La muerte negra y el fin del mundo
«Dios está sordo hoy y no se digna escucharnos, y las oraciones no tienen poder sobre la plaga» William Langland (Ledbury, Inglaterra, 1332 – 1400)
Dice Arthur Schopenhauer (1788-1860) que el hombre prudente es aquel que se anticipa al daño. Aunque Séneca (4 a. C.-65 d. C.) parcialmente le refuta y sostiene que lo que no se puede evitar, inútilmente se previene. Los europeos del año 1347 vivieron la pandemia de peste más devastadora en la historia de la humanidad. Hubo también sus coletazos terribles en las extensas estepas asiáticas. Sólo que la Historia Mundial en nuestro contexto latinoamericano privilegia con exclusividad los recuerdos de la Europa Occidental.
Desde Crimea, por las rutas de las caravanas de las sedas que conectaban Asia y Europa de la mano de genoveses y venecianos, se expandió la muerte a través de los agentes contaminantes: ratas y pulgas. La Edad Media fueron mil años entre los siglo V y XV en el ámbito geográfico europeo. La categoría “Edad Media” terminó imponiéndose porque fue una época entre la Edad Antigua (bajo el apogeo de Grecia y Roma) y el Mundo Moderno con su Renacimiento, el Humanismo, descubrimientos marítimos, aparición de la imprenta y el renacer de las ciudades a través de la práctica comercial (Henri Pirenne (1862-1935): “Las Ciudades de la Edad Media”, 1927).
La Peste Negra se cobró a 25 millones aproximadamente de la población e hizo del miedo a la muerte la atmósfera enrarecida que respiraron sus gentes sin saber las causas del contagio y su antídoto efectivo. El Apocalipsis de San Juan, libro sombrío de símbolos proféticos, encarnaba entre los habitantes asustados en una época dónde se estaba más pendiente del morir y la vida ultraterrena que la muy corta estancia en un siempre aciago presente signado por la calamidad. La gente no vivía sino que sobrevivía desde la más grande melancolía y pena si hemos de creer a los testimonios que los especialistas han recogido.
No había escapatoria a esta pandemia e hizo que las personas dudaran de Dios y se refirieran a su mezquina indiferencia ante un mal despiadado y mortífero. La gente se encomendaba a los santos aunque fue el Demonio quién ganó la partida. La Peste Negra fue asociada al fin del mundo. Padres e hijos se repudiaban entre sí junto a unas amistades disolventes. La solidaridad apenas se dejó mostrar porque ayudar era encontrar una muerte segura. La gente es egoísta, aunque con miedo, doblemente egoísta. “La conducta humana es intemporal” sostiene Bárbara Tuchman (1912-1989).
Los ricos morían menos que los pobres porque tenían mejor alimentación y poseían resguardos mejores o podían huir. En el «Decamerón» (1351) de Giovanni Boccaccio (1313-1375) diez jóvenes pudientes se refugian en una casa de campo para divertirse e intentar escapar de las garras de la muerte. Boccacio escribió esto en el prólogo del libro: “¡Cuántos valiosos hombres, cuantas hermosas mujeres, cuantos jóvenes gallardos, a quienes Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde, cenaron con sus antepasados, en el otro mundo!”.
Otro tanto sucede en un cuento «extraordinario» de Edgar Allan Poe (1809-1849) que tiene a la epidemia como protagonista y hace que un Rey próspero y con la confianza que produce la autosuficiencia construya como refugio un palacio magnifico e inexpugnable para escapar de los estragos de la muerte negra. Lo cual no es posible. La peste, en forma de espectro, les asesina.
Italia y Francia fueron los países que más sufrieron por el brote de la Peste Negra. París, Florencia, Venecia y Génova fueron las ciudades con la mayor concentración de población en un mundo de intercambios limitados por los rústicos medios de transporte y vías de comunicación.
El brote de la Peste Negra se extendió entre los años 1347 y 1353 y la ignorancia de la causa aumentó el horror. La «mano del Malo» o la «Cólera de Dios» fueron los recursos más utilizados para explicar lo inexplicable.
Dice Georges Duby (1919-1996) que la gente buscó como principales chivos expiatorios como responsables de la Peste Negra a los extranjeros, judíos y leprosos. La jauría humana se hace despiadada en los momentos de carestía material y desamparo espiritual y termina comportándose como corporación herida desarrollando de manera acerba la intolerancia. Extenuados física y moralmente en la escuela de la adversidad la población se deshumanizó.
Bárbara Tuchman le hizo una completa radiografía al siglo XIV en un espléndido libro que se llama: “Un Espejo Lejano” (1978). Esta historiadora magnifica, de prosa cuidada y sencilla, que no requiere de ninguna cita para ser veraz en sus explicaciones del trágico y doloroso siglo XIV, le dedicó todo un capítulo para explicar la Peste Negra.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@LOMBARDIBOSCAN