Las cifras de la pandemia
Lo que sabemos es que el mundo se está paralizando por el coronavirus. Eso es evidente. Es lo que ha ocupado, y con razón, todos los espacios de los medios. Cada vez los afectados van en aumento y los gobiernos se ven obligados a seguir una escalada de medidas que cada día aumentan a pasos agigantados. Los gobiernos asumen que es necesario luchar en pro de la salud, antes que de la economía, para impedir un mayor contagio.
Hasta qué punto puede llegar esta situación si no se considera el número real de los afectados en todo el mundo.
Solo se habla de los que han hecho la prueba o de los que han ido al hospital. La mayoría son personas de la tercera edad. En realidad los infectados son más para que los países paralicen todo. Sin duda, la realidad supera la información que se da en todos los medios.
Pretender no preocuparse o ver esto a la ligera es lo único que no debemos hacer. Entender los riesgos que representa esta pandemia es lo que puede salvar eventualmente las vidas. Este virus ataca al más débil. El que tiene las defensas más bajas es la víctima favorita, mas no la única. La mayoría termina sin afectarse, pero permanece como distribuidora silenciosa. Lo lleva en sus manos, en su boca, en la ropa, en todo lo que toca.
Cuando no se respetan las normas que han indicado los especialistas, se logra la propagación. Muchos, la mayoría, no sufre las consecuencias de haberse infectado, e incluso no manifiestan los mismos síntomas. Ellos son los verdaderos asesinos que aunque no aparecen en las estadística están presentes y causan daño. El infectado sin síntomas no es culpable de lo que puede ocasionar, quizás porque no ha revisado nada, porque vive en las nubes. Eso pasa. La pandemia anda suelta. Son muchos, pero muchos más. Es el caso de este hombre de 25 años.
Arturo salió del avión sintiéndose un poco mal. Nada del otro mundo, pensó ilusionado porque se iba a encontrar con sus amigos en su despedida de soltero. Todos venían de otras ciudades o de otros países. Eran cuatro, los mejores compañeros en la Universidad. Tenía un simple dolor en la garganta y en la cabeza y algo así como si tuviera asma, pero, bajo ningún concepto, permitiría que eso le arruinara sus vacaciones, las que habían preparado por mucho tiempo, con mucho afán.
Arturo vivía en uno de los países donde el coronavirus ha escogido para instalarse. Los motivos que ellos tuvieron para eso todavía no está claro. Los científicos buscan al paciente que empezó con esta cosa. En diferentes lugares, en todo el mundo andan viendo cómo eliminan al virus, bien sea difundiendo las medidas para evitar el contagio cómo son lavarse las manos con mucho cuidado, desinfectarse después de tocar superficies metálicas o plásticas, tocer sin cubrirse la boca bien sea con una servilleta o tapándose con el antebrazo. Esto no está claro en la mayoría de las personas.
La protección que se está dando para que ese huésped maléfico se siga propagando no se toma en cuenta. No estar cerca de la gente por menos de un metro es lo que casi nadie puede entender. Una serie de indicaciones que no acabarán con el virus, pero que sí evitan que se propague de esa manera tan agresiva.
La empresa donde trabaja Arturo y todas las demás habían cerrado las puertas como medida de prevención. Las limitaciones económicas eran superadas por el peligro de perder la salud.
Este hombre se sintió satisfecho con esas vacaciones gratuitas que le estaban dando, sobre todo porque podía ir por todos lados sin hacer colas, aunque lo fastidiaba un poco que ya no podía comer en su restaurante favorito. Eso tampoco estaba abierto.
Cuando fue a comprar el pasaje le preguntaron los motivos de su viaje. Dijo que tenía una emergencia familiar y mostró el certificado de salud de su compañero en el apartamento donde vivía. Pura viveza criolla. La prueba para verificar si estaba o no contaminado le quitaba un tiempo necesario para sus objetivos. Para hacer todas esas diligencias tenía que montarse en un Metro sin gente o en un autobús solitario, lo que, lejos de preocuparle, le hacía pensar que era el único dueño de todo el sistema de transporte público de la ciudad.
Finalmente, en la oficina donde fue, no había nadie. No se le ocurrió lavarse las manos cuando regreso a hacer la maleta. Mucho menos cambiarse la ropa. De hecho, se preparó un buen almuerzo. Estaba convencido que el mundo andaba en una locura sin motivo alguno. Quizás en una lucha de las potencias para demostrar quien era la mejor. El no tenía nada que ver con la caída de la economía, en todo caso ese no era su problema, allá quienes suspenden todas sus actividades para la protección de un virus.
Pasó dos días preparando el viaje, para eso tuvo que dedicarse a planificar con sus amigos y a hacer algunas diligencias algunas on line, otras personalmente. La noche anterior le empezó a doler la garganta con una tos seca. Que fastidio, pensó, venirse a enfermar en un momento así. Se tomó un calmante que tenía en el estante de su baño.
Al día siguiente tenía que levantarse temprano para ir al aeropuerto. Hizo su chequeo sin problema porque habían pocos pasajeros. Qué alivio, se dijo. En ninguna parte había cola. Lo malo es que estaban cerradas las cafeterias y restaurantes, así que se monto al avión un poco hambriento. Su deseo inmediato era la comida que ofrecía la agencia porque el viaje duraba tres horas. Tuvo la suerte de escoger el asiento que quería porque había suficiente espacio para que los pasajeros eligieran el mejor.
