¿Socializar la pobreza?
La jerga popular es sabia al decir “bueno es el culantro, pero no tanto”. Dicho aforismo indica que el abuso deviene en problemas, aunque el propósito sea loable. En política ocurre igual. La regla no admite excepciones. Peor aún, cualquier pretensión en demasía conduce a fracasos seguros para los cuales no ha habido arreglo alguno. La historia está abarrotada de casos que reflejan la contrariedad de situaciones que, en principio, tuvieron un propósito distinto del resultado expuesto. O sea, el resultado terminó en otra cosa.
Vale este exordio a manera de animar reflexiones en torno al camino que, a partir de intenciones infundadas, puede depararle a Venezuela consecuencias al margen de puntuales consideraciones políticas, sociales e históricas. Por supuesto, en perjuicio del esfuerzo de otros actores que buscan equilibrar el juego político en que se ha incurrido. Específicamente, desde que el actual (des)gobierno decide trastocar los criterios básicos de desarrollo sólo por aventurarse a transitar la anti–historia, con la excusa fútil de exhortar una presumida “revolución bolivariana”. Peor aún, bajo los auspicios del mentado “socialismo del siglo XXI”
Ahora le tocó el turno al escueto argumento de hacer de las ruinas actuales, un “país potencia”. Asimismo, como lo de “socializar la riqueza nacional”, sin entender que antes deben solventarse problemas que pasan por el tamiz de la organización social y la concienciación política.
Además, con el disparatado cuento de inducir valores socialistas que persigan generar un “nuevo republicano”, el régimen busca eludir las causas del descalabro que su misma obcecación ha potenciado en el país. Esto, sin reconocer condiciones que pueden reivindicar la política como instrumento para la paz, la verdad y la justicia. Es la paradoja que asoma cada discurso presidencial, indistintamente del escenario ante el cual es pronunciado. Como si no existiese la vergüenza o la moderación para regular tan equivocada sintaxis.
Pero lamentablemente, el descaro se convirtió en un táctico recurso de gobierno que sólo funciona para engañar a mansalva: Así sucede, al margen de valores que exaltan el bienestar como meta del trabajo. Por consiguiente, es indiscutible el ridículo que se hace cuando se insinúa relegar la riqueza. Sobre todo, cuando contrario a ello el régimen impúdico y usurpador maneja las finanzas públicas con el desorden que requiere encubrir la corrupción que sigue destacando su gestión de la mano de acusados funcionarios. Solamente, excusándose en el absurdo de “socializar la pobreza”.