Claudio, s. I y Nicolás, s. XXI
Giambattista Vico (1668-1744), filósofo de la historia, sostuvo que el acontecer humano cambia, pero no en forma lineal, sino por ciclos que implican avances y retrocesos, idas y venidas (corsi e ricorsi). Su planteamiento suele ser entendido de manera vulgar en el sentido de que «la Historia se repite»; algo inexacto. A apropósito de entenderlo es útil el modelo de la espiral ascendente.
Con el correr del tiempo la humanidad evoluciona: da «una vuelta hacia arriba», originándose así una nueva etapa o período histórico, el cual no necesariamente significa un cambio «positivo», o hacia lo mejor; puede ocurrir que, debido a variadas circunstancias, un nueva etapa sea peor que la precedente; de modo que en tiempo más reciente, una sociedad que su etapa anterior había sido «moderna», adquiere condiciones «medievales» (cualquiera sea lo que se entienda por esos términos); tal como ha sido el caso de Venezuela.
Por otra parte, al observar la espiral histórica desde una perspectiva global, en sentido longitudinal, se aprecian patrones, o coincidencias en cuanto a procedimientos, en función de objetivos comunes, principalmente del poder, en sociedades distanciadas por el tiempo, la cultura, la localización y demás variables. Dicho de una forma más sencilla: para lograr algo, los humanos de diferentes épocas y lugares se comportan de manera similar.
Una de ellas es la que sugiere el título de este artículo: la coincidencia de la designación a digitus de Claudio por los generales de la Guardia Pretoriana, el 41 dC, en Roma clásica, y el enigma de la designación, por el mismo procedimiento, de Maduro por Chávez, en la Historia reciente de Venezuela.
Y digo «enigma», porque nadie entiende por qué, habiendo en su entorno personas considerablemente más aptas para gobernar siguiendo el proyecto del Socialismo del s. XXI, el designado a dedo por el monócrata moribundo haya sido ese sujeto, un civil sin méritos de ninguna índole, ni intelectuales ni políticos ni revolucionarios. Ha sido señalado reiteradamente que Maduro no estuvo involucrado en ninguno de los acontecimientos preliminares y que de una u otra forma contribuyeron al empoderamiento de Chávez, entre ellos, la conjura del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 y el juramento del Samán de Güere; tampoco combatió para usurpar el poder el 4 de febrero de 1992.
En 41 dC, ocurre el asesinato de Calígula, resultado de una conspiración de nobles civiles y jefes militares de la Guardia Pretoriana, hartos de las atrocidades de ese loco y desesperados por su pésimo gobierno, que dio lugar una hambruna en el imperio. El mismo día del magnicidio los jefes de la Guardia Pretoriana designan emperador a Claudio; con lo cual traicionan a sus cómplices civiles, que a partir de la muerte de Calígula aspiraban restaurar el sistema republicano.
¿Por qué la maniobra de llevar al poder a ese personaje, existiendo en Roma ─tanto como los había en Venezuela─ otros de muchas más luces? En efecto, Tiberio Claudio Druso (10 aC – 54 dC) era un individuo distanciado de la vida pública, dedicado tareas intelectuales y marcado por taras psicofísicas: era tartamudo, epiléptico y cojo; lo suponían bobo.
Precisamente a tales insuficiencias responde la acción de la jefatura pretoriana; gracias a las mismas lo suponen manipulable: sería un emperador títere de ellos. Además, la designación de Claudio le daba visos de legalidad a su acción, permitiéndoles conservar lo que en el lenguaje moderno llamaríamos el «hilo constitucional», por cuanto el hombre, tío de Calígula, era el único representante vivo de la dinastía gobernante, la familia Julia.
No es necesario hacer un esfuerzo mental sobrehumano para imaginar a los Castro brothers, Fidel y Raúl, diciéndole a Chávez, ya al borde del sepulcro: «Mira tú, muchacho, te nos vas a morir; ¡por un pelín no eres ya cadáver! Deja en el poder a uno que no se nos vaya a alebrestar, a uno que no se nos ponga a inventar que quiere gobernar y discuta nuestras instrucciones; a uno bobo y mansito. ¡Maduro es el hombre, él come de mi mano! ¡Acuérdate que le lavamos bien la albóndiga que tiene de cerebro, y lo indoctrinamos a fondo, aquí en La Habana! ¡Hacemos tris y baila como un mono!»
De aquí que, por analogía, el de Maduro podría denominarse, sin forzar la barra, el » caso del cojo, tartamudo y bobo de los Castro».
Pero, así como hay similitud entre este caso y el ocurrido hará cosa de dos milenios atrás, también aparecen enormes diferencias.
Claudio no era ningún tonto, sólo lo parecía por sus taras. Su más notable error fue hacerle caso a su esposa, Agripina, en lo de privilegiar a Nerón, hijo de esta mujer en un matrimonio anterior, a quien adoptó como hijo y designó sucesor en el poder. Conseguido el objetivo, Agripina lo envenenó y abrió el camino de su vástago al trono… para la mayor desgracia propia y del Imperio Romano. En efecto, fue un mandato desastroso; y en lo personal, Nerón la mandó a matar porque ella lo fastidiaba con su empeño en interferir sus decisiones. Digamos, al desgaire, que también asesinó a su hermanastro y a una de sus esposas, entre otras víctimas de su acción personal.
Por lo demás, su período fue sensato y próspero. Una vez en el poder Claudio logró alianzas inteligentes que lo afincaron en el trono; se distanció del absolutismo de los emperadores y se apoyó en el senado, confiriéndole la importancia y respeto que le habían sido negados por su predecesor; extendió el imperio hasta Britania, perfeccionó la administración del Estado y se guió por el principio de la capacidad en el nombramiento de cargos públicos. Los historiadores coinciden en calificar el suyo, en el marco de la época, como un buen gobierno.
Volviendo a la teoría de Vico.
Al apreciar lo que va quedando de Venezuela bajo el régimen del Socialismo s. XXI, retrotraída a la mediovalidad después haber estado en una etapa de modernidad progresista, ¿verdad que no podemos decir lo mismo de la decisión castrochavista?