Bolívar desde su sepulcro

Opinión | febrero 4, 2020 | 6:28 am.

En vano las armas destruirán a los tiranos, si no establecemos un orden político capaz de reparar los estragos de la revolución”. Simón Bolívar

Ceremonias que siempre enaltecieron el gentilicio de los venezolanos, como son las fechas patrias, son desvirtuadas y convertidas en actos proselitistas, groseros, y si se quiere hasta carnavalescos, por grupos que ungidos del derecho de mal llamarse bolivarianos, solo se limitan a exaltar la figura del padre de la desgracia que vivimos los venezolanos desde hace 20 años, dejando de lado el valor y sacrificio del único Padre de la Patria, el Libertador Simón Bolívar, y de los Próceres que nos legaron la libertad.

Hace un año recibí de un amable y consecuente lector, cuyo nombre por cierto omitió en su correo inadvertidamente, un interesante escrito que por su didáctica prédica lo conservé y hoy me permito transcribirlo, sin la aquiescencia de su incógnito autor, de quien espero en algún momento conocer su nombre.

He aquí su contenido:

El próximo 24 de julio se cumplirán 231 años de mi nacimiento agradeciéndoles el amor que millones de ustedes me profesan y que a lo largo de los siglos me han manifestado en canciones, poemas, discursos, plazas, escuelas y, en cada rincón de las 5 naciones que, junto a un gran grupo de mártires y libertadores logramos libertar.

Les escribo esta carta desde la intranquilidad de mi sepulcro tristemente vulnerado, para contarles mis sentimientos ante tantos hechos tristes y dramáticos que viven esas tierras donde hoy los pastos crecieron, las flores renacieron, las frutas germinaron y los animales de nuevo les poblaron o, la modernidad consolidó selvas de concreto que representan un vago recuerdo del pasado, en el que tantos espacios fueron regados con la sangre de valientes patriotas que defendían visiones distintas de vivir, trabajar y construir a la nación.

Hijos, hermanos, aún recuerdo los silbidos de las balas y los cañones, las explosiones, los sonidos de las espadas golpeándose agitadamente, acompasadas por los gritos de espanto y terror descarnado ante el dolor que produce la muerte, cuando se posa sobre centenares de almas que luchan por sus ideales a costa de sus vidas.

Era terrible y nauseabundo ver como hijos de la España de nuestros antepasados, unidos a los indios y negros de la África ardiente, sometidos, por la fuerza a ser esclavos y animales para el trabajo, se nos unieron a cambio de obtener su anhelados deseo de ser libres y legar, junto a nosotros una mejor nación a sus descendientes, aún al precio de inmolarse.

Por ello, sufro tanto al escuchar, entre ustedes, mis hijos, las palabras guerra y muerte. Sufro, al ver hijos malos, ovejas negras que presos de su ambición, egoísmo y mezquindad, tratan de convertirse en los enemigos del sueño que tantos hombres mujeres y niños, indios, blancos, negros, campesinos, comerciantes, filósofos, religiosos y demás ciudadanos, emprendimos la lucha en el pasado que hoy tanto se recuerda.

Lloro al ver que después de más de doscientos años, debo repetirles la frase que, en el ocaso de mi existencia, en medio de la agonía, pronuncié aquel 1830: “ He arado en el mar”; Mi última proclama se hizo realidad. Siguen tratando de llevarme a las puertas del verdadero sepulcro.

Las naciones por las que luchamos para consolidar la libertad, donde reinaba antes la tiranía de los monarcas, dio paso a hombres que, hasta hoy, han conducido a estas patrias al fracaso, al tercermundismo, al pasado atroz que no querríamos repetir.
Mis anheladas naciones sumidas en la pobreza, alienadas por los discursos maniqueos y tontos de los que desean abrogarse el derecho de utilizar la palabra pueblo, para profundizar odios, divisiones entre hermanos, conflictos internos y externos, pobreza, golpes de estado, muertes, desolación y: miseria, no me permiten ser feliz pues tratan de destruir mi imagen, regalo de ustedes que me brindaron tan inmenso honor, para mostrarme al mundo de forma burda y grotesca.

No puedo ser feliz cuando se colocará sobre mi ataúd una bandera bordada por tan solo una pequeña porción del pueblo, discriminando a los que son también mis hijos, cuyo derecho a visitarme y quererme es equivalente al que pueden tener todos los hijos de las tierras sudamericanas por este simple ser humano que, desde el cielo del púlpito glorioso les escribe.

Trabajamos tantos hombres y mujeres abandonando nuestras fortunas, nuestra felicidad, nuestra tranquilidad, para liberarnos de los que siempre tratan de imponerse sobre la mayoría de los ciudadanos.

No puedo ser feliz al ver a mi amada Bolivia, pobre, sufrida, enfrentada y afectada aún por los conflictos étnicos y sociales.
No puedo ser feliz al mirar a mi Perú, victima, al igual que mis otras naciones hijas, presas de la corrupción, la impunidad y los intereses mezquinos.

