¿Qué nos espera en el 2020?
La pregunta, aunque es obvia porque es generalizada, no deja de ser un poco pretenciosa, en el caso de que se aspire dar una respuesta clara. No creo que dicha pregunta tenga respuesta clara, precisa, inequívoca. Al menos no para que los que luchamos, así sea poniendo un granito de arena, para que sea superada la hegemonía despótica, depredadora y envilecida, que aún impera en nuestra patria.
Ojalá y se pudiese afirmar con responsabilidad que el 2020 será el año del cambio sustancial, del cambio para empezar a reconstruir a Venezuela desde sus cimientos, en el camino de una República Democrática. No debemos descansar para que ello pueda ser así, pero una afirmación tajante en el sentido que será así, es imposible de fundamentar con firmeza.
Y lo es no porque la catástrofe humanitaria se esté aliviando. Al revés: se agrava de manera avasallante, llevándose por delante la ya esmirriada calidad de vida de la inmensa mayoría de los venezolanos, y transmutando a la nación en un desierto cada vez más inhóspito… En verdad la tragedia venezolana es un motivo más que sobrado para que se ejerciera el derecho a la rebelión, consagrado en la Constitución formalmente vigente.
Pero nada de eso ocurre, a pesar de la dramática realidad, porque la plutocracia que constituye al poder establecido no es sólo de color rojo sino multicolor. Los patronos cubanos han tenido la habilidad de desplegar en Venezuela, paso a paso, un proyecto de dominación, en el que una parte importante de los factores políticos o económicos que, oficialmente son opositores o críticos, se han ido integrando, por los caminos «verdes», a la propia hegemonía.
Todo ello a costa del conjunto de los derechos humanos, que han sido y son aplastados por el poder, y sobre todo promoviendo una emigración masiva, en particular de los más jóvenes, para de esa forma quitarse de encima a adversarios naturales, reducir drásticamente la demanda de bienes y servicios –en una economía ya sumergida en el caos–, y aprovechar a la diáspora como una fuente de ingresos en divisas nada despreciable.
No sugiero que todo eso sea un plan calculado al detalle. No. Pero todo eso está aconteciendo. Y mientras tanto la nación venezolana sigue cayendo en un abismo sin fondo, al tiempo que la plutocracia hegemónica compite en riqueza y ostentación con las mafias rusas o con las cortes de emiratos monárquicos. Una plutocracia que no cree en ningún tipo de limitación, a la hora de reprimir, asaltar y destruir.
¿Significa lo anterior que estamos condenados a seguir donde estamos, o peor? Definitivamente, no. Tenemos que rechazar la resignación pantanosa en la que sobreviven muchos. Y así mismo, tenemos que rechazar el contubernio que sostiene a la hegemonía. No hay que tener demasiada intuición para considerar que en el 2020, básicamente, se podrían dar dos tipos de trayectorias. Una que implique el continuismo agravado de la catástrofe nacional. Otra que siquiera empiece un cambio verdadero, no cosmético.
Aquéllo no sería sorpresivo. Esto sí. ¿Será el 2020, por fin, el año de la sorpresa positiva en el siglo XXI? No lo sabemos, pero hay que luchar sin descanso para que así sea.