Salto de prisioneros (ya sin pértiga)
Conjetura personal. Lo ocurrido en la sesión matutina y fallida del 5 de los corrientes en el hemiciclo de trabajo de la Asamblea Nacional, corregida en la vespertina y consumada de la sede de El Nacional, nos remite a un fenómeno quizá propio de nuestra mentalidad rentista: el de tirar una parada, a todo evento y en cualesquiera ámbitos que se nos ocurra, constituye algo más que una tentación.
La cotización y elevación del triunvirato de la traición (Parra / Duarte / Noriega), respecto a las engañosas jerarquías del régimen que también hizo su apuesta, penosa aunque inevitable y emblemática de los días que corren, apunta al fin de la política que espera por un ciclo distinto de reivindicación y realización.
Demasiado obvio. El triunvirato no tenía posibilidad alguna de triunfar en una votación de la cámara, aún impedido el acceso de numerosos parlamentarios, incluyendo a Juan Guaidó, por lo que le hubiese contentado una derrota que diera por satisfechos los extremos del contrato, convenio o pacto contraído con la dictadura. Añadida la resistencia pasiva al posterior rechazo, desprecio y retaliaciones de los antiguos compañeros de bancada.
Sin embargo, comenzando por el despliegue táctico del oficialismo que literalmente cercó, ocupó y copó la presidencia hasta violentar las más elementales normas reglamentaria, le fue adjudicado un triunfo absolutamente írrito, yendo mucho más allá de lo posiblemente antes calculado.
Reconocido por Maduro Moros, el triunvirato mismo inexorablemente debe huir hacia adelante, aunque sean escasas sus capacidades políticas para la maldad que los compromete, siendo insuficiente el poder de compra.
Públicamente, se les recomendó recurrir al TSJ oficial para diligenciar el levantamiento del “desacato” asambleario, lo que implica disponer de algo más que un abogado de formulario y taquilla; deben nombrar los presidentes y vicepresidentes de las comisiones permanentes para “normalizar” la situación, pero no disponen siquiera de treinta nombres para ello, absteniéndose el chavismo de concursarlas; o designar al funcionariado administrativo de alto y mediano nivel que exige un poco más de competencia profesional, esperando por candidatos que necesitan de la venia de los dueños del circo.
Entonces, los maletinazos orientados a la absurda incorporación de los parlamentarios proclamados en 2015 por el organismo electoral, aunque nunca juramentados y menos incorporados, ya que no hay ausencia absoluta de aquellos que ejercen como principales y suplentes efectivamente juramentados y proclamados, se ofrece como una alternativa precaria.
Y es que, para hacer el mal, hay que tener talento y no basta ni se pierde la condición de malvado en el trance amargo de sobrevivir como prisioneros que también saben de cómplices que huyeron o están por huir, sabiéndose todos desechables a la vuelta de la esquina.
Siendo miles las vicisitudes vividas por el parlamento venezolano, probablemente jamás pasó por la tragicomedia del triunvirato en cuestión, retrotraído a la etapa de las viejas paradas de las guerras y escaramuzas civiles. Excepciones que confirmaron la regla: hubo apuestas de mayor calibre como la invasión de sesenta andinos que llegaron a la Plaza Bolívar de Caracas a amarrar sus mulas y caballos o la de Chávez Frias que cobró seis años después de fracasada la aventura.