El estrecho corredor
En medio de la angustia y el aparente declinar de la esperanza surge lo que he llamado la gran oportunidad. Nacida de vivir en una especie de infierno en corrosión donde los jueces roban la confianza en la dignidad humana y los poderosos estan armados con bombas mata gente para destruir, para atacar, donde nunca existe una apertura a la redención. Jamás pedir perdón. Es la tristeza que nos embarga cuando oímos a Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Vladimir Padrino, seres que han apagado la onda de la conciencia, sólo actúan para amenazar, extorsionar y tratar de engañarnos.
Cerramos el año con 388 presos políticos, vejados, torturados, con crímenes impunes de personas cuyo único afán ha sido comprometerse con la búsqueda de la libertad.
Sin embargo, lo bueno cuesta y lo estamos pagando, conscientes de que hay un retorno de valor imponderable encarnado por primera vez en nuestra historia en lo que el politólogo James A. Robinson llama “el estrecho corredor”. Un proceso en el cual la sociedad se reorganiza. Las normas se transforman en favor del ciudadano y nace la posibilidad de que el Estado se fortalezca en favor de la gente. Momento de albergar la esperanza de que la sociedad y el Estado se transformen en competencia por la libertad y la inclusión. Sustituyendo el Leviatán totalitario que impera sobre nuestras vidas por el Leviatán Encadenado portador de la esperanza de un Estado distinto a la maquina opresor que siempre hemos conocido.
Lo que escribo no son vanas ilusiones. Es la oportunidad de cambiar el Estado y su corte de instituciones depredadoras, ilegitimas, por otras que transiten el estrecho corredor hacia la libertad.
La posibilidad nace de haber vivido el extremo. La anulación total del ciudadano. La desaparición de la responsabilidad individual. La quiebra ética que implica robar a quien debes servir. Caer en estos abismos nos ha permitido vernos a nosotros mismos, calibrar nuestras instituciones, aspiraciones y obligaciones.
Es la hora de soñar la sociedad que queremos. Tiempo favorable para afianzar una nueva narrativa, aquella en que circula la libertad: un bien escaso y preciado. Surge la gran oportunidad para mirarnos, no solo la tragedia que nos aplasta, levantar la mirada y ver lo que podría ser. No lo podemos ocultar, ni hacernos los locos.
El Estado venezolano tiene que transformarse.
Imposible desconocer que las sociedades que depositan todo su poder, su fuerza, en un aparato represor son sociedades que caminan hacia el abismo, la destrucción y el esclavismo. Si el Estado es todo, el individuo es nada, es imposible escapar de esta ecuación.
Con la licencia del fin de año veamos algunas ideas que necesariamente tendremos que examinar y comprender si aspiramos a cambiar.
La primera es despojarnos del mito de la igualdad, concebido como una guerra entre los seres humanos donde sólo se trata de aniquilar al creador, inventor, al que es productivo. Un mito de igualdad que monta una loza de hierro encima de nuestras cabezas, que oprime y obliga a rebuscar y apropiarse de lo que existe sin crear nada nuevo. La igualdad es el mito que ha hundido todos los experimentos socialistas, que quebró las 15 repúblicas de la URSS, Cuba y todas las iniciativas de imponer la igualdad a la fuerza, robando propiedad. No se pueden desconocer las diferencias, la segregación económica y social pero su antídoto es la generación de oportunidades para crecer y capacitarse.
Es primordial mirar con realismo nuestros derechos. Obligado preguntarse cuáles en verdad son derechos inalienables y cuáles falsas apropiaciones de ventajas que no hemos construido con nuestra voluntad. Ejemplo: los reclamos de beneficios en las quebradas empresas básicas de Guayana. Los derechos aparecen como territorios que defendemos casi irracionalmente, sin pensar ni valorar el brío humano, el costo de recibir gratuitamente aquello que solo puede tenerse como respuesta del esfuerzo empleado. Los derechos tienen que contrastarse con las responsabilidades. Con las obligaciones que respetamos y cumplimos. La mejor terapia que podemos realizar es comparar con objetividad la enorme lista de derechos que creemos nos acompañan desde la cuna, con otra, las responsabilidades y obligaciones con las que estamos comprometidos.
Estas dos reflexiones tienen que relacionarse con la valoración de nuestra dimensión ética. Las decisiones que asumimos y la relación que existe entre nuestros esfuerzos y logros.
La gran oportunidad que emerge desde las profundidades de esta inmensa crisis que ha arrojado millones de venezolanos fuera de su barrio, su comunidad y su país, es poner los pies en tierra y comenzar a pensarnos como ciudadanos, individuos responsables consigo mismos, con su familia y su país. La gran oportunidad está ahí. Vivámosla.