El límite entre la palabra y la música
Si bien la Biblia refiere que “la honra a Dios garantiza la bendición”, del mismo modo pudiera asentirse que la honra a la amistad glorifica la vida. Pero aunque mucho se ha escrito de la amistad, a manera de exaltarla como condición de vida, comprenderla remonta a otra dimensión que no muchos conocen. Particularmente cuando cultivarla implica reconocer en ella su capacidad para hacer del tiempo el canal expedito sobre el cual es posible volar sin alas. O soñar sin estar entregado a Morfeo.
Justamente ahí está el amigo. Es el papel del amigo. He ahí la razón por la cual la amistad necesita afinidad de pensamientos. O la emulación de propósitos en cuyo ámbito de iniciativas, es posible construir el mundo a disfrutar. Y es tan especial ese mundo que no hay una motivación de por medio que condicione la amistad cuando brota como agua de efluentes divinos. Precisamente, en la mitad de tan hermoso evento, emergen hechos capaces de afianzar tan necesario paralelismo que da lugar a la amistad. Y de esto, no hay duda alguna al corroborar que en ese trazo de tiempo, justo se sitúa la música como mediadora entre sentimientos, recuerdos y deseos por lograr hechos que reconforten la espiritualidad.
Esto así explayado bien lo comprende quien ha sido como el calígrafo de la música instrumental cuyas melodías han saltado al aire como briznas al viento durante más de medio siglo. Desde la merideña Ejido, confundida entre trapiches, cañamelares y montañas, José Germán Uzcátegui Rivas supo desafiar las intemperancias de las emisoras de radio radicadas en la Mérida de los Caballeros para cubrir el horizonte por donde se irradian las ondas hertzianas (y ahora, las telemáticas frecuencias de la Internet) para contagiar al radioescucha de sonidos que hacen vibrar el alma de emociones. Emociones que muchas veces rayan con la tristeza. Aunque otras, rozan con el regocijo de momentos vividos o por vivir.
Sus estudios de abogado, egresado de la Universidad de Los Andes en 1974, se vieron acompasados por ritmos musicales que supo hallar cual explorador de partituras y cronista de baladas, danzas, valses, himnos, pasodobles y pasacalles. Quizás, siempre degustó la música como un buen chef aprende a buscarle el toque de sabor a sus efectos culinarios. O tal vez para Germán, tal como lo refirió Friedrich Nietzsche, “sin música, la vida sería un error”.
No hay minutos que transcurran más placenteros que los animados por la capacidad de producción radial de la que se hizo José Germán Uzcátegui Rivas para alcanzar la identidad del comunicador social que supo ganarse el respeto, admiración y afecto de tantos. O mejor dicho, de quienes conocen o comienzan a conocer su trabajo de moderador, editor, director y creador de sus escuchados programas de música, bien instrumental o según la ocasión, época del año o coyuntura.
Cada programa es el resultado de una exquisita y delicada obra de tallado de la estructura cognitiva, emocional y sentimental de quienes viven el deleite de sintonizar a la hora exacta y por la emisora de radio preanunciada, ese flujo de sonidos debidamente seleccionados con el ánimo y la intelectualidad esculpida de manera frondosa y pulidamente, durante toda una vida transitada entre el Derecho y la Comunicación Social.
La vida de José Germán Uzcátegui Rivas, un merideño que aprendió a buscar un sonido articulado en tiempo y espacio para así conjugar esperanzas y sueños de cualquier persona que alcance a hilvanar recuerdos y expectativas de vida. Pero también, es el ímpetu emotivo de un ejidense formado para acuciar, desde el cubículo omnímodo de su estudio de radio, la hermosa conciliación entre amistad, música y poesía.
Vale asentir que José Germán Uzcátegui Rivas, como el matemático que juega sus variables en los intríngulis de la complejidad numérica, supo determinar la inflexión que dio acogida a la infinitud del ensueño bajo el cual la música se convierte en la más trascendental representación del Universo en el pensamiento humano. Pudiera decirse que José Germán dio con la ecuación que descubre el límite entre la palara y la música.