El coronavirus, la fragilidad y el deseo
No hay océano más profundo que el de la fragilidad ni cielo más inmenso que el del deseo. Y el coronavirus nos tiene boquiabiertos contra las cuerdas frente a este inesperado y abrupto destino. Así anda la humanidad en estos días de apocalipsis mediático en los que por fin el pronombre “nosotros” adquiere un sentido en común como reacción colectiva, de debilidad y miedo compartido, ante la perplejidad del común enemigo.
Tenía que aparecer un adversario mortal a gran escala, pandemia microscópica para colmo de males, humanizada a través de un vampiro para que sintiéramos el vértigo ante el terror de la casualidad reinante mediante la cual todos somos probabilidades estadísticas. Además el victimario no radica en nación ninguna, ni siquiera en China donde nació. No tiene rostro preciso además de que solo puede mirarse de frente a través del espejo microscopio. Ni tiene residencia fija ni conocida pues se traslada volátil a través de medios a su alcance que en principio somos nosotros mismos, nosotros otra vez, plural reiterativo.
Desde 1918, hace un siglo ya a esta parte, no conocíamos de una epidemia tan agresiva y de tanto impacto colectivo como lo fue la llamada Gripe Española que mató a 50 millones de personas en un año. Y que, según leemos, recibió tal nombre pues ocupó una mayor atención en la prensa de España que en el resto de Europa ya que esta no estaba involucrada en la guerra y por tanto no se censuró la información sobre la enfermedad. Cuestión de secretos, de medios de comunicación y de política. En cualquier caso, el poder otra vez.
En el presente el tema ocupa el minuto a minuto de nuestras existencias físicas y mentales. Otra vez el nosotros casi ya que invasivo. Ya lo dijo Milan Kundera en «La insoportable levedad del ser”: «El héroe de Beethoven es un levantador de pesos metafísicos», y este es un tiempo para elevar columnas de esperanza.
Así que sobre estas pailas me atrevo a preguntar. Cómo será el mundo después de este desastre que pone en duda el piso de la permanencia humana sobre el planeta tierra. Que coloca en entredicho también los paradigmas de nuestras certezas. Que desvalija la grandilocuencia de los discursos sobre el progreso de la ciencia y la tecnología. Que descuartiza la estabilidad de los mercados mundiales. Que enjabona aún más el resbaladizo piso del orden internacional. La fe en la razón y las soberanías.
Entonces, ¿es que la globalización se vino abajo frente a la mundialización de la pandemia? O, ¿pasaremos la página haciendo como el avestruz que evita la memoria? ¿En qué quedará la agenda mundial después de esta debacle? ¿Aparecerán nuevas prioridades? ¿Tendremos líderes capaces de enfrentar los retos del presente?
Las multitudes padecen. Los países asumen. Los gobiernos inventan y los individuos oscilamos entre distintas actitudes y comportamientos por lo general defensivos. Pero nos queda el deseo de vivir, de compartir, de proteger y de ser protegidos, esa luz que ha permitido al hombre atravesar los oscuros fantasmas de la pesadumbre infinita.