Arturo estaba tranquilo. No se le ocurrió ni por un momento llevar lo que se requería para desinfectar el asiento. Vio con asombro que el vecino de la otra hilera lo estaba haciendo. Se sentía peor, pero no pensaba decir nada. Sus amigos, habían alquilado uno de los pocos que estaban abiertos.
Cuando se bajo del avión iba pálido y casi no podía respirar, con una fiebre tan alta que casi no podía llegar a encontrarse con sus amigos. Tenía una dosis alta de calmantes para disimular su malestar. El pobre Arturo no tenía idea de lo que venía. mucho menos el de las personas, que tuvieron la mala suerte de contagiase con el. En apariencia era una buena persona, trabajadora, enamorado de su novia, buen hijo, buena gente. No era un maleante a pesar de todo el mal que repartió por todos lados. Era un egoísta, que terminó engrosando la estadística de los contaminados. Algunos terminaron en la sala de emergencias, otros siguieron su vida, quizás sintiéndose un poco mal, pero nada más.
Los amigos de Arturo, tan irresponsables como el, terminaron llevándolo al hospital. Lo dejaron en la entrada cuando casi no podía respirar. Le huían a una prueba que podría haberle arruinarle las vacaciones. Algunos portaban al asesino oculto habían pasado suficiente tiempo con Arturo. se les metió en el cuerpo ese bicho invisible que anda repartiendo un veneno que puede ser mortal, o que está pero no hace el mayor daño, que puede ser mortal.
En realidad formaban la lista de los contagiados pero no estaban en las estadísticas porque no tenía síntomas. Se fueron a un restaurante que todavía estaba abierto, se tomaron una pastilla para el malestar y una cerveza. Fueron al hotel y contaminaron a medio mundo, pero nadie sabía nada de ellos. Se puede decir que son unos irresponsables. Lo cierto es que andaban repartiendo al bicho. Arturo ya no representaba un peligro. Él estaba en el hospital, ocupando una cama donde podría estar otra persona. Una que se había cuidado.
A estas alturas los países habían cerrado las fronteras y suspendido todas las actividades públicas, sin importar las pérdidas económicas que representaban. Se habla de una o dos o muchas más que han entrado enfermas y han contagiado a muchos.
La pregunta es cuántos quedan sin manifestar la enfermedad. Para que lo que está pasando conlleve tantas pérdidas económicas con pocos relativamente infectados es que la situación está más grave de lo que se dice. Quizás quienes son responsables de las estadísticas hacen proyecciones para calcular a los contaminados, pero eso no se dice. Son más de los que reflejan los números, muchos más porque no se hacen las pruebas ni van a emergencias. Ellos no se cuantifican. Las estadísticas no están bien, no es lo que se publica. Está mucho más allá. La paralización del mundo refleja el riesgo alto que se corre con un virus tan contagioso. Por supuesto, muchos gobiernos están en un proceso de protección, para atajar al bicho antes de que agarre fuerza, pero muchos, quizás la mayoría, no tienen recursos para hacerlo, o están demasiado contaminados.
Quienes le ponen todo el peso al pobre turista irresponsable e ignorante, que le ponen nombre y le achacan que viene de uno de los lugares más contagiosos no ven los que también legan de otras partes y no son analizados porque supuestamente esa ciudad o país es de los que no están contaminados.
No todos los que viajan son unos irresponsables como Arturo y sus amigos. Pudo ser una persona que hizo su cuarentena antes de salir y que viajó con otros. Pudo haberse contagiado en el avión, tren o autobús donde viajaba un Arturo. Ese es una víctima no el victimario. Hay mucha irresponsabilidad y una parte de la población de una ciudad no sigue las instrucciones y se va de un lado a otro a pesar de las medidas que se imponen de permanecer en la casa, pero estos no son los únicos. Las empresas toman medidas de aislamiento y mucha gente sigue en las calles.
Por supuesto que muchos negocios permanecen de de puertas abiertas. No quieren tener pérdidas económicas. Esas no tienen que ver con medidas de aislar a la población para evitar los contagios. Lo que se debe hacer es que, países como Italia castiguen a quienes no cumplen con ayudar a que sus empleados puedan permanecer en sus casas, o estar de alguna manera protegidos. Quienes se hacen los locos y no entienden que la magnitud de esta situación puede traer consecuencias tan graves para todo el mundo esparcen el veneno.
No es un secreto que está pandemia está dislocando a la economía mundial. Más allá del personal de salud, la gente que se arriesga, para ayudar con el apoyo que deben hacer y ser los responsables. Los cambios que esto puede ocasionar a partir de estos momentos son definitivos. Los económicos, los sociales, todos los culturales. Un mundo manejado en la distancia. Lo que quede después de esto que no se sabe hasta donde va a llegar. Es algo que para los pelos. La ruina de las corporaciones serán mitigadas por los gobiernos, pero quién ayuda a los medianos y pequeños industriales o comerciales. Toda una economía bloqueada. Eso es asunto para otro tema.