Universidad y cohabitación
Consabidos los problemas que confronta la universidad venezolana, lejos de actualizarlos, la tristemente célebre sentencia nr. 0324 del 27/08/19 de la Sala Constitucional del llamado Tribunal Supremo de Justicia, logró aplacarlos trastocada en una eficaz pieza de intimidación. Cierto, hubo testimonios inmediatos de rechazo, pero se redujeron a una suerte de ritual que extremó la cautela y auspició el reacomodo de determinados sectores, en contraste con otros todavía empeñados en impulsar una concreta iniciativa de reivindicación de la libertad de cátedra y de la autonomía universitaria.
Finalizando el año, a modo de ilustración, los gremios docentes, estudiantiles y de egresados de la Universidad Simón Bolívar, agotan sus mejores esfuerzos por una defensa de la casa de estudios que pasa por la pronta celebración de los comicios internos de conformidad con la Constitución, la Ley de Universidad y sus reglamentos, añadido el empeño de comprometer a los empleados y obreros que, por varios años, no eligen democráticamente a sus dirigentes. La Asociación de Profesores (APUSB), además, nueva y públicamente plantea a la Asamblea Nacional una propuesta de acuerdo destinada a la orientación del común esfuerzo de oposición, exhortando a reconocer la emergencia electoral en las universidades y afianzando una declaratoria de la urgencia legislativa para facilitar el instrumento que haga posible a corto plazo los procesos electorales autonómicos.
El ministerio usurpador del ramo, ahora, pide una postergación del plazo judicialmente ordenado que, además de revelar la incapacidad política, técnica y administrativa para aplastar a las universidades, se ofrece como ocasión para negociar con los voceros del sector universitario una indecible convivencia que reclaman como habilidad política, donde hay ceguera, vacilación y temor. Por supuesto, ha generado una importante pérdida de la mística universitaria, abriendo la senda a quienes desean concurrir a los comicios con las reglas arbitrarias de una dictadura que, por siempre, ha esperado el momento adecuado para dar el zarpazo.
La inmensidad del peligro que corre la universidad venezolana, no guarda correspondencia con las previsiones adoptadas, exageradamente tímidas en espera de algún hecho fortuito que releve a buena parte del sector de una tarea inexcusable. Hay consciencia de la trascendencia de una respuesta firme y contundente que puede generar un irresistible oleaje democratizador, con la convocatoria y realización masiva y simultánea de los comicios universitarios según la normativa constitucional y legal vigente; pero también hay miedo y, lo que es peor, la tentación de una cómoda transacción que hable de normalidad y de normalización donde francamente no las hay ni habrá.
Indudablemente, la situación retrata muy bien las consecuencias de una política de cohabitación decidida, esbozada o acordada en el diálogo de Oslo y sus derivados, con olvido del cese de la usurpación, y sacrificio de la lucha universitaria, por ejemplo. Explica muy bien, la dejadez o displicencia que se respira en un número importante de nuestras casas de estudio que, por mucho que lo juren, jamás serán universidad bajo la égida de un régimen resueltamente ágrafo.