La pobreza como reto
La pobreza sigue siendo un caldo de cultivo para los demagogos de oficio. Es común escuchar a los populistas disparar todo tipo de promesas en nombre de agrupaciones que se abrogan la representación de los pobres. Ofrecen cuánto despropósito les pase por la cabeza, con tal de llamar la atención de mujeres y hombres que forman parte de esa inmensa franja de familias acorraladas por los problemas económicos y sociales, que les dan razones para estar, siempre, inconformes con la vida que llevan.
Queda demostrado que no bastan las ayudas ocasionales para calmar las angustias que, en muchas coyunturas, terminan en explosiones o estallidos sociales, como los que se han visto últimamente en algunos países de Europa y América Latina. Es justo admitir que hay países que han venido reduciendo esa brecha entre ricos y pobres. Que son millones de familias las que se van incorporando a un bienestar, en comparación con el estatus de vida que experimentaban anteriormente. Pero la verdad es que las diferencias continúan siendo visibles y, en algunos casos, detonantes de esa rabia incontrolable que se desata en manifestaciones agresivas, mucho más, cuando se sabe que en medio de esas protestas legitimas se mezclan, furtivamente, operadores de órganos con fines políticos desestabilizadores.
De los análisis que se han realizado, usando métodos técnicos que ayudan a comprender objetivamente las causas de esa evidente pobreza, se tiene como cierto que las políticas asistencialistas no son suficientes o no sirven para sacar a la gente de la miseria en la que se encuentran o permanecen, muy a pesar de esos regalos que se hacen en nombre de falsas revoluciones o de gobiernos que apelan a esos programas que se reducen a tratar de paliar las carencias que no se pueden superar con los salarios castigados por la inflación, devaluaciones o, simplemente, porque los costos de los bienes, servicios de transporte, salud, útiles escolares o alimentos, rebasan los montos de las deprimidas remuneraciones que reciben el grueso de los trabajadores en muchas partes del mundo, especialmente en América Latina.
Por lo dicho antes, sigue siendo un reto más vigente que nunca articular programas eficaces y sostenibles para dejar atrás esas injusticias tan chocantes de saber que actualmente hay seres humanos que mueren por desnutrición, por no tener medicinas, porque los mata una simple enfermedad obtenida por consumir agua contaminada o por ser víctima de la delincuencia desbordada que también tiene su epicentro en esa indómita pobreza.
Pienso que la justicia social se dará cuando todos los niños tengan alimentación adecuada antes de nacer, o sea, esa nutrición prenatal, seguida de la lactancia materna. Cuando reciban una educación temprana. Cuando sean incorporados a la educación para el trabajo y puedan ser buenos ciudadanos, como emprendedores para ascender socialmente como propietarios, productivos y solidarios en vez de egoístas.
Otra cosa, no se trata de creer, erróneamente, que una mujer se da por bien servida cuando le asignan un trabajo en el que se faja a tiempo completo para terminar recibiendo, a fin de mes, una paga que no le alcanza ¡ni para la comida de la familia!. Es tiempo de entender que sin salarios dignos no habrá tampoco vida digna para ese conglomerado social, que luego escucha esas prédicas que buscan soliviantarlo con el cántico de que “los ricos explotan a los pobres”.
Lo cierto es que el populismo que lleva a los gobernantes que lo practican, a reventar las arcas de las naciones que gobiernan para tratar de remediar la pobreza con dádivas, lo que hacen es dejar a esos países endeudados, con déficits fiscales, con hiperinflación, con escasez de alimentos, con desempleo, decrecimiento económico, y con más legiones de pobres que ven como los que dicen defenderlos, terminan corrompiéndose y robándose en nombre suyo, el dinero que supuestamente era para mejorar la educación, la salud, las carreteras, edificar viviendas con servicios de agua potable, luz eléctrica, instalaciones deportivas, cloacas y seguridad.