El loro rojo y la guacamaya multicolor
Con mayor frecuencia el cielo caraqueño se alegra y colorea con el vuelo festivo de decenas de guacamayas que – desde el Ávila-, bajan a darse un baño de popularidad … saben que serán bien recibidas por los sufridos moradores de la antigua capital del cielo, hoy arruinada ciudad destruida en socialismo.
Alborotadas, llegan en tropel sembrando sonrisas y contentos a su vuelo; conociendo que son objeto de permanente admiración y atención, galanas, exponen todo su colorido esplendor de plumas multicolores como el arco iris. Agradecidas y confiadas no dudan en posarse en gozosa y solidaria bandada en balcones, miradores, ventanas, balconcillos o terrazas para compartir un rato de solaz con los caraqueños, quienes las acogen con la calidez y el entusiasmo tan propios del venezolano que no se doblega, a pesar de tantos motivos de sufrimiento y desconsuelo que ha traído la malvada Revolución Bolivariana.
Munidos de maní, pan de ayer, de cambures, los alborozados habitantes de las privilegiadas moradas escogidas por las guacamayas para desayunar o merendar, se esmeran en atenderlas como visitantes VIP, las alimentan, las consienten, las acarician, las fotografían, con orgullo suben las imágenes a las redes sociales … y agradecen el solaz proporcionado por estas amistosas aves y. quizás intuyen un subliminal mensaje de convivencia, tolerancia y libertad, como bien lo afirma Federico Vegas:
Estamos divididos entre lo que creemos que va a pasar y, efectivamente, pasa de largo, y lo que sentimos que nunca va a suceder, y resulta que sucede y nada cambia. Esta bipolaridad cubre desde los ensueños con íntimas fantasías hasta juicios tan satisfechos de su rigurosidad que no necesitan comprobación. Esto explica el que contemplemos con tanto regocijo y devoción los vuelos de nuestros pájaros mientras nos señalan un bien imperecedero y las rutas más antiguas, que son las del aire. Nos están señalando esos espacios de mediación y convivencia, e invitando a conquistar un cielo verdaderamente nuestro. No será una certeza, pero cómo ayuda a perseverar. Quien observa el vuelo de una guacamaya bajo la luz de la mañana, y la ve llegar a su balcón después de escribir en el aire las curvas y mensajes de su lenguaje, y comparte con ella parte de su desayuno, no la está domesticando. Está siendo domesticado.
Mientras las guacamayas disfrutan de sus libertinos y desenfadados vuelos libertarios, de los encuentros solidaros, el loro rojo, se encuentra cada vez más solo… más solo que el matrimonio de Adán y Eva … no confía en nadie, no vuela por temor a los drones, a los radares, a un eventual misil del águila calva, al eficiente disparo de un experimentado francotirador. Se solaza hablando y hablando, espetándose, repitiendo lo ordenado por el loro en jefe de la Isla de la Felicidad – , ante otros loritos pagados para que disfrazados de rojo rojito aleteen y emitan sonidos que son fingidas carcajadas, hipócritas aplausos.
El loro rojo, robusto, pesado, con dificultades para volar por sí mismo, sale pocas veces, con su rubita lorita bonita, bien blindado, protegido por un complaciente cinturón de loros verde oliva – verdadera cohorte de interesados aduladores -, siempre ávidos de una más merecida ración de oro y dólares y de una 4 x 4 blanca y blindada, cargada de una buena dotación de varias cajas de un escocés mayor de edad y de tequeños por montón.