El implacable reloj electoral
No es posible insistir lo suficiente en que es absolutamente indispensable que las diferentes corrientes opositoras y el gobierno del presidente encargado Guaidó se pongan de acuerdo en una estrategia consolidada sobre las elecciones parlamentarias y presidenciales. La primera está prevista en la Constitución, la segunda tendría que ser impuesta en una negociación forzada y tiene aún destino incierto. Ninguna garantía internacional, ni la recomposición del poder electoral, ni la depuración del registro electoral, pueden suplir las carencias de una dirección política que demora, con razón o sin ella, decisiones sobre un tema absolutamente vital.
Ya se ha dicho hasta la saciedad. La salida del régimen de Maduro nunca será puramente electoral porque el régimen está en una posición de poder que le permite despreciar y corromper la voluntad de la gente. Pero sin el ingrediente electoral es muy difícil articular una salida a la crisis del país, simplemente porque la resistencia no tiene las fuerzas suficientes para imponer la salida del régimen con o sin aliados internacionales. Así las cosas, o se utilizan las elecciones para ganar, enfrentando el fraude y el ventajismo del régimen, o se utilizan las elecciones para evidenciar de manera inequívoca que el régimen comete fraude. Una dicotomía muy compleja, pero es la que nos toca enfrentar.
Pero diseñar una estrategia consolidada es solamente parte de la tarea, porque ahí no termina la historia. Tan importante como la estrategia misma es el lenguaje en que se le transmita a la gente. Ello es así porque los venezolanos, independientemente del cansancio y la pesadumbre de vivir en un país arruinado y enfermo, tienen un grado de decepción importante sobre las posibilidades reales de salir de este hueco histórico, algo que debe ser tomado en cuenta en la construcción de la narrativa.
Es indudable que la resistencia ha cometido errores muy importantes en el manejo del tema electoral, muchos de ellos no solamente referidos a la desunión, sino también al inveterado recurso de no hablar con claridad sobre los hechos de la guerra. Escribo “la guerra” de modo totalmente intencional, porque no de otra manera se puede calificar la acción del régimen contra su propio pueblo.
El resultado de no hablar con claridad es la pérdida de confianza en el liderazgo, algo mucho más difícil de procesar que una derrota circunstancial.
Uno de los elementos de poca claridad en el lenguaje de la resistencia ha sido no reconocer que uno de los principales métodos de fraude electoral es la usurpación de identidad. Este mecanismo puede operar en cualquier mesa desprotegida, sin vigilancia de la resistencia, y tiene lugar cuando se cierran las mesas y, con la complicidad de los funcionarios electorales, se continúa el acto de votación permitiendo que una o varias personas voten en lugar de quienes no acudieron a votar. Este fraude es indetectable bajo el procedimiento normal de auditoría establecido en la ley, el cual solamente incluye la revisión del cuaderno de votación para constatar que no hay más votantes que inscritos, y la apertura de algunas cajas de votación en forma aleatoria. Este procedimiento no incluye la auditoría integral del cuaderno de votación ni la corroboración de firmas, huellas e identidades de los votantes. Y sin ello hasta el Pokemón Picachú, o el Gato Félix, pueden poner su huella una y otra vez en el cuaderno electoral sin ser detectados. La única cura de fondo contra la usurpación de identidad es mantener testigos y gente en las mesas hasta el final verdadero de la jornada electoral.
Otro elemento central, y en el cual tiene una responsabilidad muy importante la resistencia, es promover el censo y la participación de los venezolanos que han dejado el país. Cifras conservadoras indican que de los aproximadamente cinco millones de emigrantes, alrededor de dos millones podrían votar. Comparemos esa cifra con uno poco mas de ciento diez mil ciudadanos residentes en el extranjero y habilitados para votar. El impacto que esos votantes podrían tener en una eventual elección presidencial sería decisivo y es inentendible porque la resistencia no ha tomado cartas más decididas en este tema.
Por otro lado, los venezolanos deberíamos entender a cabalidad algo que era conocido en la política tradicional venezolana. La formación de testigos y funcionarios electorales no puede improvisarse y requiere de un trabajo de meses. Esto es aún más importante, si cabe, en las condiciones de precariedad y abuso de poder en que se acudiría al acto electoral, pero sin ese trabajo quedan expuestas las mesas al fraude, especialmente al letal virus sin corona de la usurpación de identidad.
Tic tac, tic tac, tic tac…
El reloj electoral sigue su ritmo implacable y lo peor que nos puede ocurrir es no decidir cuando todavía estamos a tiempo y encontrarnos después con que es necesario improvisar la participación electoral por presiones de la comunidad internacional y, nuevamente, quedar en ridículo frente a esa misma comunidad por otro acto de inconsistencia política. Y ello se aplica, tanto a las elecciones parlamentarias como a la elección presidencial.
Debemos aceptar nuestra responsabilidad parcial en la destrucción de la confianza de la ciudadanía en el voto. La diferencia entre nosotros y el chavismo es que a ellos les conviene que la gente no vote, y para nosotros eso es letal. No decidir a tiempo garantiza la trampa perfecta, porque si la gente no participa, al chavismo no le hace falta hacer trampa. Todavía nos queda tiempo, pero no mucho.