Un régimen que agoniza
El caso venezolano permite una explicación politológica que ilustra el problema que padece el régimen por estar viviendo su ocaso. Su declinación, aunque ungida de testarudez por la persistencia demostrada, es inequívoca o infalible. No hay la menor duda de su mengua dado el bajón de fuerza que viene penando. Lo poco que soporta el tiempo que retrasa su desplome es el apalancamiento, por demás descaradamente sobornado, que le brinda la cúpula militar y grupos paramilitares sembradores de violencia. Inclusive, su estructura político-partidista se halla bastante fracturada lo que ha determinado que algunas facciones hayan retirado su apoyo a dictámenes gubernamentales enmarcados por un grosero autoritarismo que roza con un insolente desconocimiento de la norma constitucional.
El drama que vive el régimen puede medirse. Son momentos que revelan la proximidad a su impetuosa y concluyente caída. Ya inició el tránsito hacia su final. De hecho, ya vivió un primer tiempo: de negación: Fue el que gastó en argucias con las cuales buscó justificar grotescas e ilegales decisiones amparándose en un espurio tribunal supremo. Así, pretendió validar su autoridad a pesar de los exabruptos impunemente cometidos.
Luego experimentó la rabia cuando reconoció que no podía asumir por más tiempo la negación como actitud. Acá, el régimen político complicó toda intención o planteamiento de ayuda que le ofreciera cualquier agente político o factor que no compartiera su ideología.
Un tercer momento fue de negociación, cuando se dio a la tarea de animar, solapadamente, posibles acuerdos con la oposición para procurar salidas que le facilitarían remozar promesas incumplidas que alentaran esperanzas. Aunque todas fueron falsas.
Luego vino un ciclo de decadencia. Acá, el régimen comprendió la certeza de su innegable declive. Debido a esto, varió su estrategia. En consecuencia, se tornó más tramposo y conflictivo para mostrar un talante que reconoce no tener. Sus antiguos apoyos han dejado de manifestarle solidaridad. Entendieron la magnitud de problemas bajo el cual está atrapado. Sin embargo, el régimen ha apelado a los medios de comunicación para proyectar una imagen de fortaleza que no puede seguir arrogándose. Es un momento importante cuya observación debe comedirse para evitar equivocadas interpretaciones de terceros.
Y en la etapa final, o de aceptación, es cuando su defenestración es inminente. Acá se ve aterrado y desesperado ante la situación última que lo domina. Así, ha recurrido a la represión y graves amenazas como último mecanismo de control social pues perdió todo lo que le infundió su disposición de “gobernar”. Sobre todo, luego que la justicia norteamericana puso precio a la “libertad” de altos funcionarios incursos en probados delitos de toda clase.
De manera que el régimen ha quedado desprovisto de autoridad, apoyo y consistencia. Sólo cuenta con la capacidad de angustiar al país con el fin de alterar el curso de los tiempos pues el reloj se convirtió en su enemigo implacable. Es innegable que está comportándose como un abatido e iracundo estamento público pues sabe que ya comenzó su caída. Es decir, que ya conoce lo que ha de suceder. Especialmente, en un ámbito salpicado por la pandemia que azota al mundo entero. Es el caso particular de Venezuela. O sea, de un régimen que agoniza.