Incomprensible tanto llanto y clamor de venganza
Resulta incomprensible tanto llanto y clamor de venganza por la muerte del general iraní Qasem Soleimani, verídico cerebro de la acción terrorista islámica más extendida en el mundo y la mejor organizada; fue dado de baja mediante una acción de terrorismo de Estado, vale decir, el mismo recurso utilizado por el general para mantener al mundo al borde de la angustia, cumpliendo un mandato coránico, el de la Guerra Santa, la yihad.
Incomprensible, digo, porque muy en sentido contrario sus deudos y allegados deberían manifestar alegría por su destino, por cuanto siendo el sujeto en cuestión un héroe de su nación islámica y un mártir de su fe, ha ido a parar a un lugar privilegiado: el Yanna, el Paraíso prometido por Alá ─el Compasivo y Misericordioso─ a través de la voz de su Profeta, a aquellos muertos en su fe, tal como lo describiré más adelante siguiendo los textos islámicos.
A partir de familiarizarse uno con la idea del paraíso musulmán entendemos con más nitidez por qué ─sumado a la una realidad existencial miserable, al fanatismo inculcado desde la más tierna infancia y al primitivismo cultural─, es un factor esencial en la dinámica del terrorismo islámico; es la promesa que actúa como impulso para que miles de siervos de Alá se inmolen gozosamente y la idea rectora del infame proyecto llevado a cabo por quien sería futuro Presidente de la República Islámica de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, durante el conflicto Irán-Irak (Primera Guerra del Golfo Pérsico, 1980-88) consistente en la creación del cuerpo paramilitar de los Basij; lo integraron niños entre los nueve y dieciséis años, y su misión fue limpiar los campos de minas antipersonales.Los voluntarios se inmolaban gritando «¡Shahid, shahid!» (¡Martir!). A los chicos se les había hecho creer que con su sacrificio irían directamente al paraíso. ¡Y hasta les colgaban del cuello una llavecita de plástico, hecha en Taiwán, para que abrieran por sí mismos las puertas del Edén. Se distinguían mediante bandas blancas en la cabeza; entre ellos es un símbolo del abrazo de la muerte. Decidieron enviarlos a la acción envueltos en alfombras a propósito de evitar el espantoso espectáculo de los miembros dispersos.
La fuente principal de la descripción del cielo musulmán que aparece a continuación es el Sagrado Corán, versión castellana de Julio Cortés, aprobada por diferentes instituciones islámicas. Sobre el Cielo 56:17-22; 76:19. El lector interesando en verificar el «mandato coránico» de la Guerra Santa, antes aludido, puede consultar las siguientes suras (capítulos) y aleyas (versículos) del Libro: 2:190-195: 3:142; 4:71-78, 94-96; 8:59-66, 72-75: 9:5-15, 29-31, 38-52, 81-89; 16:110; 22:39-41; 29:6; 47: 4-13, 35-38; 49:15; 61: 10-13. No se pierda de vista que “Cualquier traducción del Corán sólo puede ser considerada como un comentario del mismo, nunca como el Corán.” También apelamos a los hadices, los dichos y descripciones de las acciones del Profeta compiladas por sus seguidores. Los hadices «son el pilar fundamental de la Sunna, la segunda fuente de la ley musulmana después del Corán».
El Paraíso islámico, el Yanna, tiene siete niveles; el más alto se conoce como Firdaws; los que vivieron con humildad y los piadosos, los que se inmolan por su fe, serán recibidos por los ángeles con saludos de paz. Los textos islámicos describen una vida inmortal para sus habitantes, feliz, sin daño, dolor, miedo o vergüenza, donde se satisface cada deseo. Las tradiciones aseguran que todos serán de la misma edad, de treinta y tres años, y de la misma estatura. Su vida estará llena de venturas incluyendo trajes lujosos, joyas y perfumes, participando en banquetes exquisitos servidos en vajillas de valor incalculable por jóvenes inmortales; descansaran en divanes adornados con oro y piedras preciosas. Los alimentos mencionados incluyen carnes y vinos aromáticos que no embriagan ni inclinan a las peleas. Los residentes en el Yanna se regocijarán con la compañía de sus padres, esposos, e hijos −siempre que hayan sido admitidos al paraíso−, conversando y recordando el pasado. Las viviendas serán agradables, con amplios jardines, valles sombreados y fuentes perfumadas con alcanfor o jengibre; habrá ríos de agua, leche, miel y vinos, frutas deliciosas de todas las estaciones, sin espinas. Un día en el paraíso se considera igual a mil días en la tierra.
Los palacios serán de oro, plata y perlas, entre otros materiales, y también habrá caballos y camellos de “blancura deslumbrante”, junto con otras criaturas. Se describen grandes árboles y montañas hechas con almizcle, entre las que los ríos fluyen por valles de perlas y rubíes. El Corán les asegura a los mártires un lugar en el Firdaws, un lugar idílico pleno de placeres. Los textos también mencionan a las hurun ein, o sea, las huríes, creadas en la perfección, con las cuales compartir las alegrías carnales, logrando “un placer cientos de veces mayor que el terrenal”; están al servicio de los creyentes y son muchachas núbiles de piel muy blanca, bocas rojas de labios melados, como apetitosas manzanas del Shabit-al kaal y ojos grandes y muy negros; de cinturas delgadas y esbeltas, vestidas con colores vivos con sus gargantas adornadas y su perfume característico apto para todas las naturalezas; mujeres jóvenes y bellas de movimientos suaves, espíritus nobles, ademanes amables, pechos altaneros, vulvas secas, besos suaves y nariz recta. El número de huríes disponible para cada varón muerto en la fe no aparece especificado en el Corán, pero estudiosos modernos de ese Libro Sagrado creen que son como entre setenta o setenta y dos. Las huríes son doncellas vírgenes, sin que esto signifique prohibición del sexo: todo lo contrario. Ocurre que la virginidad se les regenera milagrosamente; las huríes tienen como principal cualidad la de regenerar su virginidad luego de cada desfloración. Desflorar doncellas es una de las mayores pasiones de los musulmanes y Alá los complace; también le garantiza a sus mártires un montón de efebos, que no están con ellos exactamente para hacer mandados…