(Anti) retórica parlamentaria
Cada vez que se juramentaba la directiva, durante el pasado mandato legislativo, soportábamos un largo espectáculo que, sin dudas, burlaba la buena fe de los grupos de invitados para tomarlo. A veces, procedentes de alguna comunidad de indígenas y, otras, de cualesquiera otras comunidades urbanas, según el antojo de un raro protocolo que paradójicamente informalizaba el evento.
La solemnidad del acto, prontamente se perdía en nombre del tal poder popular que, al menos, en un viejo libro, Kim Il-sung profusamente glosaba, por lo que nada novedoso reporta en Cuba y en Venezuela. En una ocasión, con motivo de una de las discusiones del entonces proyecto de Ley Orgánica de Cultura, en 2013, cuestionamos severamente la pretendida existencia de ese tan etéreo poder que nadie elige, excepto quienes ejercen el poder real, adedándolo, ahorrándonos la inútil consideración de las teorías de la representación.
El régimen ha hecho un ritual del llamado poder popular y no hay norma que haya dictado, con pretensiones jurídicas, sin que intente – complicándolo – explicarlo, aunque – en última instancia – aspira, a lo sumo, convenientemente numerosos los integrantes de la no menos tal constituyente venezolana, imitar a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. Ella, en propiedad, no es un parlamento, por su férreo origen monopartidista, ausencia de garantías, períodos de sesiones, entre otros aspectos; por cierto, encabezada por el también presidente del Consejo de Estado y máximo jerarca nominal del Partido Comunista. Ergo, está predestinada a la retórica asaz fastidiosa que gravita en la órbita de las consignas oficiales.
Sostenemos que la actual Asamblea Nacional, en lo que va de siglo venezolano, padece aún la poderosa influencia del modelo chavista, por darle algún calificativo, y varias veces resultan frondosas sus sesiones, por más que itinere en la ciudad capital, con sacrificio de las iniciativas prácticas que explican el uso correspondiente de las herramientas parlamentarias. Esto es, tendiendo a parlar, extendiéndose con el testimonio de invitados que gozan del favor del G-4, y no a parlamentar y concretar las opciones.
Es necesario decirlo, la Fracción Parlamentaria 16 de Julio hace un uso anti-retórico del debate necesario, específico y de fondo, como ha ocurrido con el problema de las universidades, pues, denunciándolo y colocándolo en una indispensable perspectiva, ofrece alternativas a través de sendas propuestas de acuerdo, proyectos de ley, comisiones especiales. Es el caso, hace poco, se filtró un documento de trabajo de las autoridades de la UCV en el que, para la ruta electoral, plantea una reforma puntual de la Ley de Universidades: doble retórica, porque el parlamento ha debido, encarar el asunto, como lo reclamamos, desde 2016, a la vez que lo hacía con el consabido colapso político nacional, como también las casas de estudios debieron imponerse a tiempo de los proyectos legales varias veces aludidos, por minoritarios que fuesen los proponentes, en lugar de la quejumbre (gustamos más de expresiones como “quejadumbre” y “quejadera”) caracterizadora de las élites políticas del país.