bolivariana, con torpes mensajes subliminales en la red comunicacional del Estado,con cánticos y loas a su fallecido líder máximo. Pero bajo la tutela del gobierno cubano, lo cual indudblemene es un delito de traición a la patria, que tarde o temprano deberán pagar cuado se instaure de nuevo la democracia.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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