El irlandés
Que un gran artista de setenta y siete años se mantenga activo y creativo es una muy buena noticia. Y que su nombre sea Scorsese, aún más, porque se trata ya de un director de cine legendario. Antes de ver a “El Irlandés” y sus tres horas y medias de metraje me dije a mí mismo que Scorsese es el único director que ha tenido el atrevimiento de hacer varios anti-padrinos sin desmerecer. “Buenos muchachos” en 1990 y “Casino” en 1995 así lo testimonian. A diferencia de Francis Ford Coppola que embelleció a la mafia italiana en los Estados Unidos y los presentó como criminales con honor. Scorsese es contrario a esto. Porque su propuesta es mucho más realista y descarnada. La mafia es mafia. Son delincuentes y criminales nocivos para la sociedad y que deben pagar por sus desmanes.
En esta película la Cosa Nostra ítalo americana es diseccionada a través del encruzamiento de tres historias: la del irlandés, Frank Sheeran (1920-2003), interpretado por Robert De Niro, una especie de Forrest Gump mafioso por su inexpresividad emocional y condición de recadero menor y sicario de confianza para el jefe que le cobijó: Russell Bufalino (1903-1994). Bufalino, el que Scorsese nos presenta es cerebral y asume los negocios como empresario convirtiendo el crimen como atajo conveniente para maximizar influencias y lucro. Joe Pesci, resucitado por Scorsese, se monta en su piel de una manera adecuada y comedida. Ya esto último es una tremenda sorpresa y demuestra las capacidades actorales de Pesci rompiendo los encasillamientos al uso. La tríada del horror la cierra el súper sindicalista Jimmy Hoffa (1913-1975) con un histriónico Al Pacino, siempre lo ha sido, dando vida a un hombre vanidoso que no tuvo reparos de acogerse a la corrupción como modo de vida para afianzar su liderazgo. Toda la película gira en torno a estas tres historias siendo la de Frank Sheeran el hilo conductor del relato.
Scorsese no sólo se limita a ofrecer los usuales asesinatos, conspiraciones y vendettas sino que denuncia varias cosas que requieren aplomo y credibilidad. La primera es que la mafia en los Estados Unidos para apuntalar sus negocios estuvo en tratos con la clase política que se hacía con el poder en la Casa Blanca. El clan Kennedy no sale muy bien parado erosionando toda la mitología que se ha construido alrededor de ella. El “sistema” en los Estados Unidos hace agua por muchos costados. Hoy, con un Presidente como Trump, que en muchos aspectos actúa como un gánster, la película de Scorsese es una toma de poción política ciudadana valiente y oportuna.
Luego está el hundimiento total y absoluto de la institución familiar nuclear como sostenedora de la otra parentela aún mayor vinculada por los milenarios orígenes sicilianos. No puede haber familia con afectos sostenidos cuando la base que la sostiene es el crimen, la mentira, la ausencia del arrepentimiento y el perdón. Francis Ford Coppola idealizó esta situación llevándola al extremo y reconociendo que el desenlace por lo general es trágico. Scorsese ni siquiera duda en esto y su conclusión es brutal. Frank Sheeran quiso proteger a su familia haciéndose un monstruo y tuvo que pagar esa decisión.
Y finalmente, y creo que es lo más relevante de la película, la reflexión que se hace sobre el fin de la existencia a través de una culpa que el protagonista no puede redimir. Scorsese se hace filósofo en la última media hora final y reflexiona sobre el tiempo que se agota y las oportunidades perdidas. Cuando los días sin retorno te flagelan por no haber hecho lo debido y el pecado es un tormento absoluto. Y un psicópata como Frank Sheeran, cuya empatía con el público es ninguna, busca desesperado los afectos y compañía que él mismo apartó por su conducta criminal. Las culpas de Frank Sheeran no pueden ser perdonadas por sus hijas aunque él procure “compensarlas”; ni siquiera su repentino acercamiento a Dios parece sincero.
“Tarde o temprano, todo el mundo aquí tiene una fecha de caducidad. Así son las cosas. Y creo que debe haber algo cuando te vas”. Nadie puede descifrar este enigma que es la existencia. La muerte, el fin, como algo definitivo. La angustia absoluta. Esta parte humana, demasiado humana, otea en toda la película como testimonio innegable de las propias angustias de su director.
Otra película aparte es la que monta Al Pacino haciendo de Hoffa. Su sobre interpretación es adrede y consecuente con lo que supuestamente fue Hoffa en vida. Otro radical en eso de ser histriónico, el gran Jack Nicholson, le tocó en su momento hacer también de Hoffa en una película del ya lejano año 1989 y dirigida por Danny De Vito. Hoffa y su asesinato es otro de los grandes misterios de la política de los Estados Unidos, una política excesivamente violenta porque el poder y sus intereses socavan lo peor que hay en el ser humano. Afortunadamente, sus instituciones, sobretodo, las vinculadas con la Justicia, han procurado refrenar los inevitables abusos que se producen cuando se violan leyes, normas y reglamentos imponiendo la ley del más fuerte.
¿Me gustó “El Irlandés”? Pues sí y mucho. Es una gran película con mucho contenido y sustancia para la reflexión de la condición humana, paradójica y misteriosa; finita y esperanzada en prolongar la vida luego en un más allá. El comienzo de la película es un tanto parsimonioso aunque más luego todo va cobrando sentido y reafirma la tesis de Scorsese de que el crimen no paga a sí sean italianos o chinos.
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia
@LOMBARDIBOSCAN