País atravesado por conflictos
¿Cuál país podría imaginarse el lector para despejar la incógnita de una ecuación que incluye variables políticas, económicas y sociales, y además las condiciona a una interpretación que figura un plano de sórdida y pérfida realidad?
Posiblemente, la mente acudiría a países del África meridional. O quizás, del Medio Oriente. Sin embargo, la respuesta tiene el valor propio de una reflexión que puede rayar en la precariedad del conocimiento geopolítico.
Aún así esos países antes pensados, aun cuando no escapan de realidades colmadas de problemas anegados por rarezas sociales, propias de finanzas de manejos unilaterales; de una administración de justicia oscura; de una moralidad apegada a condiciones específicas, de una ética pública y de un ejercicio de la política acusados de manejos solapados, son recintos nacionales cuyas complicaciones responden a razones solamente socioculturales, religiosas e históricas. En consecuencia, son naciones constituidas por poblaciones para quienes estos conflictos de tan específica naturaleza forman parte de su idiosincrasia. Problemas que se padecen por generaciones hasta el extremo que se somatizan convirtiéndose en elementos propios de su humanidad. Poblaciones que han vivido trajinando sus causas y lidiando sus efectos.
Quien por ahí supuso la respuesta no acertó. Su presunción escasamente lo condujo a colisionar con el espíritu del ideario que envuelve la premisa subsistente bajo la pregunta que deriva de la presente disertación: un país atravesado por conflictos.
Por tanto, la respuesta pudiera contravenir tendencias de lo que suele describir la historia política contemporánea de un Estado-nación cuyas leyes han dispuesto de la pronunciación de valores como cimiento del proceso de desarrollo al cual la política apostó todas sus capacidades y potencialidades. Pero aún así, quien por ahí intentó responder, fracasó en su apuesta.
Bastaría con un análisis del lenguaje de la violencia para comenzar a descifrar algunas luces de hacia dónde se dirige la respuesta. Aunque en el curso del análisis es posible incurrir en errores sostenidos por la proximidad de hechos que caracterizan esa realidad geopolítica cundida por conflictos que asoman por doquier. Conflictos sin estructura dialéctica, sin forma semántica, sin fundamento hermenéutico. Tan contradictorios según el plano de desarrollo alcanzado por la realidad en cuestión que la respuesta se torna tan borrosa. Tan turbia, que es capaz de enmarañar el análisis al punto que serían tantos países que cabrían en la respuesta, que todo resultaría el reflejo de un vacío.
Posiblemente la utilización del principio de “deducción al absurdo” para dar con la incógnita, sería más preciso que cualquier otro que pueda sugerir la teoría política. O de las mismas ciencias sociales.
A la altura de esta disertación el tiempo está próximo a agotarse. No obstante, vale reconocer el esfuerzo para dar con la respuesta en torno a determinar cuál es ese país cruzado por conflictos. Conflictos que resultan de la extraña y contradictoria combinación de la estupidez con la soberbia. De la socarronería con la vanidad y la hipocresía. Un país cuyos gobernantes no tienen impedimento alguno para acusar a cualquier persona de incitador de odio, instigador de insurrección, de desobediencia de las leyes, de usurpador de funciones, de rebelde civil, de conspirador, de traicionero, de delincuente, de no ser leal a los principios de la patria, etcétera, etcétera…
Acusaciones todas infundadas. O en todo caso, sembradas a desdén de circunstancias con la anuencia de testigos fabricados a conveniencia. Así que el país sobre el cual puede recaer la impúdica caracterización de ser el que devela la incógnita de tan embrollada ecuación es aquel donde se asesina impunemente. Donde se desaparecen ciudadanos sin que pueda aludirse quien, del alto gobierno, ordenó tan desalmada decisión. Incluso, quienes llevaron a cabo tan terrible mandato. Es aquel país en el que se tortura como hecho propio de la cotidianidad política. Pero también es aquel en el que el régimen político busca que el pueblo padezca de hambre y así obviar excusas que dificulten controlar la población y someterla a violentos designios.
Para no prolongar más la impaciencia que causa la resolución de tan curiosa ecuación, la respuesta es aquella cuyos valores numéricos coinciden con contravalores que la historia sabe traducir. Y de cuya traducción pueden inferirse la inmoralidad, la infamia, el desparpajo, la impudicia la ignorancia, el vandalismo y la barbarie. Todo esto, con la exactitud que permite la matemática (política), toda vez que evidencia las realidades donde se conjugan tan disuasivas variables que dan cuenta del país en cuestión. Y que no es otro que Venezuela. Y es así dado que en el fondo es un país atravesado por conflictos.