El destierro anticipado de Juan Guevara
El 2004, año del “fraude electoral del 15 de agosto”, “la revolución bonita apuntó y disparó su artillería hacia dos blancos, buscando así la destrucción absoluta de dos pilares fundamentales de nuestro sistema político: justicia y democracia”. Se encuadró el desastre de la justicia venezolana en: a) el propósito de desmantelar cualquier forma de disidencia política y b) el pase de factura en Venezuela, por medio de graves violaciones de Derechos Humanos.
Así las cosas, en noviembre de ese año, el 20, Juan Guevara, para la fecha ex funcionario de la extinta PTJ, fue secuestrado cuando llegaba a su residencia en Guatire, desde entonces se encuentra desterrado del Estado de Derecho y de Justicia, proscrito del sistema de justicia venezolano fundamentado en los preceptos establecidos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, donde se circunscribe la tutela judicial y el debido proceso, que le han negado por más de 15 años de injusta prisión.
Los testimonios para condenar a Juan Guevara, también a sus primos Rolando y Otoniel, son falsos de toda falsedad. Sus acusadores se encargaron de no dejar dudas sobre ese fingimiento; no así, aquellos testimonios que dan fe de su integridad y nobleza de hijo, padre, esposo, amigo y servidor público respetuoso de la ley y la justicia, incluso después de la mala hora en que pudieron de dejar sentido para él.
¿Destierro anticipado? En la persona de Juan y sus primos, también de los policías metropolitanos y comisarios, el Socialismo del Siglo XXI se adelantó en la supresión de derechos esenciales reflejada en la comprensión vivencial del aislamiento que ha significado estar presos durante tanto tiempo siendo inocentes, fiel reflejo de un pueblo oprimido y desvalido en medio del desastre aberrante que vivimos todos.
Carmen Medina, esposa de Juan, nos confió aspectos poco conocidos de ese destierro. De hecho, vive exilada en España junto a sus tres hijos. Dos de ellos no culminaron sus estudios universitarios ante el riesgo de correr la misma suerte de su padre o peor, “perder la vida”, como ocurrió con muchos jóvenes sumados a las protestas al igual que ellos; por ella conocimos al hombre, el profesional y motivaciones del proceso penal político desarrollado con repercusiones desfavorables para toda la familia.
Juan Bautista Guevara Rodríguez, 57 años de edad, hijo de Juan Bautista Guevara Hernández y Carmen Del Valle Rodríguez Herrera, es el mayor de 8 hermanos, casado en primeras nupcias con Ingrid Zerpa, de dicha unión nacieron Yndira, Ronald y Carlos Eduardo, también en el exterior. Casado por segunda vez con Carmen Medina, con ella procreó a Andrés y Juan Vicente, asimismo es padre de crianza de Gabriela.
“Seis hijos que tienen 15 años sin convivir con su papá y 16 navidades tristes para todos como familia, además cuatro nietos que conocen poco de lo que es el calor de su abuelo”, recalcó Carmen, quien agregó:
“Juan es un padre que no pudo compartir comuniones, graduaciones ni ninguna fecha de relevancia con sus hijos, la mayoría de ellos estaban muy pequeños para el momento de su secuestro y posterior detención. Siempre ha sido un padre cariñoso y amoroso y dedicado a sus hijos, un esposo excepcional, de buen carácter, calmado y muy paciente, muy colaborador y servicial. Es un buen hombre en todo el sentido de la palabra”.
Con la pérdida de la libertad de Juan vinieron otros quebrantos: “Antes de comenzar este viacrucis llevábamos una vida normal, como cualquier pareja joven, con hijos que nunca les faltó nada y donde reinaba el amor. Tuvimos que cambiar forzosamente la pasión de una relación por el entendimiento y la comprensión, en la actualidad tenemos 27 años juntos como pareja y 25 de casados, de los cuales tiene 15 preso. Nunca como familia pedimos nada de lo que estamos viviendo”.
La supresión de derechos se hizo sentir más allá de lo imaginable: “Juan perdió en su momento la patria potestad de nuestros hijos y la tomó el Estado. Si yo quería llevar a mis hijos fuera del país, tenía un tribunal de menores que otorgarme un permiso para poder viajar y para algo tan básico como obtener un pasaporte, porque como pena accesoria de su condena ya su papa no podía ejercer su derecho”.
Carmen subrayó singulares consecuencias en este caso, aunque lo propio sería decir tribulaciones:
“Como familia también nos encontrábamos privados de libertad, no podía haber viajes largos o que abarcaran fines de semana, porque los sábados o domingo teníamos el deber y compromiso de estar en la visita, sin contar que siempre había alguien que dijera “tú de paseo y tu esposo preso”.
De 15 años, tuve 13 visitando tres cárceles, una peor que la otra, cárceles donde tanto el preso como el familiar éramos humillados, desde desnudarnos en un salón de reconocimiento en Digesim y que del otro lado estuviera el capitán de guardia viéndonos desnudas como en Yare, donde las custodias también te desnudan y te mandan a agacharte y pujar, quizás sea un procedimiento normal para el mundo pero para mí no lo era.
A todas esas visitas sólo íbamos mis pequeños hijos y yo, por lo menos una vez a la semana, porque también tenía que trabajar para sostener mi hogar y cubrir las necesidades de Juan. Sin ningún tipo de relevo, porque los “amigos” se alejaron casi todos despavoridos por temor a ser involucrados en el caso, además que nadie quería exponerse al bochorno de ser revisado o humillados por el tipo de revisión.
Dependiendo de las hormonas, del estado de ánimo o de lo que le apetezca al Jefe de Investigaciones, así son manejadas las visitas. Un día revisaban exhaustivamente, otro día no revisaban y otro día te decían que ni el hielo podías pasar. Siempre todo lo hacían más difícil”.
La humillación y bochorno a que eran sometidos los conyugues o parejas cada 15 o 21 días, con ocasión de las visitas conyugales, no tienen parangón; sin embargo, en medio de tan tristes circunstancias, Carmen mantenía su firmeza:
“No había tiempo para llantos y quejas, tenía que ser fuerte para trasmitirle esa fortaleza a Juan y no decir todo lo que pasaba en casa para no sumar una mortificación más a todas las que el ya tenía”.
La conclusión no podía ser otra, por irónica que parezca:
“El caso Anderson nos cambió la vida de la noche a la mañana como familia. Nunca nadie quiso verse en nuestro espejo. Nadie nunca pensó que le podía pasar algo parecido, después de eso en tantos años vimos pasar en la visita a familiares de banqueros, militares, políticos, inclusive, aunque parezca un chiste, llegué a compartir con la familia del ministro Jesse Chacón , ya que su hermano y su cuñada se encontraban presos en El Helicoide… Las vueltas que da el mundo, Jesse fue el Ministro de Interior y Justicia que se encargó del caso Anderson. Luego de eso nada sorprende, ya cualquiera era esposa, hermano o hermana, madre o padre, mujer o amante de un preso político. O un preso político”.