Militarización y milicianización de las universidades
En días pasados, antes de concurrir a un foro que nos tuvo entre los panelistas, anduvimos por los pasillos de la escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Nos detuvimos a escuchar a Tulio Alvarez y a Nelson Chitty La Roche, quienes – a la vieja usanza – daban una clase magistral sobre la autonomía universitaria, por siempre necesaria para las nuevas generaciones que deben saberse herederas legítimas de históricas luchas por remotas que les parezcan: repentinamente, surgió el artefacto lacrimógeno, como si ese solo detalle bastara para amedrentarlos.
Artefacto que es de única importación y posesión de los órganos represivos del Estado y trajo a la memoria la violencia como el arma por excelencia de los sectores de la (ultra) izquierda que desde principios de los ’60 del s. XX, esgrimieron para sobrevivir en las universidades autónomas en Venezuela. Crecimos con el testimonio de aquella difícil década, respecto a los movimientos políticos alternos que se les resistieron también exitosamente, corroborado por un vistazo a la vieja prensa y, entre otros títulos, a un libro tan injustamente olvidado, como el de Orlando Albornoz (“Ideología y política en la universidad latinoamericana”, Societas, 1972), aunque suficientemente corroborado por los vestigios de una franca minoría chavista – por darle algún calificativo – capaz de agredir física y literalmente a los más inocentes, reventar las obras por muy artísticas que sean y, en fin, incurrir en toda suerte de actos vandálicos a la sombra del poder establecido.
Proseguimos nuestro camino hacia Faces para ventilar el problema del Esequibo, como en efecto, se hizo y exitosamente, con el estudiantado de Relaciones Internacionales, pero no fueron muchas las horas que transcurrieron para que un tanque de procedencia rusa, se exhibiera – atrevido y pedante – a las puertas de la Universidad Metropolitana. Con sobrada razón el rector Scharifker denunció el hecho, aunque hubo un Tweet que lo precisó como “TBP BTR-80A con cañón de 30mm; es hasta peor que un tanque porque puede transportar tropas y acceder a lugares donde un tanque no ingresa por su tamaño y peso”.
Obviamente, no fue un simple ejercicio, pues, cumplimentó el objetivo parecido a aquella exposición de tanquetas que frecuentaba las calles y avenidas venezolanas cuando vivía el innombrable so pretexto de la inseguridad personal que jamás trató de solventar, al igual que su sucesor. Acotemos, el «linchamiento» de periodistas y diputados en el consabido recibimiento del presidente (e) Guiadó, lastimosamente derivó en un video viralizado en el que un grupete oficialista exaltaba un zapato (sic) lo que fuerza a los científicos sociales a alzar la mirada en relación a un fenómeno profundamente patológico, cual punta de un iceberg preocupante, protagonizado por los derrotados y humillados por el hambre y la miseria que inventan y apelan a un trofeo de victoria de la reyerta promovida, dejando intacta la dignidad del despojado.
Los parlamentarios no podemos acudir a la sede natural de trabajo en la que se entrenan sendos milicianos para decapitar a la representación popular, pues les importa un bledo la evidente legitimidad de las curules del país ciudadano que los votó en unos comicios irrepetibles bajo este régimen.
Entonces, yendo más allá de las consabidas elecciones constitucionales pendientes, las universidades deberán afrontar – irremediablemente – un propósito superior de la dictadura: la militarización de las casas de estudios para la milicianización de sus actores, estadio que probablemente los viejos encapuchados, hoy en el poder, por siempre intuyeron.