El surrealismo de Maduro

Opinión | marzo 24, 2020 | 6:10 am.

Existe una enorme diferencia entre la literatura y la política, con la que algunos de sus actores pretenden plagiarla con su verbo. La visión alienada de Nicolás Maduro, heredero de Hugo Chávez por confesión propia, sorprende al mundo al referir que un pajarito chiquito le transmitió mensajes por medio de áulicos silbidos que él respondió con otros soplidos, de que le endosaba su legado histórico para que la revolución del socialismo del siglo XXI, no desmayara en su empeño y lograra la mayor felicidad de su pueblo.


Pero el asunto, me refiero a lo del pajarito, no para allí. A sus fantásticas e increíbles afirmaciones debe sumarse otras más sorprendentes: la posible influencia de su difunto padre político en el espíritu de los Cardenales para elegir a un Papa latinoamericano. TAmbién otorgarle a su mentor el título de “Cristo redentor de los pobres americanos”. Y por si fuera poco su más reciente chifladura al solicitar al Fondo Monetario Internacional un préstamos por 5.000 millones de dólares, para hacer frente a la crisis económica que por su propia culpa padece Venezuela, hoy por hoy hundida en la más catastrófica situación jamás imaginada.

Una chifladura y más que chifladura, un cinismo de marca mayor, pues en sus diatribas que casi a diario suele pronunciar en tediosas cadenas de radio y televisión cuestiona al máximo organismo de la economía mundial, así como al Banco Mundial, acusándolos de estar al servicio del gobierno imperialista de los Estados Unidos.

¿Surrealismo puro? Lo cierto es que Maduro se expone a voluntad y conciencia a la burla de las mayorías del país y del mundo. Las causas de sus exabruptos pueden ser dos, una u otra, o ambas a la vez: su carencia de formación académica, su falta de preparación que le hace creer y decir cualquier majadería, todo lo cual le impide ejercer la Primera Magistratura. Lo intelectual – desde la parte legal no hay impedimento alguno-, solo que le imposibilita encarar y solucionar los problemas que agobian al país, a corto y mediano plazo.

Si Maduro pretende, como parece creer que al pueblo es fácil de engañar, hacerlo comulgar con ruedas de molino o como coloquialmente suele expresar el vulgo: a punta e’ muela, se equivoca de polo a polo. Las lecciones impartidas por sus maestros cubanos no calan en “la ignorancia del pueblo”, como lo señala la cartilla de la revolución cubana, ahora venezolana.

Venezuela encara hoy en día enormes carencias en temas vitales como la inseguridad, escasez de artículos de primera necesidad, ineficientes servicios públicos, desempleo, y lo peor, la presencia de un mal que lacera la piel de un pueblo honrado, hoy víctima de la corrupción y el narcotráfico y la represión que ha cobrado la detención arbitraria de cientos de presos políticos que purgan penas dictadas desde el Tribunal Supremo de Justicia. Si a ello sumamos la diáspora de casi cinco millones de venezolanos, que han emigrado a otras latitudes en busca de un destino mejor, estamos en presencia de un país desvalido, en el que sus mejores recursos humanos han sido víctimas del desafuero, inconsciencia, humillación y desprecio.

Lejos está Maduro de conocer, por razones más que obvias, que la política en nuestro siglo XXI se ha convertido en arte y ciencia. Arte por cuanto es la responsabilidad de gobernar y dirigir los asuntos públicos y ciencia porque se ocupa del análisis teórico, histórico y epistemológico de la realidad objetiva en determinado contexto.

La política como arte requiere de habilidad, experiencia y astucia. La política no es para los ineptos que buscan refrescar desmedidas ambiciones de poder ni para el logro egoísta de aspiraciones grupales. La política es “un arte tan difícil y tan noble” , que por sus fines supone el alejamiento de las prácticas politiqueras. Es un acto de solidaridad, amén de una entrega de lucha por los que menos tienen por una mejor calidad de vida.

El auténtico ideal bolivariano sustenta los objetivos integracionistas, no como una regalía por efecto de una autosatisfacción, por esa “confianza sin límites” sobre la cual descansan algunas veces los aprendices de brujo en sus luchas por mantenerse en el poder, por lo que deja siempre a medio camino al carro de las revoluciones, confirmándose con ello el principio de Saint Just, en el sentido de que un “revolucionario a medias cava su propia tumba”.

Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

[email protected]
Twitter: @_toquedediana