Sin pudor
El periodista y escritor Julio Cortázar publicó en 1979 la obra titulada: Un tal Lucas. En este libro, el autor referencia la costumbre de Lucas de “sentarse en el trono”. El escritor argentino siempre sostuvo que: “es más fácil c… en democracia porque en dictadura lo tienes que hacer apuradito, por temor a la represión”. Parece que con la “operación alacrán” se cumplió el pronóstico de Lucas: en dictadura todas las cosas hay que hacerlas rapidito.
A Lucas le gusta la literatura, la patafísica y el té de floripondio. Le frustra no soñar con lo que sea. No le gusta la carne de pollo, tampoco los museos, y uno de sus placeres es dormir la siesta de las 4 pm. Prefiere soñar a vivir. Es un hombre acostumbrado a los pudores: palabra que proviene del latín y que hace referencia al recato, la modestia, la vergüenza y la honestidad. En la antigüedad, el término también se usaba para nombrar el mal olor. Sin embargo, Cortázar lo rescata para que Lucas lo disfrute despacito en un ambiente sin ventana ni extractor de aire.
El pudor suele estar vinculado al recato referente a la sexualidad. Constituye, por lo tanto, un elemento de la personalidad que intenta proteger la intimidad. Aquello que da pudor es algo que no se quiere mostrar o hacer en público. Además de lo expuesto, y de lo que rescata Lucas, es interesante establecer que, en gran medida, el pudor está muy relacionado con las convicciones de la sociedad de cada momento. Por ejemplo, durante el Imperio Romano los señores que ocupaban los altos poderes establecidos o los eximios miembros de la godarria, sin pudor alguno, realizaban acuerdos y negocios mientras hacían uso de la letrina.
En los apartamentos de ahora, donde se transan los jugosos negocios, el invitado va al baño y sentado en la poceta, arruga la cara pensando en los billetes verdes, mientras va soltando de a poquito para no llamar la atención. “Es seguro, agrega Lucas, que a pesar de, los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades y mitigar el vapor de lo que expulsa, y a la activación del volumen del dialogo por parte de los contertulios, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que al oírse dejan en circunstancias poco favorables, al distante, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde.”.
Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror solo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. Allí no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente. Cortázar dice que, todo empieza suave y silencioso, pero al final, guardando la misma relación que en un cartucho de caza existe entre la pólvora y los perdigones, una detonación pavorosa hace temblar los cepillos de dientes y tambalea la plástica cortina de la ducha.
Nada puede hacer Lucas para evitarlo, a pesar de haber aplicado diversos métodos de camuflaje para matizar su encuentro “pocetero”, tampoco podrá evitar que sus contertulios escuchen la explosión o sientan el olor a pólvora quemada. En ese camino, ha probado: inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, como recurso supremo, agarrarse los glúteos y separarlos para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, un atronador “suspiro” prorrumpe tumultuoso.
Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas tiembla por él pues está seguro que de un momento a otro resonará el halali de la ignominia. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras que la señora Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: mamá quiero caca. Bienaventurado el poeta que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que c…bien despacito / ni placer más delicado / que después de haber c… Para remontarse a tales alturas el señor debía estar exento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piececita de chapas de zinc separada del rancho, conocida como letrina.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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