No soy feliz al observar al Ecuador, tierra de hermosas mujeres como Manuela, una de las tantas que amé en mi vida fugaz tras la muerte de María Teresa, mi primer y gran amor, sumergido también en los conflictos internos que predominan.

No soy feliz al ver a mi Colombia, victima de los traidores que, utilizando mi nombre, y lesionando mi ideario, durante 50 años han asesinado vilmente hombres, mujeres y niños, destruyendo familias, poblados, con una guerra sucia y asquerosa contra sus propios hermanos, sumiéndoles en muerte, desolación y pobreza.

OH Venezuela, mí amada patria, el terruño, la querencia que me vio nacer en el seno de su capital en medio de un torbellino de tempestades. OH tierra amada, cuanta tristeza siento al ver como tiranos del ayer y hoy, utilizan mi gesta para alentar un falso nacionalismo, hipócrita y absurdo con el cual han pretendido siempre subyugar e hipnotizar a los pueblos, para que se olviden de hacer próspera la patria que le hicimos y entregamos libre.

Hoy, miles de mis hijos mueren diariamente victimas de la inseguridad, de hambre, hoy miles de niños y jóvenes deambulan en las calles mendigando comida, trabajando como esclavos o prostituyéndose para tener una vida menos inmersa en medio del sufrimiento, hoy millones de hombres, mujeres, niños y ancianos han abandonado la tierra que los vio nacer, para emigrar hacia otras latitudes en procura de un futuro mejor, por la impudicia, corrupción, ineptitud, improvisación y negligencia de un régimen que pretende eternizarse en el poder.

Hoy, los pueblos se sienten impotentes ante la miseria que se profundiza mientras los gobernantes, cual reyezuelos, viven en palacios, rodeados de riqueza, de los mejores alimentos, olvidados de su misión de velar por el bienestar para que el pueblo que les eligió; Sin duda, merecen ser fusilados por mentir a los que dicen representar, tratando de comprarles con mendrugos y migajas, haciéndoles, lentamente, esclavos del futuro.

Hoy todos los políticos utilizan mi nombre tratándose cobijándose bajo mi manto para escudarse de sus fracasos.

Hoy los comunistas, que adoran a Marx, uno de los hombres que más me ha insultado en sus escritos, dicen que yo era socialista.

Se equivocan, yo soy venezolano, ecuatoriano, peruano, boliviano, bolombiano.

No creo en los partidos políticos, porque son sectas de fracasados que tratan siempre de hacerse de riquezas y de la silla monárquica que el poder les brinda. Ellos abusan siempre de ustedes, de su credulidad, traicionando luego sus sueños e ilusiones hollándoles lo que les es más sagrado.

Siempre busqué mantener mi reputación y mis perseguidores del ayer y hoy, han tratado de destruirla.

Hijos, yo sé que la Gran Colombia no se consolidó. Sin embargo, hoy 235 años después anhelo sólo la gloria de su consolidación como pueblos, llenos de infinitos éxitos, deseo que trabajen por el bien inestimable de sus naciones, unidos porque son hermanos ¡ Carajo !, librándose de la anarquía, orando a sus diversos dioses a través de sus creencias, por el bien inestimable de nuestras patrias y, empleando sus espadas, su pluma, su inteligencia y capacidades para generar moral y luces a través del trabajo y la educación que hagan posible la defensa de las garantías sociales.

Les pido, les exijo que me dejen descansar en paz, que dejen de utilizar mi nombre en cuanta tontería se les ocurre, y que no me usen nunca más para engañar a mis pueblos.

Respeten mi memoria y mi legado, respeten los camposantos de los que moramos en la casa del señor.

¡Colombianos , ecuatorianos, peruanos, bolivianos y venezolanos, como lo dije aquel 10 de diciembre de 1830, mis últimos votos son por la felicidad de mi hijas naciones.

Busquen su libertad, no permitan que les lleven al horror de la guerra que produce sólo dolor y miseria; Entiendan que somos hermanos a pesar de nuestras diferencias políticas, ideológicas, religiosas, económicas y raciales.

No sigan matándome, produciéndome sufrimientos, no contribuyan a que asesinos invasores pueblen sus tierras, amparándoles, convirtiéndose en traidores y delincuentes.

No se dejen manejar por los egoístas que siempre anhelan alcanzar sus intereses, olvidando los de las mayorías.
Háganme feliz trabajando día a día para edificar la nación deseada, estudiando, formándose para que la ciencia y la tecnología los hagan libres en el mundo de hoy.

Construyan, edifiquen el futuro haciendo familia. Yo no pude tener hijos propios, pero ustedes son mis hijos procreados en batalla, con el semen de la sangre libertadora que unido a la savia que emerge de la tierra, engendró la patria soñada.
Consoliden la unión para que en mi sepulcro y, en el vivo recuerdo de sus corazones, pueda yo descansar eternamente.
Simón Bolívar.

Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

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@_toquedediana