Cuando la política pierde su esencia
(In memoriam de José Miguel Monagas, mi padre)
Tanto se ha hablado de la política que muchas veces la idea acariciada se convierte en frágil menudencia. Tan endeble se vuelve, que suele verse cual brizna luchando contra el viento. Igual sucede cuando la vida arrima al hombre a alguna situación en la que una tormenta de violenta naturaleza lo aleja raudamente del espacio bajo el cual acaricia sus sueños, ideales y anhelos.
No es fácil reconocer que la política sucumbe ante la conciencia. Sobre todo, cuando la política es arrastrada por las debilidades que residen en todo ser humano. Por eso concebir la política por encima de la conciencia es aceptarla como recurso supremo de las circunstancias.
Por eso el ejercicio de la política se torna en cedazo a través del cual se hace posible tamizar todo aquello que por su apariencia pueda disimular remiendos o descocidos. O dicho de otro modo, solapar deslices disfrazados de fortalezas.
Este exordio viene a colación en virtud de lo que exhortó José Miguel Monagas. No sólo con su digno ejemplo de vida moderada. Igualmente, desde lo que rasgó con su pluma y que plasmó con rigor académico y estilo periodístico en su leída columna de prensa intitulada: Previo.
De esa forma puso a la orden de la teoría política y de la teoría comunicacional un concepto de Política que fue “revolucionario” en el exacto sentido de la palabra. Remozó su sentido. Condujo e indujo a pensar la Política como una actividad intelectual, creadora, innovadora. Por consiguiente, la ruta expedita para erigir un Estado y cimentar una sociedad de excelso manera. Y desde luego, apegada a las virtudes que mejor puede arrogarse el hombre en su afán por afianzar la libertad y la justicia como condiciones inexorables para alcanzar el desarrollo pretendido.
Sus libros, publicados por editoriales universitarias, dieron a sus ideas el ámbito que sólo permite la literatura política, educacional y cultural, a quienes se rebelan contra la obsecuencia cuando embota actitudes y aplasta aptitudes. Es así como José Miguel Monagas no se circunscribió a análisis acomodaticios que buscaban adosarse a composturas serviles. Sus consideraciones las fundamentó en argumentos que exploran el fondo de la política. Porque desde tan epistémico lugar, la Política hace posible el rescate del sentido de justicia social y la moralización de los correspondientes procesos políticos.
Su ideario apuesta a reconquistar la democracia toda vez que aduce una opinión a partir de la cual explica que la política, tal como se concibe, se ha reducido a un simple y vulgar maniqueísmo de la realidad. Razón por la que la demagogia, confabulada con el populismo embutido en el discurso manipulador, y disfrazada de ofertas que resultan siempre incumplidas, sólo ha servido para abonar el terreno del cual brota la desigualdad y la inequidad como criterio de amplia aplicación por la opresión en curso.
Es ahí cuando asertivamente escribe que “no se exagera al afirmar que en los países latinoamericanos nunca se ha ejercido la democracia. Sino como un remedo, como una simple apariencia para cubrir la opresión, la pendencia y el neocolonialismo” (Tomado de: La educación democrática en Latinoamérica; 1973; p.22).
A más de treinta años de su partida física cabe el adagio que enaltece la vida cuando describe que ella es un asunto de perseverancia cuyo camino dispone de tantas opciones como oportunidades puedan aprovecharse para vivir más allá de cada momento. Y ciertamente, José Miguel Monagas supo entender tan reflexivo aforismo pues supo cumplir su misión. A cabalidad.
Aunque igualmente comprendió la razón de problemas que desgarraron procesos sociales creativos que, históricamente, afectaron al hombre en su libertad y valores de justicia. Particularmente, de aquellos momentos como los que ocurren a consecuencia de las reticentes crisis políticas, sociales y económicas, que irrumpen con alevosa perversión aprovechándose de cuando la política pierde su esencia.
Padre mío, D.E.P.