Chávez-Zapatero y Maduro-Sánchez
Han transcurrido ya algo más de dos semanas desde que la vicepresidenta de Venezuela Delcy Rodríguez tocó suelo español, originando un lío político y diplomático como no se recordaba en España. Lío que está afectando al gobierno de Pedro Sánchez en todos los frentes si juzgamos por las posiciones asumidas por algunos actores internacionales como la Unión Europea, los Estados Unidos y la propia Venezuela.
La primera acaba de votar a favor de investigar si la conducta asumida por el ministro de Transporte español y mano derecha de Sánchez, José Luis Ábalos, al encontrarse con la funcionaria venezolana en el aeropuerto de Barajas a finales de enero, infringió alguna de las sanciones impuestas por esa entidad en contra del gobierno de facto de Nicolas Maduro no reconocido inicialmente por el gobierno de España.
Por su parte, el gobierno de Donald Trump, partidario número uno del reconocimiento al líder opositor venezolano Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, ha venido manifestando su malestar por la ambigua posición de Sánchez en al caso de la actual crisis que vive aquel país caribeño de la cual lo sucedido con Ábalos y Rodrigue es apenas una muestra. La Casa Blanca ya había mostrado su inconformidad, anteriormente, por las negociaciones de Repsol en Venezuela, pero principalmente con el caso del exgeneral Hugo Carvajal,“el Pollo Carvajal”, quien estuvo al frente de los servicios de inteligencia y contrainteligencia de Venezuela, siendo Chávez presidente. Y del que no se sabe nada desde finales del año pasado cuando se encontraba en medio de un proceso judicial ante la Audiencia Nacional de España que lo debía haber extraditado al país norteamericano donde es requerido por varios asuntos, entre ellos, por aparecer implicado en operaciones de narcotráfico por la DEA. Un caso este, que dada la información que se supone debe poseer Carvajal sobre espinosos temas hispano-venezolanos y americanos, debe tener a más de uno con los pelos de punta.
Pero lo que más llama la atención en todo este affaire Rodríguez-Ábalos es que Sánchez, a pesar de las críticas recibidas, ha seguido manteniendo una posición cónsona con el régimen de Maduro al no recibir a Juan Guaidó en su reciente gira internacional como si lo hicieron otros mandatarios europeos y referirse a él como el líder de la oposición venezolana, evitando llamarlo presidente. Este comportamiento político se explica, seguramente, cuando se entiende, a su vez, el porqué de las poco diplomáticas medidas de presión tomadas por Nicolás Maduro en estos últimos días contra la embajada de España en Venezuela, en cuyo interior se encuentra asilado, desde hace tiempo, el líder opositor Leopoldo López, la que diariamente se encuentra con mensajes pro ETA pintados en sus paredes, el suministro eléctrico suspendido y un acoso policial en su exterior.
Es obvio que Maduro no se conforma con que Guaidó no haya sido recibido por Sánchez, ni con que España juegue a dos bandas en este asunto o con que Zapatero siga ejerciendo ese papel tan oscuro de emisario frente a la posición venezolana, y que le apetezca algún otro trofeo adicional como la cabeza de López y, por supuesto, la no entrega a los Estados Unidos. como mínimo, de Carvajal.
Pero esta rocambolesca historia, aunque parece nueva no lo es tanto. Vistos los gobiernos que intervienen, los personajes y hasta la trama en si misma, da la impresión de que estamos en presencia de una larga serie televisiva o de una gruesa novela, de esas donde el pasado y el presente se entrelazan y confunden en un momento dado para asombro del lector o del espectador. Y es que no ha transcurrido tanto tiempo desde que Rodríguez Zapatero dejó la presidencia de España por lo que aún están frescos algunos episodios de su política exterior durante ese periodo como aquel del “¿Por qué no te callas?”, entre el Jefe de Estado de España de entonces Juan Carlos I y el de Venezuela Hugo Chávez en noviembre del 2007 en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, o el protagonizado por el otrora embajador de Venezuela en España en el 2010, Isaías Rodríguez, y el ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba.
En esa ocasión Rubalcaba acusó a Venezuela de haber estado entrenando a miembros de ETA, acusación que fue rechazada por el diplomático venezolano con unas declaraciones polémicas en las cuales daba a entender que los etarras que habían confesado eso en el tribunal de la causa quizá fueron torturados. A seguidas de lo cual el propio Chávez, para terminar de empantanar más el tema, llamó ineptos a los ministros españoles por la forma en la cual lo habían manejado, sin importarle mucho las declaraciones de la nueva ministra de exteriores Trinidad Jiménez quien se estrenaba en el cargo asegurando que en Venezuela no había presos políticos. Como se recordará, el gobierno de Zapatero le quitó hierro al asunto y hasta Rubalcaba declaraba luego que, no obstante, las pruebas habidas, confiaba en el gobierno venezolano.
Y de ese mecate, como se dice en criollo, se podría hacer un rollo. Un rollo cuya más tardía manifestación se encontró, no hace mucho, al comprobar las autoridades españolas que Raúl Morodo, quien fuera embajador de España en Venezuela entre los años 2004 y 2007, estaba implicado en una trama de corrupción y lavado de dinero con PDVSA durante los años 2008 al 2013 y durante cuya investigación se quitó la vida un exdirectivo de la petrolera venezolana que colaboraba con la misma.
Para el año 2011, cuando Rodríguez Zapatero sale del cargo, después de una década, Chávez se encontraba en el penúltimo año de su segundo mandato bajo la constitución de 1999, Maduro se desempeñaba como canciller de Venezuela y Pedro Sánchez era un desconocido en la política española. Para ese entonces, Pablo Iglesias aún no había fundado Podemos.
Cambiaron algunos roles, surgieron nuevos protagonistas y personajes, pero la historia en el fondo no es tan diferente.