“Yo me podré morir pero no permitiré que por mi voto se muera Venezuela”
Estas palabras constituyen la respuesta de la diputada Addy Valero ante las pretensiones de los secuaces del régimen de Maduro que la visitaron convaleciente de su enfermedad cancerígena con la intensión de ofrecerle el tratamiento a sus padecimientos, más otros “beneficios”. Eso si votaba en contra de Juan Guaidó en la instalación del parlamento el 5 de enero.
Así ella lo informó al país, y con sus palabras mandó “pa’l carajo” a los bribones. Y ellos le colocaron agentes del Sebín en los alrededores de su casa. Y ella mandó a su suplente a Caracas para integrarse con los 100 diputados del honor. El pasado 22 de enero, Addy falleció por el cáncer.
He reflexionado tanto sobre esta diputada. Me he parado ante el teclado y he mirado por la ventana del apartamento para coger aire. Me conmovió la grandeza ética de esta dama, que contrasta con tan malos ejemplos de miseria política y moral que aparecen en una cotidianidad histórica nacional lamentable.
Mi impresión sobre Addy Valero y el liderazgo político: esta señora debe inspirar la generación de una nueva fortaleza de humanismo político.
Ella demostró que sí existe un político con principios en este país, con respeto para su pueblo, con ganas de trascendencia y de gloria. Sí, ella, con su conducta, llega a niveles de prócer cívico. Su ejemplo nos traslada al pasado, a un 24 de enero de 1848 cuando una turba que seguía instrucciones del dictador José Tadeo Monagas entró al Congreso de la República constituido por una mayoría de enemigos del caudillo que estaba preparando para ese día un juicio político contra este autócrata. Entonces, en el asalto de los monaguistas matan a ocho personas, entre ellas a cuatro diputados. Uno de los heridos, que fallecería días después, es Santos Michelena, otrora cónsul plenipotenciario de la Gran Colombia.
Monagas intentó reinstalar el parlamento para darle a su régimen una cierta apariencia de legalidad, pero se encontró con respuestas de dignidad. Entre ellas la del diputado Fermín Toro que, reconociendo la maniobra de los monaguistas que fueron a convencerle para que volviera al Congreso, les contestó: «Decidle al General Monagas que mi cadáver lo llevarán, pero que Fermín Toro no se prostituye». Pues bien, en el 2020, el espíritu de Fermín Toro imperó en la conducta gallarda de la parlamentaria Addy Valero para evidenciarnos que sí existen residuos de hidalguía en la clase política venezolana. Sí hay material moral en el liderazgo político venezolano para reconstruir un país digno.
Yo propongo que este ejemplo de firme luchadora por la democracia sea divulgado, difundido nacional e internacionalmente. Que lo hablemos en las asambleas. Que lo divulguemos en los foros, que inunde las redes sociales, esas redes a veces llena de tanta basura humana y política diciendo cosas para hacernos más enanos en principios.
En lo personal, sentí tristeza porque he hecho poco. Envidio su heroísmo, que creo que le costó la vida. Y qué grande ha sido su muerte porque no vale la pena vivir en el nadaísmo. Venezuela necesita ejemplos humanos porque siento que nos acobardamos. Nos arrodillamos. Somos cómodos para chapotear en el fango de una patria que está dejando de ser patria, y hoy es un vil campamento minero para el disfrute de saqueadores.
Señora Addy: no la conocí, pero sin conocerla, la amo porque me da luz, me da vida, me enseña.
Por último, ¡bienvenido al infierno, Goyo Noriega!