Como si no fuera suficiente con los bodegones…
La noticia aparece en el diario El Nacional: «Johnnie Walker abrió su primera tienda en Venezuela. La tienda estará ubicada en El Hatillo y se podrá disfrutar de asesoría especializada y exclusiva al momento de comprar. Una atención ideal para celebrar ocasiones especiales o para agasajar a un ser querido». (Marzo 3.2020).
No la acompaña ningún comentario, pero la información en sí contiene un metamensaje; si se le da la lectura transtextual correcta sobre el trasfondo de la realidad socioeconómica y política venezolana.
Fueron insuficientes los repletos de exquisiteces «bodegones» y los casinos para cachetear en burda burla de escarnio a un pueblo literalmente muerto de hambre, sometido a la miseria.
Tiendas de lujo de variada índole son «evidencias» de pretendida prosperidad económica, que posibilitan a los voceros y cómplices del coprorégimen declarar, con la cara bien lavada y en un alarde de cinismo extremoso, que la situación de Venezuela «no es tan mala como se dice», según frase citada de memoria de una declaración de Piedad Córdoba, la ex senadora colombiana comunista, aliada de Chávez.
Sin duda, el lector foráneo ignorante de nuestra realidad, o mal informado, coincidirá con ella; porque ─la reflexión es obvia─, ¿cómo puede darse semejantes lujos el ciudadano de un país del que se dice está sumido en una crisis profunda de amplias dimensiones? En efecto, las cosas no pueden estar tan mal.
Es así como, mediante un procedimiento sutil y no totalmente consciente en el receptor del mensaje, la vinculación de una entidad ilustre con una cleptocracia, la primera aporta un plus a favor de la imagen de la entidad peor percibida.
No obstante, la presencia de una marca célebre y valiosa (tanto, que desde la perspectiva económica la marca en sí es más importante que el activo de la empresa) tiene otra lectura para un perceptor de la realidad con visión más penetrante y crítica.
Desde su perspectiva, opera en sentido contrario; percibir la asociación de la imagen de una marca histórica de muy elevada reputación, con una entidad reconocida en todo el mundo como una cleptocracia narcocomunista, de algún modo empaña la imagen de la entidad de mayor prestigio, a partir de entrar en juego en la reflexión la sospecha, la duda… Para el sector de la sociedad dotado de la aludida percepción crítica, se deteriora el respeto por la organización, empresa, personalidad notable, país, institución cualquiera que esta sea, que se vincule de alguna forma a un régimen con las características del que usurpa el poder en Venezuela.
Los establecimientos recreativos de lujo, destinados a la élite: hoteles de cinco estrellas, clubes nocturnos, tiendas exclusivas, casinos, casas de cita para la nomenklatura e invitados, y similares, siempre han existido en los países sometidos al comunismo; pero en forma solapada, admitido su funcionamiento con una actitud vergonzante de parte de las autoridades. Es comprensible, por tratarse de asuntos propios de la decadente burguesía capitalista, y por lo tanto incompatibles con el «hombre nuevo», la «redención del proletariado» y otras vaciedades propagandísticas.
Estos establecimientos eran, como suele decirse, un secreto a voces: todo el mundo sabía de su existencia, pero hablar de ellos no era prudente, y el acceso a los mismos estaba celosamente reservado; tenía uno que trabar relación con algún entendido. En mis tránsitos por los países comunistas tuve oportunidad de visitar esos locales; en Moscú fui a un night club instalado en una antigua residencia señorial.
Nada anunciaba al lugar; se entraba por una puerta lateral siguiendo cierto ritual que me hizo pensar en las novelas de misterio decimonónicas. En la planta baja, salón principal, estaba instalado el teatro-bar; en el segundo piso me pareció ver alcobas, ¡sabrá Dios para qué! Y lo de «bar», en su definición de lugar donde se expenden bebidas alcohólicas, debe entenderse en un sentido de lo más singular: no se expendían, sólo se servían. Ocurre que estos establecimientos operaban bajo la prohibición se servir caña; de modo que se sometían a la ley, pero la trampeaban aceptando que los clientes llevaran consigo sus botellas; la casa tenía su ganancia por descorche y servicio. En la sala, lujosa, monumental y penumbrosa, un escenario en el que muy buenas bailarinas semidesnudas hacían su trabajo, y por todas partes mujeres preciosas de diferentes etnias y naciones del mundo, rondando por ahí, ¡sabrá Dios con qué propósito! Entre la concurrencia, generales del ejército con sus enormes estrellas doradas en sus caponas, y sujetos que me fueron identificados como altos funcionarios de gobierno o figuras del Partido.
Pero todo eso era discreto. Ahora, en cambio, tal como lo apreciamos a simple vista en Venezuela, los regímenes comunistas perdieron el decoro. Tanto en Cuba (regidos por la prohibición a los cubanos de pisar sus puertas, del mismo modo en que en la antigua Unión Soviética se le imponía a sus ciudadanos) como en Venezuela, la ostentación obscena y sádica en forma de establecimientos comerciales exclusivos, es cosa común; ¡y sin tomar en cuenta la exhibición de estilos de vida propios de multimillonarios jeques árabes de los beneficiados por los regímenes!
En nuestro infortunado país, de un lado de la calle comunistas empoderados y desvergonzados enchufados dándose el lujo de beber whisky añejado, lógicamente costoso, con el detalle de sofisticación cultural de hacerlo bajo la debida tutoría de un experto; o bien, dilapidando dinero fuerte en casinos, disfrutando de aviones privados, yates, mansiones, comprando exquisiteces en bodegones… Del otro lado, niños muriéndose por falta de recursos en los hospitales, hambre, ciudadanos buscando restos en la basura, clamor de ancianos por miserables pensiones, de enfermos por un medicamento, escuelas cerradas, acoso de delincuentes civiles, oficiales y paramilicos, represión, terrorismo de Estado, ejecuciones no judiciales, tortura…
En estos días pasados escribí, a medias en serio, a medias como humorada, algo así como unos apuntes sobre el pesimismo existencial; planteo la tesis de que la felicidad es inversamente proporcional al conocimiento; dicho en otras palabras, cuanto más ignorante eres, más feliz eres. Admitiendo que la ignorancia puede ser el efecto de la falta de información, o del déficit mental del individuo que le impide identificar, relacionar, analizar… los aconteceres del ambiente. Por cuanto ignora o no entiende lo que pasa, vive al margen de las tendencias que van marcando la Historia.
Lo opuesto a ignorancia es conocimiento de la realidad: capacidad de comprender, de interpretar los hechos. Y esa lucidez conduce a descubrir las mentiras, maldades, corruptelas y demás miserias de las sociedades humanas; de lo que se deriva la amargura de existir, depresión, sentimientos de frustración, impotencia, injusticia… que son componentes esenciales de la infelicidad.
Quien pueda seguir siendo feliz ante el panorama venezolano tiene que ser una persona intelectualmente ciega, estúpida, sin una pizca de inteligencia ni de sensibilidad social; o un fanático chavocomunista; o un enchufado; sujetos los últimos que si bien quizá no sean estúpidos, si carecen de sensibilidad y no tienen ni una pizca de moral.