Por infortunada coincidencia con esta crisis de salud, paralizante de la actividad productiva y comercial mundial, el mercado petrolero está sufriendo el mayor derrumbe que recordamos desde 1998, entonces como ahora, producto de una guerra de precios entre productores fundamentales.
Como es sabido, el tamaño de nuestra economía se ha contraído 67% entre 2014 y 2019, con pronóstico de una nueva caída durante 2020 de 10%. Históricamente, un record mundial en tiempo de paz. Pero el barril de petróleo venezolano estimado este año por debajo de US$20, producto de la caída del mercado y de los descuentos a que obligan las sanciones, sumado a la contracción económica que impone el virus, presagian una caída del PIB aun mayor que la pronosticada. El ingreso de divisas petroleras, que representa más de 95% del total, se estima este año inferior a US$ 5.0 millardos. Compárese con US$ 40.0 millardos en 2014, aquel primer año del debilitamiento de los precios.
Sin oficiar de profetas del desastre, sumando a lo anterior la desmesurada deuda externa de Venezuela, las raquíticas reservas internacionales, la escasez crónica que se agudizará y acentuará la inflación de precios más la ineludible caída del ingreso fiscal, se avizora para el país un espantoso escenario económico y social post viral. Para un aceptable nivel de existencia ameritaremos enormes recursos financieros externos.
El régimen sabe que no tiene manera de obtenerlos. Será canallesca su persistencia. A nuestras condiciones de vida solo las salva un cambio político.