Salve reina
La humanidad siempre ha vivido junto con plagas, enfermedades y guerras hasta asimilarlas, aprender de ellas y superarlas. Por ello, más que un padecimiento físico estas calamidades son parte de la historia espiritual del hombre de todos los tiempos.
Cada siglo está marcado por un sinnúmero de enfermedades, pero siempre será una esa que marcará la época, el siglo y el tiempo. En su momento la llamada lepra, inicialmente conocida como gafedad marcó la vida de gran parte de la sociedad medieval, con el Cid Campeador a la cabeza.
También la tísis conocida después como tuberculosis, dejó su huella en los famélicos hombres y mujeres del siglo XIX,signados por la melancolía de una vida vivida en cámara lenta, de movimientos laxos, silenciosos y cuerpos quebradizos. Entre el humo del tabaco y las siluetas que se fueron desvaneciendo en la noche de los tiempos.
Esta peste que continuamos padeciendo y que cambia de nombre, coronavirus, en su desarrollo va a establecer, no sólo nuevas formas y maneras de relacionarse el hombre en su cotidianidad, también y fundamentalmente, la visión amplia del mundo y lo mundano.
Vendrá un tiempo de mirada interior, de mayor contemplación del ser humano consigo mismo. Al margen de eso llamado Nuevo Orden Mundial, básicamente en las estructuras político-económicas, se dará en la relación del hombre con la divinidad y su sentido de trascendencia.
Más allá del momento, que para gran parte de las sociedades aparece contradictorio y obviamente, aterrador, la otra orilla que se avizora parece ser de un brillo esplendoroso y luminoso.
Ciertamente que advendrá un tiempo donde transitaremos metidos en el laberinto cibernético donde se hablará de clases sociales en clara desigualdad de oportunidades para acceder a las ventajas tecnológicas. Eso será así y su brecha se acentuará en la medida que se permita la existencia de los regímenes totalitarios y militaristas.
Este tiempo donde el mundo entra en cuarentena es posible aprovecharlo para intimar con mayor intensidad en las infinitas posibilidades que se siguen ofreciendo en el universo de las redes sociales, que son las grandes posibilidades para establecer los iniciales encuentros de una sociedad que debe entender la tecnología de lo virtual como una realidad más tangible.
Porque ya está terminando el tiempo de vivir la realidad cibernética como un juego, un pasatiempo. En todo caso, y parodiando al profesor Todorov, la realidad virtual es hoy, una verosimilitud donde todo actante en la realidad cibernética es potencialmente una verdad creíble y sujeto de protagonismo en nuestras vidas.
La peste que marca este siglo, el coronavirus, aportará en lo espiritual, psicológico e intelectual, su visión de un nuevo mundo, una historia con sus nuevas maneras de relacionarse el hombre, tanto en lo individual como en colectivo.
Es duro este aprendizaje. Para muchos supondrá despedirse de la vida. Otros cambiarán sus viejos hábitos, costumbres y actitudes. Quizás seremos más conscientes de nuestro entorno y ampliemos nuestra visión de una hermandad que nos lleve a ser en la práctica social más amorosos, solidarios, ético-estéticos y prestos para superar las fronteras de mentalidades regionalistas.
Hoy la tecnología cibernética, con la Internet, acerca al hombre en su cotidiano existir. Hoy te puedo leer, escuchar, ver y hasta sentir y oler frente a una pantalla. Pronto, muy pronto tocarás a la puerta de mi casa real y te abrazaré. Vendrás a visitarme desde China o Kenia. Quizás me traigas como presente un nuevo dios, un nuevo maestro o nuevos santos y ángeles, que alegres y felices bautizaremos. Mientras tanto, sigo conociendo tu música, veo tu espacio donde habitas, imploro, rezo, oro y medito para que pase la peste que simbólicamente lleva por nombre una corona. Después de todo, Nostradamus, Camus, Poe y hasta García Márquez te han nombrado.
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