Es la sociedad civil, idiota (II)
La transición democrática mexicana es un caso interesante porque muestra el “ir y venir” de los procesos sociales. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó como partido hegemónico la política de México durante 70 años, nació como un recurso de pacificación en una sociedad sumida en la violencia de la guerra de facciones. Desde 1968 en México se empezó a dar un proceso de apertura hacia la democracia, no porque la élite en el poder así lo quisiera sino porque las propias tensiones generadas a lo interno del sistema así lo exigieron. Antes de 1968, y específicamente desde 1911, ocurre lo contrario, varias circunstancias promovieron la consolidación de la “dictatura perfecta”.
Para entender el nacimiento del PRI se debe regresar a 1911, cuando la Revolución Mexicana acaba con 31 años del “porfiriato”, período durante el cual Porfirio Díaz gobernó México. Una vez consumada la Revolución empieza un conflicto entre facciones derivadas de la revolución que implicaría la muerte de la mayoría de sus líderes, Francisco I. Madero (1913), Emiliano Zapata (1919), Venustiano Carranza (1920), Pancho Villa (1923), Álvaro Obregón (1928). Desde 1911 hasta 1928, México tuvo seis presidentes, de los cuales todos participaron en la Revolución, y de estos tres murieron asesinados siendo presidentes. En el contexto anterior no es difícil imaginar la inestabilidad que se vivió durante ese período.
En 1928 Álvaro Obregón había sido electo para un nuevo período, ya había gobernado entre 1920 y 1924, y luego de ese primer período había quedado como presidente un aliado, Plutarco Elías Calles, quien gobernó entre 1924 y 1928. Sin embargo, el asesinato de Obregón trastocó el frágil equilibrio y dejó al poder sin un referente claro. Ante el eventual vacío de poder era fácil prever que se avivarían los conflictos armados; sin embargo, Calles realizó varias maniobras políticas claves que evitaron una nueva confrontación armada. Entre sus acciones estuvo renunciar a permanecer en la presidencia más allá del 1ro de diciembre de ese año, lo que generó tranquilidad entre sus adversarios.
Además de renunciar a seguir como presidente, Calles dejó en manos de un obregonista la investigación sobre el asesinato de su líder, Álvaro Obregón; y, por otra parte, sacrificó a uno de sus principales aliados, Luis Morones, que era un acérrimo adversario de Obregón. De esta manera Calles transmitió un mensaje claro, había que acabar con el conflicto de facciones. Si bien todo lo anterior fue importante, su jugada clave vino en 1929, cuando crea el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el cual luego en 1938 pasaría a llamarse Partido de la Revolución Mexicana (PRM), y finalmente en 1946 el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Con la creación de un partido único que agrupara todas las fuerzas de la Revolución Calles buscaba canalizar los conflictos por la vía política. Su objetivo se logró, a partir de ese momento todas las fuerzas políticas derivadas de la revolución fueron dejando las armas como medio para acceder al poder. Ciertamente hubo algunos levantamientos e intentos de retomar los conflictos armados como medios de lucha, pero la disciplina partidista y el fortalecimiento del ejercito federal fueron minimizando la importancia de los caudillos locales. Así, el PRI nace como un mecanismo para regular la transición desde un partido hegemónico, agrupando bajo su seno las fuerzas gremiales y empresariales incluso.
Una vez canalizada la pugna por el poder en un partido hegemónico la lucha se trasladó de las armas al plano político, y específicamente al electoral. Esto derivó en la sustitución de las “balas” por los “votos”. Como era de esperar, el PRI dominó todas las elecciones, primero porque era la mayor fuerza organizada y, en segundo lugar, porque una vez que logra consolidar la dupla Partido – Gobierno, el control de las instituciones le permitió dominar los procesos electorales, incluso con fraudes. Esto trajo como consecuencia que otras fuerzas políticas no tuvieran vías para acceder al poder, lo que fue generando la base de descontento que presionaría hacia una mayor democratización.
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