Fake news
Recientemente, y por no ser prudente, fui víctima de un trol. Di por bueno un tuit, supuestamente emitido por Lester Toledo, por el cual este le recriminaba unas acciones a Calderón Berti. Y lo reenvié. Inmediatamente, mi nieta mayor, desde Madrid —donde habita porque debió solicitar protección del gobierno español por las amenazas, inclusive por prensa, que recibió al ser una destacada líder juvenil carabobeña— me alertó de que era un bulo malintencionado. Pero ya era tarde: se había hecho viral porque no fui el único que reenvió. Quien lo redactó — alguien que probablemente trabaja para los laboratorios de guerra sucia del régimen— se anotó un éxito. Ya, como premio, debe haber recibido un beso de Delsy Eloína. Todo el ciberespacio está inundado por falsas verdades. Los rusos son unas fieras en eso. Y los cubanos que dominan al usurpador cucuteño adquirieron esas destrezas de quienes nunca han dejado de ser sus amos. Ahora, quienes recibimos las oleadas de fake news debiéramos convertirnos en zahoríes para que no nos cacen por incautos.
En el título y más arriba emplee un anglicismo. Con toda la intención, porque me parece que es más apropiado que ese neologismo de “posverdad”, que se presta a confusión por el par de sílabas finales. Ya que lo que se emplea para distorsionar deliberadamente la realidad son puras mentiras. O, cuando mucho, medias verdades. Y ya sabemos lo que dice don Pero Grullo acerca de estas: que son como medio ladrillo: cuando los lanzas, llegan más lejos. Nadie está inmune a estas avalanchas de embustes. Hasta las altas autoridades de las potencias occidentales, las Naciones Unidas y la Unión Europea han caído. Especialmente en épocas de crisis o en tiempos de elecciones.
Ya hasta un nombre se le ha puesto a esas actividades tendientes a buscar que las emociones —y la premura que pareciera ser concomitante con el mundo cibernético— obnubilen las creencias y la moralidad de las personas y logren influir en las actitudes sociales. Le dicen: “política posfactual”, en una admisión de que lo que hacen rebasa los hechos, que no está sustentada en la verdad verdadera, si me permiten la exuberancia.
Para estar prevenidos, retomo y edito algunos consejos que ya expliqué por aquí hace algunos años. Que no son originales míos, sino de Darrell Huff, un profesor que me dio Estadísticas en Chicago y que publicó un libro sobre la materia que ya lleva más de un millón de ejemplares vendidos: How to Lie with Statistics.
Huff comienza citando a Benjamín Disraeli: “Hay tres clases de mentiras: simples mentiras, malditas mentiras y estadísticas”. A lo largo del texto explica cómo puede uno evitar ser confundido por gráficos, tablas, estudios que se nos presentan. Creo que también pueden ser útiles para evitar que los laboratorios de guerra sucia nos caigan a coba.
Primero, uno debe preguntarse: ¿Quién lo dijo? Porque una cosa es cuando gobiernos serios, como los de Alemania o Suiza informan acerca de las cifras de desempleo, y otra muy distinta es cuando el Jorgito «Audi» Rodríguez declara que más de medio millón de personas acudieron a Miraflores a escuchar el verbo encendido de Platanote.
La siguiente interrogante es: ¿Cómo lo supo? Si un encuestador pregunta a mil empleados públicos si han usado la Internet de la oficina para asuntos particulares, solo menos de cien van a admitir que sí lo han hecho. Por otro lado, si otro encuestador llega al barrio vestido con una franela roja adornada con los ojos de Boves II y pregunta quién va a votar por la oposición; muy difícilmente obtendrá una cifra real, siendo que los que contesten puedan temer que no les llegue la bolsa CLAP al mes siguiente.
Después, hay que preguntarse: ¿Alguien me cambió el tema? Pongo un ejemplo: cuando los “médicos” cubanos de Barrio Adentro no habían empezado a escapar hacia otros países, el MinPoPoSalud de turno informó que estos habían atendido no-sé-cuantos millones de consultas. Si alguien se hubiese tomado la molestia de dividir ese número entre los habitantes del país, concluiría que cada venezolano había sido atendido ochenta-y-dele veces. ¿Dónde estaba el truco? En que los “médicos” cubanos debían visitar toda las casas del barrio para adoctrinar —de salud poco sabían— y reportar el número de personas que habitaban en ellas. Después, un burócrata debidamente instruido convertía esos guarismos en consultas y curaciones.
Por último, hay que hacer la prueba del ácido: ¿Tiene sentido lo que dice? Hace poco, el gobernador de Carabobo que se las echa de Drácula informó que se iba a encargar de solucionar el problema del gas doméstico en el estado. Lo cual no pasa de ser una babiecada y una mentira insensata. Sencillamente, si no hay suficiente gas en el país, y si Carabobo no lo produce, sino que lo recibe por gasoducto, no puede cumplir con su palabra. Lo que hizo fue asumir la competencia, pero para pasársela en concesión a un amigote, previo aumento descomunal de los precios, para dividir la cochina con este. Sigue el Drácula de a locha mareándole la perdiz a medio mundo. En él se cumple aquello del padre Feijoo: “Un mentiroso es indigno de toda sociedad humana; es un alevoso que traidoramente se aprovecha de la fe de los demás para engañarlos”.
Creo que cabe una cita más: esta, de algo que le escribió Aristóteles a su hijo Nicómano: “La mentira en sí es reprensible y mala, y la verdad, por lo contrario, es bella y digna de alabanza. (…) El que sin ningún motivo exagera las cosas en provecho propio, puede pasar por vicioso; porque si no lo fuese, no se complacería en la mentira. El castigo del mentiroso es no ser creído aun cuando diga la verdad”.
Creo que es hora de revivir aquel consejo que daban en una cuña televisiva de hace aaaños: “¡Guillo, que hay mucho pillo!”.