El tiempo que nos ha tocado
Se dijo de un proceso revolucionario pacífico que nunca lo fue, que no es ni será, poblándonos de eufemismos. Versamos sobre una vía tan delictiva como la naturaleza misma del régimen, que ha probado la violencia en todos sus bemoles e intensidades, haciendo cotidiana la intimidación más morbosa – ya nada sagaz de acuerdo a la pretensión de Chávez Frías.
En propiedad, el régimen ha sido el del chantaje. Mientras más decibeles conquistaba la inconformidad, el rechazo y la protesta, no otro era el castigo anunciado y realizado: más revolución, desprestigiando el término en todos sus confines.
Extralimitándose, esa alianza con sectores confesos de la delincuencia común, radicalizadas las enseñanzas de Fanon, tarde o temprano, pasa factura. El reciente y visible tiroteo en una autopista que es insignia de la ciudad capital, zanjando probablemente una confrontación de intereses entre los llamados cuerpos de seguridad del Estado y el hamponato organizado, aporta una escena notable que ojalá extrañe a las futuras generaciones.
Veinte años de constante asedio a la ciudadanía común y, obviamente, a sus dirigentes sociales y políticos, no podemos resumirlos con facilidad, por sus insólitas vicisitudes. Sin embargo, alguna síntesis podemos ensayar, remitiéndonos a los parlamentarios de la oposición que jamás perdieron su condición de objetivo militar, declarado o no, directo o indirecto, de los grupos, grupetes y grupúsculos armados y amparados por la dictadura antes habilidosamente enmascarada.
A propósito de nuestra más reciente intervención en la Asamblea Nacional, recibimos varios mensajes quejumbrosos. Un año atrás varios diputados fuimos secuestrados por grupos irregulares en el Táchira, junto al personal administrativo que también se dispuso a emplear los autobuses y fue evidente el peligro que corrimos. Citamos un intercambio digital con el diputado José Gregorio Hernández, el bueno (pues, hay un homónimo malo en el estado Aragua), quien acertadamente concluyó que era lo que nos ha tocado y nos toca, haciendo lo correcto; mutatis mutandis, argüimos que las autoridades universitarias, en esta hora tan riesgosa, les correspondía afrontar plenamente sus responsabilidades históricas, como ocurrió y ocurre con los diputados y toda la población que se ha resistido por largos años a la violencia gubernamental.
Nadie puede monopolizar el heroísmo en la Venezuela que ha soportado algo más que dos décadas de tragedia y amargura. No obstante, quienes tenemos responsabilidades de representación y dirección, por muy modestas que sean, estamos propensos, sufrimos o podemos sufrir riesgos personales. Pero no queda otra alternativa, a menos que echemos tierrita y no juguemos más, de acuerdo al conocido venezolanismo.