Ilusión verde
La sobrevenida y desordenada presencia del dólar en el comercio interno, celebrada por el régimen como una epifanía, tiene para algunos analistas la lectura del inicio de una reanimación de la economía. Se teje una engañosa ficción de dinamización que vincularía el poder adquisitivo del billete verde con la realidad del país como productor de bienes transables.
Nada más lejano de la verdad. Al cierre de este año 2019 la economía venezolana está reducida a apenas un tercio de lo que era en 2014 y no existe síntoma alguno de revertir la tendencia de estos últimos seis años. Los dólares que se pactan en el comercio no los genera nuestra capacidad exportadora. Su disímil origen abarca desde capitales de vedada circulación internacional hasta las modestas remesas de la diáspora.
El dólar solo tendría sentido de equilibrio como patrón de nuestras transacciones si el mismo fuese también unidad de cuenta de las nóminas de trabajadores, públicas y privadas, y de las contrataciones en general. De otro modo, continuará como atizador del alza de los precios denominados en bolívares. Una dolarización ordenada podría efectivamente ser una vía eficaz de normalización del índice de precios, pero exigiría también una disponibilidad de reservas internacionales en el Banco Central, que solo serán provistas cuando se produzca el cambio político en el país.
En su improvisado formato actual el dólar representa una arremetida salvaje para la desaparición de nuestro signo monetario, el Bolívar. Como también lo constituye la cripto moneda Petro, ese artificio impropio de la política monetaria de un Estado, inventado ante la incapacidad del régimen para sostener el Bolívar, usado además de manera perversa y cruel entre millones de pensionados del Estado.
La dolarización desvinculada de la realidad de la inversión, la producción y el empleo es una ilusión. Beneficia sin duda a una minoría privilegiada, pero se suma a las privaciones de las grandes mayorías.