(De la otra) fiesta para un país en duelo
Vieja tradición local. En las postrimerías del siglo anterior quedó reducida al ámbito escolar. Al parecer, el carnaval venezolano que fue tan propio de las ciudades en crecimiento no logró despegar comercialmente de compararlo con toda una industria recreativa, como la de Brasil, por efímeros que fuesen los eventos.
En la presente centuria revivió. Cual tarea obligada de las autoridades municipales. Languideció paulatinamente, pues, ni siquiera hubo despacho oficial capaz de patrocinar y sostener una vistosa carroza para los desfiles tediosos, ni caramelos gratuitos que lanzar y, mucho menos, agua para reeditar las remotas campañas tribales en las que llegamos a emplear pintura y oros elementos nocivos para una celebración anómica. No obstante, ahora, la dictadura decretó, por adelantado, la fiesta.
Fiesta que quedó para el corto tránsito de los niños por las calles adyacentes. Exhibiendo sus disfraces artesanales, bajo el cuidado de las maestras, como la única aventura que se permiten, luciendo imposible una visita colectiva a algún museo, por ejemplo. Y, por supuesto, para el forzado asueto que guarda correspondencia con la limpieza de los bolsillos; por siempre deseado por esta dictadura, cada quien ha de quedar relegado en casa para resignación ante sus desmanes.
Las grandes parrandas sólo se permiten a los privilegiados del poder establecido, además, extraordinariamente vanidosos y despilfarradores, en cualquier época del año. Consabido, en diciembre próximo pasado, hicieron del hotel Humboldt, en El Ávila, el exacto domicilio de la rumba de todas las rumbas que cuidaron de avisar al resto de la ciudad capital, proyectando sendas luces en abierto desafío al luto crónico de un país que los soporta y resiste estoicamente.
La paralización que interesa no es tanto la de los servicios, industrias y comercios, sino la de la protesta social que, apenas, los cuerpos represivos contienen en los espacios más estrechos. Mientras pueda idearse una tregua política, aumentando los feriados, apostando por sendos puentes, oportuno venezolanismo, mejor, aunque la olla de presión, por cierto, es algo más que una metáfora.