La majestad del silencio
La comunicación entre organismos de distintos reinos es vital para la supervivencia de las especies. Los perros de la pradera, por ejemplo, alertan a sus congéneres cuando algún depredador anda al acecho. Los insectos con sus feromonas indican que están listos para aparearse. Algunos biólogos sostienen que las plantas tienen la capacidad de emitir hormonas que alertan a sus vecinas, sobre cambios en el ambiente, pero el lenguaje más productivo para el bienestar personal y para la relación que cada uno tiene consigo mismo, es el inexistente: el silencio.
La posesión del lenguaje es el aspecto que mejor caracteriza a nuestra especie respecto a las demás; hablar es lo que nos hace humanos. Está en la base de nuestra forma de ordenar el mundo. Lenguaje y pensamiento están indudablemente asociados y la forma en que éste se materializa en las lenguas a través del signo lingüístico es lo que nos permite comunicarnos. Pero ¿qué ocurre cuando no hablamos? ¿Podemos comunicarnos sin hablar? ¿El silencio comunica?
En el libro Lenguaje y silencio, el escritor estadounidense George Steiner reflexiona sobre la vida y la función del lenguaje a través de la historia de la humanidad. Este libro es una colección de ensayos, escritos en la década de los sesenta del siglo XX. Allí se aborda con inteligencia el largo proceso que ha conducido al lenguaje a pretender abarcar la totalidad de la realidad del mundo. El autor gira en torno de la decadencia del lenguaje cuando este es manipulado por quienes detentan el poder, y para ello se afinca no en su vivencia de la Shoá, puesto que él logró huir con su familia poco antes de ser alcanzados por la invasión nazi a Francia, sino en su interpretación de la misma como judío que la piensa, desde la distancia.
En este libro, el autor propone una filosofía del lenguaje que considera a la literatura como involucrada en todas las estructuras de la comunicación semántica, formal y simbólica. Steiner apuesta por la capacidad regeneradora del lenguaje, porque «… es el misterio que define al hombre de manera única en su identidad y su presencia histórica, que lo arranca de lo inarticulado, de los silencios que habitan en la mayor parte del hombre.
El silencio es un lenguaje universal que todo el mundo conoce y entiende, aunque no lo practique y en ocasiones, hasta lo olvide; se habla porque si uno calla parece que no tuviera nada que decir. Pero, silencio no es lo mismo que incomunicación, por el contrario, el silencio posee una tremenda carga comunicativa. El silencio es la mejor arma para combatir las dictaduras, dicen los que trabajan con esta herramienta. Tras el silencio hay innumerables ideas, experiencias y sentimientos.
Algunos silencios muestran la impotencia de poder hablar provocada por la actitud de personas que nos obligan de manera dictatorial y violenta a callar; este silencio nace de la falta de libertad y expresa miedo. Otros expresan lo más sublime de la relación interpersonal. En éste silencio se manifiesta la compenetración plena entre personas, como podría ser la de un matrimonio de ancianos que se aman y conocen; la expresión verbal muestra su pobreza para expresar el profundo entendimiento de unión y amor que se tienen y profesan.
También, el silencio puede expresar rabia, furia. Este surge del odio, del desamor y la incomprensión entre las personas. Y aun otros que van mucho más allá de éste, y son, en ocasiones, consecuencia de él: un silencio que comunica el placer que tienen ciertos individuos en la contemplación del dolor ajeno: un silencio lleno de una crueldad que es inconfesable por medio de la palabra.
Cada silencio surge de una situación diversa y lleva una carga emocional rica e impactante, capaz de interpelar al otro, de conmoverlo cuando éste logra interpretar el significado del silencio de que es objeto. Hemos de procurar recuperar esa capacidad silente, con la que todos nacemos para aprender a escuchar y no perder esa faceta comunicativa que encuentra su máxima expresión en el amor interpersonal y compasivo. En efecto, el silencio está presente en la propia facultad del lenguaje, sin el silencio viviríamos rodeados por un ruido que imposibilitaría la comunicación.
El silencio, a su vez, está presente en la gramática y en la retórica mediante elementos, como la elipsis, que permiten articular lo no expresado gramaticalmente. Así pues, el silencio no solo comunica, sino que se convierte en el elemento no marcado de la comunicación porque adquiere la condición de signo lingüístico, en tanto y en cuanto, se convierte en un elemento expresivo con significado propio.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE