¡Pobre Bolivia, la hija de Sucre!
El hermano país de Bolivia está pasando por un trance salpicado de sufrimientos y de hechos que ojalá no sean el preámbulo de una guerra civil, cuyo origen radica en la irresponsabilidad de un Evo Morales al querer perpetuarse en el poder; pero también en este drama se encuentra incorporado un nuevo gobierno en ese país, que intenta imponerse, pero con un tinte autoritario y represivo mayúsculo, y que también nos debe de preocupar. Desde la compleja actualidad de aquella nación andina, quiero reflexionar basándome en un importante antecedente histórico que une a bolivianos y a venezolanos.
Desde nuestra venezolanidad se debe de reconocer el legado de nuestros símbolos y de nuestros próceres. Se trata de que la nación boliviana tuvo un “padre fundador” en un venezolano inmortal, tratándose de un sucrense para más señas; me refiero al Mariscal Antonio José de Sucre. Bolivia es “hija” del Mariscal de Ayacucho; he ahí la lógica de por qué aquella tierra y su sufrimiento hacen vibrar fibras interiores que unifican a Venezuela con ese país andino.
Se trata de que en el año de 1825 el Mariscal de Ayacucho se encontraba en plena campaña en lo que se denominaba el Alto Perú, último reducto realista en el extinto Virreinato incaico, después que quedó noqueado el imperio español en la batalla de Ayacucho. Pues vean que el Libertador Simón Bolívar esperaba el definitivo éxito del cumanés para terminar de consolidar la unidad peruana con esa tierra. Sin embargo, Sucre tenía otro proyecto, bien diferente de el de Bolívar, pues se puso en sintonía con los habitantes de la zona que tenían aspiraciones autonómicas, quienes en una iniciativa asamblearia y constituyente se declararon pueblo independiente contando con el directo apoyo del Mariscal de Ayacucho, quien hasta expidió un decreto en respaldo, causándole a Bolívar, además de una tremenda rabieta, una crisis política con los peruanos que derivó en guerra fratricida.
Sucre ignoró los reclamos del Libertador, promovió la constituyente boliviana en Chuquisaca, y en aras de convencer a su mentor y jefe, bautiza al nuevo país con el nombre de “Bolivia “, y le pide a su superior que redacte su Constitución. Al final, Bolívar accede a este “invento” democrático del cumanés y redacta el texto constitucional, al tiempo que los bolivianos, agradecidos con su protector, ya que la nueva república nació con el apoyo de los batallones comandados por el venezolano, lo nombraron su primer Presidente, y con más señas como vitalicio, algo que se esfumó con brevedad, ya que el mariscal Sucre se hizo el primer gobernante que cae víctima de un golpe de Estado, comenzando con él esta aberrante tradición de inestabilidad y crisis política suramericana.
Considerando este vínculo histórico entre Bolivia y el prócer más querido de la pléyade de héroes de nuestra independencia, como lo es el Mariscal Antonio José de Sucre, por supuesto que quien escribe debe de sentir rabia por lo que le está pasando a un pueblo cuyo orígenes nos dignifica, y que hoy se debate como sociedad democrática, pero en medio de un candelero acicateado por la ambición autocrática de un irresponsable de marca mayor, como lo es Evo Morales, además de los embates de un militarismo que ahora busca un protagonismo marcado con las tinieblas de épocas pasadas, además de la evolución de un conflicto racial que se aviva en las barricadas por toda Bolivia a raíz del fraude de Evo y de la carrera que pegó, huyendo hacia México, pero dejando la agitación social servida.
¡Pobre Bolivia, la hija de Sucre!