Caridad para nuestros migrantes
Como católico que soy creo en la caridad como el regalo de Dios,. “Ama al prójimo como a ti mismo” es un mandamiento que no nace sobre el terreno del humanismo secular sino de la revelación bíblica.
Por tanto, el amor por el hermano necesitado constituye,, antes que nada, un «reflejo» del amor de Dios por toda persona. Una dimensión que hace radicalmente diferente la caridad cristiana del simple «bienestar» de raíz laica. La caridad se convierte así en caricia de Dios para cada persona, a través del servicio desinteresado del creyente.
Ofrecer comida y refugio a los sin techo, proporcionar ropa a las víctimas de un desastre natural, donar cierta cantidad de dinero a fundaciones benéficas, son todas acciones de caridad.
La caridad está asociada a los valores que preconiza la religión cristiana. Sin embargo, la caridad se expresa básicamente en la disposición de ayudar y apoyar al otro, al más necesitado, sin esperar recompensa.
En la religión cristiana, la caridad es considerada la más importante de las tres virtudes teologales, por encima de la fe y la esperanza. Como tal, el objeto de la caridad es el amor a Dios por sobre todas las cosas, lo cual también se traduce en el amor al prójimo. La caridad exige la práctica del bien; es desinteresada y generosa, y proporciona al espíritu los sentimientos de gozo, paz y misericordia.
Atenido a estos principios cristianos, creo necesario invocar a la máxima jerarquía de la iglesia católica, para que junto con organismos internacionales, FAO, UNESCO, ACNUR, OEA, UE y otros, por medio de un fondo de ayuda humanitaria socorran urgentemente a los miles de refugiados venezolanos y de otras nacionalidades, que dispersos a lo largo del orbe: Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Panamá, República Dominicana, Costa Rica, Guatemala, México, Estados Unidos Europa, Asia y Australia, están confrontando dolorosas y extremas situaciones por falta de alimentos y vivienda.
En Latinoamérica, concretamente en Colombia, en el que se existe el mayor número de refugiados, de los casi 5 millones, y ante la emergente situación creada por el coronavirus que se convirtió en una pandemia, el gobierno del presidente Iván Duque, conmovido por las condiciones que atraviesan los venezolanos, es decir, un 75% que viven de la economía informal, aprobó un decreto para que no se les desaloje de sus hogares, no les quiten las cuentas, permiso especial de permanencia o la tarjeta de migración fronteriza.
El gobierno ecuatoriano, por su parte, acordó extender el plazo de los trámites de residencia a los venezolanos, que en número de más de 400 mil se instalaron en el país hermano, fecha que caducará el 30 de mayo próximo. Un medida que si bien no es de carácter económico, alivia la tensión de quienes debían cumplir con este requisito hasta el 30 de marzo del año en curso, y así paliar a medias su triste y dolorosa situación de refugiados.
Ojalá y Dios quiera que los demás gobiernos de los países, con la máxima autoridad de la iglesia católica mundial, representada por el Papa Francisco, y demás organismo señalados anteriormente se apiaden de nuestros migrantes y de los de otras nacionalidades, con una auténtica “ayuda humanitaria”, en la que no les falte el pan nuestro de cada día, que Dios les recompensará infinitamente.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (122)
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